La insoportable «carismalidad» de la neo-iglesia.

Figurémonos, por un momento, que se quisiera formar un grupo de catequesis con niños y jóvenes con formación católica aceptable e incluso elevada en comparación con la media. Incluso algunos con ascendencia de militancia semi-tradicional, tanto religiosa como política. Y supongamos que un bienintencionado catequista pretendiera ofrecer a esos jóvenes una doctrina neta de sesgos de carisma y acentos personalistas.

Desde la perspectiva de ese bienintencionado catequista, parece que lo más sensato sería estudiar el Catecismo de 1992. Sí, el mismo que dice, en el ámbito de la doctrina social, que es exigencia moral el ejercicio del derecho al voto o el pago escrupuloso de todos los impuestos (2240). Asimismo, en materia de moral conyugal, parecería que hemos de dirigirnos a Humanae Vitae. La misma que, con toda solemnidad, califica moralmente como un bien algo que la tradición de la Iglesia ha considerado unánimemente como pecado venial[1]. Lo mismo ocurriría con la doctrina sobre la gracia, achicada por el pelagianismo, por un lado, y por la piadosería aparicionista, por otro. No hablemos ya del sacrificio de la Santa Misa, totalmente desdibujado por la revolución litúrgica, y que muchos quieren subsanar estérilmente con ese boato que tan poco gusta en la neo-fe.

Parece que, si hay algo en lo que podría condensarse la crisis de la Iglesia, es la compulsiva apelación al argumento de autoridad. Pero no la autoridad de la tradición o del magisterio solemne, sino del sujeto de guardia en cada capilla. «Lo ha dicho el P. Fulano»; «Al vidente Mengano se le reveló tal cosa». «Hay que ir a los retiros del P. Zutano, que tiene tal carisma».

El resultado de esto es la multiplicidad de pseudo-sectas personalizadas, donde se transmite una fe vinculada a la persona y «su» doctrina, y no a «la» doctrina común fruto de dos milenios de providencia divina sobre Su Iglesia.

Lo cierto es que la Iglesia, por lo general, no sólo tolera, sino que aplaude todas estas iniciativas atomizadoras que convierten la Iglesia en un supermercado donde se puede encontrar prácticamente de todo. Y que conste que aquí no incluyo la herejía. A lo sumo, y tras años de males, aparece algún documento oficial que alerta sobre los peligros espirituales de ciertas doctrinas, siempre personalistas, por cierto.

Así, tenemos el reciente documento emitido por la Conferencia Episcopal Española, advirtiendo de la inconsistencia de los llamados «ritos de sanación intergeneracional».

«la praxis de la sanación intergeneracional aborda esta cuestión de una forma poco técnica e incluso mágica, siguiendo una lógica lineal simplista: un agente causal conduce a una consecuencia sistemática, proporcional y reversible (la eliminación de la causa elimina el efecto). Se habla más de un “castigo” capaz de extenderse a las generaciones siguientes, o de la influencia de una persona malvada, que continúa más allá de la muerte. Pero estos mecanismos de transmisión entran más en el ámbito de la creencia y de la fantasía[…]»

Y tenemos también el reciente comunicado del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, sobre los escritos de María Valtorta, que inspiraron a Juan Pablo II a la inclusión de los «misterios luminosos» del santo Rosario.

https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_ddf_doc_20250222_comunicato-scritti-valtorta_sp.html

«reiteramos que las supuestas “visiones”, “revelaciones” y “comunicaciones” contenidas en los escritos de María Valtorta, o en cualquier caso atribuidas a ellos, no pueden considerarse de origen sobrenatural, sino que deben considerarse simplemente formas literarias de las que la Autora se ha servido para narrar, a su manera, la vida de Jesucristo».

En definitiva, la vida de la Iglesia se ha tornado una suerte de novela de intriga dónde uno se hace dos preguntas: por un lado, qué nacerá mañana; y por otro, qué será lo próximo en caer: ¿aparición? ¿devoción posconciliar «canonizada»?

Soy consciente de que alguien podrá alegar que la Iglesia del año 2025 no está en condiciones de declarar con autoridad nada en un sentido ni en otro, porque su propia inconsistencia y delicuescencia la desacreditan ex ante. El tema es que, en declaraciones como las recién referenciadas, subyace un eco del grito del sensus fidei que se rebela instintivamente contra la novedad.

