«¡Apártate de mí, Satanás!»

Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?».
Tomando la palabra Pedro le dijo: «Tú eres el Mesías».
Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto.
Y empezó a instruirlos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Se lo explicaba con toda claridad.
Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Apártate de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».

(Marcos 8, 27-33)

Los hombres piensan de una manera y Dios piensa de otra distinta. ¿Y cómo piensan los hombres?

La mayoría de los hombres quiere satisfacer sus deseos de dinero, de poder, de placeres de todo tipo. Y quieren que la Iglesia bendiga sus pecados y su forma de vivir. La mayoría está a favor del aborto, del divorcio, de la fornicación (sexo fuera del matrimonio). La mayoría apoya las relaciones homosexuales y el matrimonio entre ellos: como se quieren… Pero que nadie se engañe: «¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los ebrios, ni los maldicientes, ni los deshonestos poseerán el reino de Dios.

«Todo el mundo conoce la conducta de los que obedecen a sus malos deseos: no son fieles en el matrimonio, tienen relaciones sexuales prohibidas, muchos vicios y malos pensamientos. Adoran a dioses falsos, practican la brujería y odian a los demás. Se pelean unos con otros, son celosos y se enojan por todo. Son egoístas, discuten y causan divisiones. Son envidiosos, se emborrachan, y en sus fiestas hacen locuras y muchas cosas malas. Les advierto, como ya lo había hecho antes, que los que hacen esto no formarán parte del reino de Dios.

En cambio, el Espíritu de Dios nos hace amar a los demás, estar siempre alegres y vivir en paz con todos. Nos hace ser pacientes y amables, y tratar bien a los demás, tener confianza en Dios, ser humildes, y saber controlar nuestros malos deseos. No hay ley que esté en contra de todo esto. Y los que somos de Jesucristo ya hemos hecho morir en su cruz nuestro egoísmo y nuestros malos deseos. Si el Espíritu ha cambiado nuestra manera de vivir, debemos obedecerlo en todo». (Gál. 5)

¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los ebrios, ni los maldicientes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios.

Y algunos esto erais, pero habéis sido lavados; habéis sido santificados; habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios. “Todo me es lícito,” pero no todo conviene. “Todo me es lícito,” pero yo no me dejaré dominar de nada. “Los manjares para el vientre y el vientre para los manjares”; pero Dios destruirá el uno y los otros. El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo; y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros por su poder ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Y voy a tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? ¡No lo quiera Dios! ¿No sabéis que quién se allega a una puta se hace un cuerpo con ella? Porque “serán dos, dice, en una carne”.

Pero el que se allega al Señor se hace un espíritu con Él.

Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa un hombre, fuera de su cuerpo queda; pero el que fornica peca contra su propio cuerpo ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenecéis?

Habéis sido comprados a precio. Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo». (1Cor. 6)

San Juan en el Apocalipsis:

«El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda».

«¿Qué más podemos decir? ¿Seguiremos pecando para que Dios nos ame más todavía? ¡Por supuesto que no! Nosotros ya no tenemos nada que ver con el pecado, así que ya no podemos seguir pecando. Ustedes bien saben que, por medio del bautismo, nos hemos unido a Cristo en su muerte. Al ser bautizados, morimos y somos sepultados con Él; pero morimos para nacer a una vida totalmente diferente. Eso mismo pasó con Jesús, cuando Dios el Padre lo resucitó con gran poder.

Si al bautizarnos participamos en la muerte de Cristo, también participaremos de su nueva vida. 6Una cosa es clara: antes éramos pecadores, pero cuando Cristo murió en la cruz, nosotros morimos con él. Así que el pecado ya no nos gobierna. Al morir, el pecado perdió su poder sobre nosotros.

Si por medio del bautismo morimos con Cristo, estamos seguros de que también viviremos con él. Sabemos que Jesucristo resucitó, y que nunca más volverá a morir, pues la muerte ya no tiene poder sobre él. Cuando Jesucristo murió, el pecado perdió para siempre su poder sobre Él. La vida que ahora vive, es para agradar a Dios.

De igual manera, el pecado ya no tiene poder sobre ustedes, sino que Cristo les ha dado vida, y ahora viven para agradar a Dios. Así que no dejen que el pecado los gobierne, ni que los obligue a obedecer los malos deseos de su cuerpo. Ustedes ya han muerto al pecado, pero ahora han vuelto a vivir. Así que no dejen que el pecado los use para hacer lo malo. Más bien, entréguense a Dios y hagan lo que a Él le agrada. Así el pecado ya no tendrá poder sobre ustedes, porque ya no son esclavos de la ley. Ahora están al servicio del amor de Dios.

Alguien podría decir que, como ya no somos esclavos de la ley, sino que estamos al servicio del amor de Dios, podemos seguir pecando. Pero eso no es posible. Ustedes saben que quien siempre obedece a una persona, llega a ser su esclavo. Nosotros podemos servir al pecado y morir, o bien obedecer a Dios y recibir su perdón. Antes, ustedes eran esclavos del pecado. Pero gracias a Dios que obedecieron de todo corazón la enseñanza que se les dio. Ahora ustedes se han librado del pecado, y están al servicio de Dios para hacer el bien.

Como a ustedes todavía les cuesta entender esto, se lo explico con palabras sencillas y bien conocidas. Antes ustedes eran esclavos del mal, y cometían pecados sexuales y toda clase de maldades. Pero ahora tienen que dedicarse completamente al servicio de Dios.

Cuando ustedes eran esclavos del pecado, no tenían que vivir como a Dios le agrada. ¿Pero qué provecho sacaron? Tan solo la vergüenza de vivir separados de Dios para siempre. Sin embargo, ustedes ya no son esclavos del pecado. Ahora son servidores de Dios. Y esto sí que es bueno, pues el vivir solo para Dios les asegura que tendrán la vida eterna. Quien solo vive para pecar, recibirá como castigo la muerte. Pero Dios nos regala la vida eterna por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor». (Rom. 6)

¿Queda claro lo que le gusta al mundo y lo que le gusta a Dios?

Del libro del Sirácide (Eclesiástico): 2, 1-13

Hijo mío, si te propones servir al Señor, prepárate para la prueba; mantén firme el corazón y sé valiente; no te asustes en el momento de la adversidad. Pégate al Señor y nunca te desprendas de ÉL, para que seas recompensado al fin de tus días. Acepta todo lo que te sobrevenga, y en los infortunios ten paciencia, pues el oro se purifica con el fuego y el hombre a quien Dios ama, en el crisol del sufrimiento. Confíate al Señor y ÉL cuidará de ti; espera en ÉL y te allanará el camino. Los que temen al Señor, esperen en su misericordia; no se alejen de ÉL y no caerán. Los que temen al Señor, confíen en ÉL, porque no los dejará sin recompensa. Los que temen al Señor, esperen sus beneficios, su misericordia y la felicidad eterna.

Salmo 36

Confía en el Señor y haz el bien.

Apártate del mal y haz el bien,
y siempre tendrás una casa;
porque el Señor ama la justicia
y no abandona a sus fieles.
Los inicuos son exterminados,
la estirpe de los malvados se extinguirá.

El Señor es quien salva a los justos,
Él es su alcázar en el peligro;
el Señor los protege y los libra,
los libra de los malvados y los salva
porque se acogen a él.

No permita Dios que yo me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *