Según el calendario litúrgico revisado de 1969, la Iglesia Universal celebra hoy la Visitación de María a su prima, Santa Isabel.
Sin embargo, en el calendario litúrgico de 1962 se celebra la fiesta de María Reina, que fue instituida para cerrar solemnemente el mes de María. El papa Pío XII la estableció en su encíclica Ad caeli Reginam, fechada el 11 de octubre de 1954.
Es decir, que duró bien poco en el calendario.
Esta mañana he tenido la gracia de asistir a una Misa tradicional en la que el sacerdote ha mencionado precisamente que, a pesar de ser una fiesta litúrgica de reciente instauración, la veneración a María como reina tiene raíces muy antiguas. Tengamos en mente la gran cantidad de imágenes coronadas de María que existen. El sacerdote ha señalado, además, una cuestión que me parece interesantísima: que la Reina no lo es por ser esposa del rey, sino que María es reina porque es la madre del Rey.
El sermón me ha recordado a un capítulo precioso del libro «El rabino crucificado», de Taylor Marshall, titulado «Reino judío, Iglesia católica», del que paso a reproducir un interesantísimo pasaje de traducción propia:
«Como hemos visto, el concepto de Mesías deriva de la esperanza judía de que Dios será fiel a su alianza con David, el arquetipo del Mesías. La principal crítica judía contra el estatus de Jesús como Mesías deriva de su aparente fracaso en instituir el Reino mesiánico en la tierra. Antes de profundizar en esta controversia, examinemos primero la naturaleza del reino de Israel y el paradigma judío de la realeza mesiánica en la persona del rey David.
La promesa del reino davídico a los reyes mesiánicos «ungidos» se deriva del pacto que Dios hizo con David en 2 Samuel 7, 9-16. Este pacto implicaba tres promesas a David:
1.- El hijo de David construirá una casa para el nombre de Dios, es decir, un templo (7, 13).
2.- Dios establecerá el trono de su reino para siempre (7, 13, 16).
3.- Dios será su padre, y él será su hijo (7, 14).
El pacto davídico implicaba un intercambio entre David y Dios. La Casa genealógica de David construiría una Casa literal para Dios. Esto resulta ser el Templo que Salomón, el hijo de David, construyó para Dios. A cambio, Dios promete establecer la «casa» o dinastía de David como una monarquía eterna. Esta promesa se basa en la relación de Dios con David como su Padre: «Yo seré su padre, y él será mi hijo» (7, 14). Este pacto divino con David anticipa que el Mesías davídico definitivo será verdaderamente el Hijo de Dios engendrado eternamente[1]. Jesús puede llamar a Dios «Padre» porque Jesús de Nazaret no solo es plenamente humano y plenamente davídico, sino también plenamente divino.
María como Reina Madre de Jerusalén
Cuando la mayoría de los cristianos no católicos miran a la Iglesia católica, a menudo cuestionan el papel autoritario del Papa y lo que les parece una «adoración a María». Muchos cristianos malinterpretan la importancia del Papa y de la Santísima Virgen María precisamente porque no están familiarizados con la forma en que el Pacto davídico estructuró el reino mesiánico. En otras palabras, los no católicos no son conscientes del profundo significado judío del papado y de la Virgen María.
El Reino real y mesiánico de David tuvo su capital en Jerusalén, comenzando con el rey David alrededor del año 1004 a. C. y fue eclipsado en el 586 a. C. con la captura del rey Sedequías y el exilio forzoso de los judíos que aún estaban vivos. Antes del trágico exilio babilónico, el verdadero rey de Judá y heredero de David se sentó en el trono en Jerusalén. Además, había otras dos figuras políticas importantes junto al rey davídico en la corte mesiánica de Jerusalén. Después del rey, la segunda persona más importante en el Reino de Judá era la Gebirah. Este título hebreo se traduce literalmente como «Mujer poderosa» y se refiere a la madre del rey judío. La mayoría de los traductores traducen Gebirah como «Reina Madre»[2].