Y a este respecto me gustaría recuperar una cita del dominico barroco Fray Domingo de Soto que, cuestionando unas nuevas leyes de pobres en España, manifestaba lo siguiente:

«Y este es el primero, y no el menor, argumento contra esta invención, porque a ser esto cosa tan justa, Vuestra Alteza sea cierto no hubiera en la Antigüedad habido tanto descuido que hasta ahora no se hubiera hecho esta ley»

Es evidente que la autoridad no nace, esencialmente, del autor de la cita, sino de su función de altavoz de lo más íntimo del sentido común natural. Y si respecto de una ley se dice tal cosa, cuánto más será predicable de la doctrina católica, que cuenta con innumerables santos y doctores de todas las épocas; que han abordado todas las materias y se las han visto en todas las circunstancias posibles.

Pero no. De tal instinto, de ese sensus fidei que tanto contribuyó en tiempos pasados a la salud de la Iglesia, apenas queda ni el recuerdo. El católico moderno es un nuevo hombre, distinto de aquél al que redimió Cristo en la cruz, y amerita la profusión de nuevas doctrinas. Asiste a una misa nueva; reza un rosario distinto; adora a Cristo sacramentado de modo diferente. Y, sobre todo, además de en Dios Uno y Trino, necesita creer en alguien de carne y hueso que tenga al lado, y que le adoctrine acerca de cómo debe creer, en los tiempos actuales, los temas que la Iglesia ha abordado de modo unánime en el devenir de los siglos.

Ahí tenemos el carácter perenne de la fe, frente a las revelaciones privadas, que aunque, si son verdaderas, no serán novedosas en su contenido, siempre lo son en cuanto al hecho. Así, no es nuevo que la Virgen haya hablado de la necesidad de la penitencia. Pero es nuevo que lo haya hecho en tal lugar y ante tales personas. Tiene un componente de novedad siempre merecedor de cuarentena, hasta que es reconocido por la Iglesia, y de fuente teológica remota después del tal reconocimiento. En estos términos da cuenta del fenómeno Fray Melchor Cano, en su De locis theologicis:

«Las revelaciones privadas no conciernen a la fe católica, ni pertenecen al fundamento y principios de la doctrina eclesiástica, es decir, de la verdadera y auténtica teología, pues la fe no es virtud privada, sino común».

Con todo ello, lo cierto es que cuesta considerablemente que se crucen dos católicos que crean la misma doctrina. Si no son nabos, son peras. Si no es el Concilio, es la Misa; son las revelaciones privadas; es la llamada «teología del cuerpo»; es la ortodoxia de los papas conciliares; es la «hermenéutica de la continuidad»; es el concepto de «desarrollo doctrinal»; es la indefectibilidad de la Iglesia. Todo ello y más, que hace sumamente aventurado el trato mínimamente profundo entre los hermanos en la fe. Y además, crece el número de incautos que se abonan a tales novedades, algunas de índole incluso supersticiosa que barbarizan groseramente nuestra fe, la mudan en creencia, y la convierten en un producto más de la industria del consumo espiritual posmoderno.

En fin, la Iglesia se ha convertido en un Estado Federal, mejor dicho, un reino de taifas donde cada iluminado esparce los errores mientras celebra haber descubierto la sopa de ajo. «Carismalidad», la palabra que encabeza estas líneas, no deja de ser un término impreciso y poco elocuente para definir una realidad donde se amalgaman el carisma, la extrema e imprudente pluralidad doctrinal, el ultra-subjetivismo y el auto-referencialismo[2] en la vida de la piedad. Y no deja de ser paradójico que con una mano se ordene a la unidad cuando se trata de ahuyentar el fantasma de la tradición, mientras con la otra se dé vía libre a la más excéntrica de las multiplicidades doctrinales, pastorales y litúrgicas.

https://www.religionenlibertad.com/personajes/220509/munilla-encuentro-camino-neocatecumenal-carismas-iglesia_68752.html

Pensémoslo. Desde el Concilio hacia esta parte, los personalismos se han multiplicado hasta el extremo, tanto cuantitativa como cualitativamente. Todo lo contrario del espíritu de los grandes santos fundadores. Y lo que es más importante: con daño grave a la verdad, y a la unidad en torno a ella.


[1] De este asunto se dará cuenta más extensa en un próximo artículo que se publicará, D.m., en este mismo medio.

[2] Algo de esta guisa manifestó el obispo Munilla en su dura crítica a las “Misas de sanación intergeneracional: https://www.religionenlibertad.com/polemicas/230322/obispo-munilla-rechaza-practica-sanacion-intergeneracional-estamos-desbarrando_73411.html”

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