Apartémonos de los impíos y combatamos el pecado

 No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?  ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo:

Habitaré y andaré entre ellos y seré su Dios y ellos serán mi pueblo.  Por lo cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré y seré para vosotros por Padre y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso.

2 Corintios 6

El Padre Murray: la inclusión de «mujeres diáconos» representaría un «grave acto de herejía»

La ordenación de mujeres sería una herejía. Pero una más…

Bendecir a parejas homosexuales es una herejía grave, una blasfemia y un sacrilegio.

Dar la comunión a personas que viven en situaciones irregulares supone un sacrilegio y un pecado gravísimo. Cristo ha de ser recibido por un alma en gracia de Dios. Pero el Señor aborrece el pecado: nadie que viva en pecado de fornicación o de adulterio puede comulgar. Y si comulgan, comulgan su condenación eterna.

Considerar que todas las religiones son queridas por Dios y que todas ellas son caminos que conducen a la salvación supone una grave ofensa a Dios. El único camino para la salvación es Cristo. Y a Cristo no se le puede equiparar con Buda o con Mahoma o con ninguna otra religión. Sólo hay una religión verdadera y sólo los bautizados que mueren en gracia de Dios se salvan. No hay salvación fuera de la Iglesia. Y quien contradiga ese dogma es un hereje y está excomulgado.

El indiferentismo religioso o el sincretismo son pecados graves, inaceptables para un católico. La idolatría es un pecado gravísimo porque atenta contra el primero de los mandamientos. Por eso la entrada de la Pachamama a hombros en la Basílica de San Pedro supuso un acto de profanación y un sacrilegio inadmisible.

Preocuparse más por la salvación de la «casa común» que por las almas resulta inadmisible e intolerable. La Iglesia no está para luchar contra el cambio climático, sino contra Satanás. El planeta existirá mientras Dios quiera que exista. Pero las almas son inmortales y muchas acabarán en el infierno por culpa de los malos pastores. Una Iglesia que se preocupa más por lo terrenal que por lo sobrenatural no es la Iglesia de Cristo: es una instancia ideológica, una ONG o un movimiento sociopolítico. Pero no es la Iglesia de Cristo.

Los modernistas están destruyendo la Iglesia desde su cúpula. Y lo hacen sin prisas, poco a poco. La estrategia consiste en ir nombrando en los puestos clave al mejor de cada casa: por ejemplo, a Tucho en Doctrina de la fe, a Paglia en la Academia por la Vida y así sucesivamente. La Iglesia está tomada por lo peor.

No olvidemos que hemos sido creados para amar y servir a Dios nuestro Señor, amarle en el cumplimiento de sus sagrados mandamientos, guardando su doctrina y sobre todo viviendo en gracia de Dios. Y no me habléis de amor para justificar la fornicación, el adulterio o el pecado nefando.

Recordemos las palabras de san Pablo: la voluntad de Dios es nuestra santificación, la cual es imposible en la apostasía, en el culto o reconocimiento de fábulas opuestas al Evangelio; procuremos pues, apartarnos del pecado, origen de todo mal. Apartémonos de los impíos y no nos cansemos de combatir sus blasfemias, sus herejías y su apostasía.

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