Mientras una corte de aduladores no paraba de halagar y dar coba al necio del rey; mientras la mayoría miraba y callaba, disimulando y haciéndose el longuis por miedo a decir la verdad y sufrir las consecuencias, un niño inocente, que nada entendía de falsos halagos ni de miedos cobardes, se atrevió a gritar:
«¡El rey va desnudo!»
«¡El Papa no es católico! ¡El Papa es un hereje y un apóstata, que está tratando por todos los medios de acabar con la Iglesia Católica, con su doctrina, con su moral y con su liturgia!», grita el justo inocente, mientras los malvados halagan y los cobardes disimulan y callan.
La Nota explicativa a la Declaración de las verdades relacionadas con algunos de los errores más comunes en la vida de la Iglesia de nuestro tiempo, firmada el 31 de mayo de 2019 por el Cardenal Raymond Leo Burke, Patrono de la Soberana y Militar Orden de Malta, el Cardinal Janis Pujats, Arzobispo emérito de Riga, Tomash Peta, Arzobispo de la arquidiócesis de María Santísima in Astana, Jan Pawel Lenga, Arzobispo-Obispo emérito de Karaganda y Athanasius Schneider, Obispo Auxiliar de la arquidiócesis de María Santísima en Astana, comenzaba así:
«La Iglesia actual sufre una de las mayores epidemias espirituales. Es decir, una confusión y desorientación doctrinal de alcance casi universal, que suponen un peligro seriamente contagioso para la salud espiritual y la salvación eterna de numerosas almas. Al mismo tiempo, es preciso reconocer un letargo espiritual generalizado en el ejercicio del Magisterio a diversos niveles de la jerarquía de la Iglesia de hoy. En buena parte, ello obedece a que no se ha observado el deber Apostólico – según lo declarado también por el Concilio Vaticano II – que los obispos deben «con vigilancia, apartar de su grey los errores que la amenazan» (Lumen gentium, 25)».
Yo personalmente suscribo esa Declaración de principio a fin. Y creo en lo que la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica, ha predicado siempre en todas partes.
Como señala el profesor Seifert, el Papa Francisco no es garante de la fe, sino que se dedica constantemente a destruir sus fundamentos y la moral de la Iglesia con declaraciones como la que firmó en el tristemente famoso documento de Abu Dhabi sobre la «fraternidad universal»:
«La libertad es un derecho de toda persona: todos disfrutan de la libertad de credo, de pensamiento, de expresión y de acción. El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos. Esta Sabiduría Divina es la fuente de la que proviene el derecho a la libertad de credo y a la libertad de ser diferente».
Esta afirmación no solo es herética, sino que es abiertamente apóstata.
En primer lugar, la libertad con que Dios Creador dotó al hombre, nos concede el derecho natural de elegir únicamente el bien y lo verdadero. Ningún ser humano tiene, por tanto, el derecho natural a ofender a Dios escogiendo el mal moral del pecado o el error religioso de la idolatría, de la blasfemia o una falsa religión.
La religión nacida de la fe en Jesucristo, Hijo encarnado de Dios y único Salvador de la humanidad, es la única religión positivamente querida por Dios. Por tanto, es errónea la opinión según la cual del mismo modo que Dios ha querido que haya diversidad de sexos y de naciones, quiere también que haya diversidad de religiones.
El cúmulo de males que ha invadido la tierra se debe a que la mayoría de los hombres se han alejado de Jesucristo y de su ley santísima, tanto en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado. Y nunca resplandecerá una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones nieguen y rechacen el imperio de nuestro Señor Jesucristo.
¿Firmaría un líder mahometano una declaración que afirmara que no hay más Dios que Jesucristo; que Jesucristo es el único salvador y redentor de la humanidad? ¿Y un judío? ¿Y un budista o un hinduista? ¿Verdad que no lo harían? Al contrario. Un musulmán que quiera convertirse al catolicismo está condenado a muerte por apóstata y tendrá esa amenaza sobre su cabeza mientras viva. Los hinduistas persiguen a los católicos y a los cristianos en general y han aprobado leyes que impiden la conversión de una religión a otra.
Después de la institución de la Nueva y Eterna Alianza en Cristo Jesús, nadie puede salvarse obedeciendo solamente la ley de Moisés, sin fe en Cristo como Dios verdadero y único Salvador de la humanidad (cf. Rm 3,28; Gal 2,16).
Ni los musulmanes ni otros que no tengan fe en Jesucristo, Dios y hombre, aunque sean monoteístas, pueden rendir a Dios el mismo culto de adoración que los cristianos; es decir, adoración sobrenatural en Espíritu y en Verdad (cf. Jn 4,24; Ef 2,8) por parte de quienes han recibido Espíritu de filiación (cf. Rm 8,15).
Las religiones y formas de espiritualidad que promueven alguna forma de idolatría o panteísmo no pueden considerarse semillas ni frutos del Verbo puesto que son imposturas que impiden la evangelización y la eterna salvación de sus seguidores, como enseñan las Sagradas Escrituras: «El dios de este siglo ha cegado los entendimientos a fin de que no resplandezca para ellos la luz del Evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2 Cor. 4, 4).
