La insoportable anti-política de la Modernidad (II)

LA INSOPORTABLE ANTIPOLÍTICA  DE LA MODERNIDAD (II)

Dijimos en la anterior entrega que el liberalismo es anti-político porque niega la naturaleza de la política. Podemos preguntarnos dónde hunde sus raíces esa subversión, y encontraremos la respuesta en un aspecto quizá aparentemente inconexo pero que, analizado en profundidad, es la llave que abre la caja de pandora de la modernidad.

La causa es la negación de la autoridad de la Iglesia, primero, y de toda autoridad no humana, después. Consecuencia lógica puesto que toda autoridad proviene de Dios. Esa negación se funda en nuevos principios que surgen para derrocar la idea clásica de sometimiento del hombre a la verdad, y que son los siguientes:

Inmanencia: La razón y la conciencia son libres (en el sentido del libre examen protestante). La persona se auto-determina. Se niegan las esencias, cayendo indefectiblemente en el Subjetivismo.

Errores subsiguientes: libertad negativa en general, libertad religiosa en particular. Se reclama el derecho a la heterodoxia y al error en general.

Contractualismo: la moral se desvincula de la metafísica, pasando a ser una superestructura funcional. El hombre se socializa no para perfeccionarse, sino para defenderse.

Soberanía entendida como supremacía: Tal como Hobbes afirmó, auctoritas, non veritas, facit legem.

Como resultado de todo esto, la Iglesia pasa a ser una institución más, incardinada en la sociedad liberal. Estatus hoy ampliamente aceptado Y “disfrutado” con todas sus consecuencias por la Iglesia del Concilio Vaticano II. Pero sobre esto abundaremos en otro momento, cuando tratemos el proceso de asimilación de la doctrina liberal por la teología moral católica.

Sin embargo, hasta el Concilio Vaticano II, toda esta maraña de conceptos fue condensada y definida por el Magisterio como “modernismo político y social”, en el que:

La legitimidad de la autoridad es pura legitimidad inmanente, pues el poder no emana de Dios, sino del consentimiento y voluntad de los gobernados, al margen de la naturaleza.

Por tanto, la democracia se constituye como fundamento del orden social. Se genera una “moral de Estado” tal como deseó Spinoza.

Se produce la definitiva separación Iglesia-Estado. La comunidad política se aísla de la comunidad religiosa. Al no reconocerse verdad religiosa, lo religioso pasa a ser un sentimiento privado.

La soberanía acaba recayendo en el Estado, que por su indiferencia religiosa, construye una sociedad prácticamente atea.

El destino está en manos del hombre. Emergen el progresismo y el evolucionismo sociales. La ciencia y la técnica dotan de una nueva dimensión al proyecto diabólico del “hombre nuevo” liberal.

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