La reina madre judía poseía una poderosa influencia sobre el reino. Este poder y autoridad provenían de su condición de madre del rey davídico, no de su propia importancia personal. Entendida correctamente, la reina madre ocupaba un cargo político y representaba la genealogía legítima del rey. El rey Salomón el Sabio instituyó el lugar formal de la reina madre cuando ascendió al trono de su padre, el rey David. Una de las primeras cosas que hizo el rey Salomón después de su entronización fue colocar un trono a su derecha y entronizar a su madre como la Gebirah:
Así que Salomón se sentó en el trono de su padre David; y su reino se estableció firmemente… entonces (su madre) Betsabé fue a ver al rey Salomón para hablarle en nombre de Adonías. Y el rey se levantó para recibirla, y se inclinó ante ella; luego se sentó en su trono, e hizo traer un asiento para la madre del rey; y ella se sentó a su derecha (1 Reyes 2, 12-19).
El rey Salomón se levantó para saludar a su madre y se inclinó ante ella, no porque la adorara como a una diosa, sino porque, como rey, entendía el honor que se le debía a la reina madre. Su presencia en la corte significaba que Salomón era el heredero legítimo del rey David porque ella servía literalmente como vínculo de carne y hueso entre padre e hijo. Dada la importancia de las dinastías genealógicas, el cargo y el papel de la reina madre existían también en muchas otras culturas. Un cargo similar de Gebirah también fue honrado en el reino del norte de Israel. «Vamos a visitar a los príncipes y a la familia de la reina madre» (2 Reyes 10, 13).
Jeremías destacó el lugar de preeminencia que ocupaba la reina madre al final del reino davídico cuando escribió: «Decid al rey y a la reina madre: Baja de tu trono» (Jer 13, 18). El fin del reinado davídico de Jerusalén se señala con la destitución del rey davídico y su madre. La reina madre era tan importante que el fin del reino significaba que ella también debía ser depuesta.
Vemos aquí que es bastante natural que los cristianos católicos honren a la Santísima Virgen María. Su hijo es el verdadero Rey davídico y ella está correctamente entronizada a su derecha como la Gebirah y Reina Madre del Reino de Dios. La posición de la madre de Salomón a su derecha es la razón por la que María casi siempre se representa en las obras de arte religiosas sentada en el cielo a la derecha de Cristo. El lugar exaltado de la Virgen María en el catolicismo no surgió de la superstición medieval, sino de una comprensión judía de la realeza. Así como Betsabé sirvió como vínculo de carne y sangre entre su hijo Salomón y el rey David, también la Santísima Virgen María es el vínculo de carne y sangre que une a Jesús con los privilegios mesiánicos del Reino davídico. Los cristianos honran y veneran a la Santísima Virgen María porque su linaje confirma que Jesús es el heredero legítimo de las promesas de Dios. María es el eslabón final de una cadena milenaria de profecía mesiánica«.
Recomiendo la lectura no sólo de esta obra, sino de su trilogía completa sobre los orígenes del catolicismo, y su instituto de formación tomista online New Saint Thomas Institute.
[1] Para un excelente tratamiento del pacto davídico, véase la obra de Scott W. Hahn “Kinship by Covenant”.
[2] En cuanto al Gebirah, véase «El papel de la reina madre en la sociedad israelita», de Niels-Erik Andreasen, Catholic Biblical Quarterly 45 (1983), pp. 179-194; y “El estatus y derecho de la Gebirah” de Zafrira Ben-Barak, Journal of Biblical Literature 110 (1991): pp. 23 – 24.

Este blog de pensamiento católico anti-modernista tiene por objetivo dar gloria a Dios y contribuir muy humildemente a la salvación de las almas. Combatiendo los errores del modernismo en la Iglesia Católica con caridad, por amor a Dios y a su Iglesia. En comunión con la cátedra de Pedro.