El verdadero ecumenismo tiene por objetivo que los no católicos se integren a la unidad que la Iglesia Católica posee de modo inquebrantable en virtud de la oración de Cristo, siempre escuchada por el Padre: «para que sean uno» (Jn 17, 11), la unidad, la cual profesa la Iglesia en el Símbolo de la Fe: «Creo en la Iglesia una». Por consiguiente, el ecumenismo no puede tener como finalidad legítima la fundación de una Iglesia que aún no existe.
Declaración de las verdades relacionadas con algunos de los errores más comunes en la vida de la Iglesia de nuestro tiempo
El Papa y los obispos no pueden exigirnos obediencia a sus opiniones privadas y, mucho menos, a enseñanzas que contradicen la revelación y la ley moral. Y como dice el cardenal Müller «el Papa y los obispos están supeditados a la Sagrada Escritura y a la Tradición Apostólica y de ninguna manera son fuentes de revelación adicional». No hay nuevas revelaciones. El depósito de la fe está cerrado desde la muerte del último de los apóstoles. Sólo un necio puede hablar de una nueva primavera de la Iglesia y de un nuevo pentecostés.
Es absolutamente necesario que el hombre quede todo entero bajo la dependencia efectiva y constante de Dios. Por consiguiente, es totalmente insensata una libertad humana que no se someta a Dios y esté sujeta a su voluntad. Negar a Dios este dominio supremo o negarse a aceptarlo no es libertad, sino abuso de la libertad y rebelión contra Dios. Todos los pueblos han de aceptar y respetar la soberanía de Cristo Rey, la Ley de Dios y la verdad de Cristo. Como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, Cristo no puede menos de tener en común con Él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absoluto sobre todas las criaturas. Y en ningún otro más que en Jesucristo hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. Dios exaltó el nombre de Jesús y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús, toda rodilla de doble en los cielos, en la tierra y en los abismos y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre.
Todas las naciones que has creado vendrán y se inclinarán ante ti, Señor, y alabarán tu santo nombre.
Que los reyes de Tarsis y de las islas traigan presentes; que los reyes de Sabá y de Seba ofrezcan tributo; y que se postren ante Él todos los reyes de la tierra; sírvanle todas las naciones. Porque Él librará al necesitado cuando clame y también al afligido y al que no tiene quien le auxilie.
Solo habrá verdadera paz y auténtica fraternidad cuando todos los hombres, todos los pueblos, todas las naciones se arrodillen ante Nuestro Señor Jesucristo y reconozcan que no hay otro Dios. Solo podemos ser verdaderamente hermanos en Cristo por medio del bautismo. Solo podemos ser uno por la comunión del Cuerpo de Cristo, que se entrega en cada Santa Misa para santificarnos y llevarnos al cielo.
Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo.
El que crea y se bautice se salvará. El que no crea será condenado.
Pero para el Nuevo Orden Mundial satánico y para la nueva Iglesia del Anticristo, Nuestro Señor Jesucristo estorba: resulta molesto para sus planes malvados. El Justo denuncia la oscuridad de sus pecados y hay que quitarlo de en medio. La iglesia del nuevo paradigma ya no es una, santa, católica y apostólica, sino sinodal, liberal y modernista. Y ya no rinde culto a Jesucristo, sino a Satanás. La iglesia sinodal, como señala Mons. Aguer, es otra iglesia distinta de la Católica: es otra religión que tiene su propia doctrina (el culto al hombre y la Agenda 2030), su moral (aborto, eutanasia, ideología de género, defensa y bendición de la sexualidad LGTBI, ecologismo malthusiano) y su liturgia, que nada tiene que ver con la liturgia tradicional.
La caridad nos obliga a defender el Santo Nombre de Dios y no puede ser excusa para el silencio cobarde ante blasfemias, apostasías y sacrilegios; ni justifica la pasividad ante las injurias a Dios, a la Santísima Virgen María o a los Santos. Levantemos la voz y demos la cara ante los impíos: como muy bien afirma mi hermano Luis Fernando, los obispos católicos del mundo que son conscientes de la profanación de nuestra fe por parte de Roma y, aun así, callan, son unos cobardes. Con todas las letras. El Señor os reprenda y os pida cuentas por la condenación de tantas almas a causa de vuestro silencio. Convertíos o iréis al Infierno sin remedio.
«Se cambiarán vuestras fiestas en luto, vuestros cantos en elegías», dice el Señor.
Escribe Wanderer en su último post:
En su comentario de la semana pasada, el P. Santiago Martín hablaba de los “católicos desarraigados” al comentar un libro reciente que lleva este nombre de Aldo Maria Valli y Aurelio Porfiri. Y se refería a todos nosotros, a quienes ya no nos sentimos en casa en esta nueva iglesia, los que nos sentimos “desarraigados”, los que todos los días tenemos que enfrentar noticias lacerantes para la fe de los apóstoles que profesamos. Vemos que hay misericordias para todos, menos para nosotros. “Sufran, o váyanse”, eso es lo que nos dice Francisco, Tucho y los suyos. ¿Serán estos los sufrimientos que fueron profetizados?
¡Basta ya! ¡Cuánto dolor y cuánto sufrimiento!
Que la Santísima Virgen María interceda por nosotros, pecadores, y nos libre de todo mal ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
¡Viva Cristo Rey!
Nada sin Dios
¡Viva Cristo Rey!