La insoportable antipolítica de la Modernidad (I)

El hombre es animal político por naturaleza (en base a su indigencia material y espiritual). Por tanto, no existe lo a-político, existe lo político (aquello que respeta su naturaleza) y lo anti-político, por negación de lo anterior. Pretender la a-politicidad es como pretender la a-religiosidad: un absurdo utópico y una quimera inexistente.

La modernidad es política por negación, como el ateísmo es religiosidad por negación. Por las estrechas costuras rasgadas por el nominalismo se ha filtrado, en la antaño hermética política de la Cristiandad, una dosis creciente de anti-politicidad, que, como decimos, no es más que el equivalente al ateísmo, en el ámbito político.

El protestantismo, y en especial, el calvinismo, harían doctrina de esa anti-política, elevando su carácter práctico al terreno de lo especulativo. Como partiendo del ateísmo práctico de la burguesía hizo doctrina el librepensamiento ilustrado.

Desde el ángulo de la economía, el individualismo se asentó en el territorio de las nacientes ciudades renacentistas, tomando el dinero por mercancía y la racionalista acumulación por filosofía, destronando la ordenación de la economía al bien común.

En todos los órdenes, la libertad se convierte en mera facultad, la conciencia en ente autónomo, y por tanto, emerge la libertad religiosa. Tal como hay libertad de actuar y acumular, hay libertad de pensar y creer. Y por tanto, progresivamente se sujeta la recta autoridad política, y progresivamente a todas las autoridades naturales, a los grilletes de la libertad moderna. Nada puede imponerse ya, salvo contrariedad del orden público (ya no más bien común), porque se prescinde de la vinculatoriedad universal de todo aquello que puede leerse en la naturaleza de las cosas.

En cambio, nuestros santos doctores nos enseñan que lo que es justicia se puede imponer, incluyendo los deberes de la comunidad política para la religión. Y ese principio de justicia se manifiesta prudencialmente en la ley y en el obrar del juez.               

Por eso, la modernidad muta también la idea clásica del derecho y la justicia. El bien común siempre fue el criterio del Derecho, porque lo que uno debe hacer o evitar no se mide solamente desde las necesidades personales, sino desde las de la sociedad. El derecho no está para regular pretensiones, sino para hacer justicia en la vida en comunidad. Luego, es indisociable la política del derecho. Por eso, la Modernidad, por anti-política, es anti-jurídica. Era necesario, entonces,  que emergiera el derecho nuevo, a saber, la subjetividad positivada, a fin de modelar y dar forma a la materia política alumbrada por la Modernidad.

Pero la causa final de las leyes no es la voluntad humana, sino esa conformidad con el bien común que nos impone nuestra condición de criaturas, en tanto que respeta el orden natural querido por el Creador. La ley tiene como finalidad hacer a los hombres buenos y prepararlos para la Bienaventuranza. Por ello, el gobernante no es soberano en el ejercicio de su función, sino que es un ministro de Dios dentro del ámbito de su competencia. Es el capitán que gobierna la nave para conducirlo al buen puerto.

Continuará.

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