Quien anima a quienes viven en pecado mortal a comulgar, como si estuvieran en gracia de Dios, procura la condenación eterna de quien comulga sacrílegamente y la suya propia por hereje y blasfemo. Y ese no puede ser otro que un siervo de Satanás.
Los divorciados vueltos a casar por lo civil viven en adulterio, en pecado mortal. Y quien comulga en pecado mortal comulga su propia condenación, según San Pablo.
«Examínese, por tanto, cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz, porque el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación» (I Cor 11, 28-29).
Y quien busca la condenación del hombre es el Demonio. Comulgar en pecado mortal es blasfemia y sacrilegio. Por lo tanto los eclesiásticos que dan la comunión conscientemente a pecadores públicos cometen un pecado abominable contra el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo.
Quien se confiesa sin las debidas disposiciones se confiesa en balde. Para que la confesión sea válida, el pecador debe tener dolor de los pecados y propósito de la enmienda. De nada vale confesarse si tu propósito es seguir viviendo igual y pecando.
Quien vive en pareja homosexual y comete el pecado nefando que Dios abomina, no puede recibir bendición alguna. No se puede bendecir el pecado ni hacer un simulacro de matrimonio entre homosexuales. Quien bendice el pecado y maldice la virtud no puede ser otro que el Anticristo.
Quien apoya toda clase de abusos litúrgicos y prohíbe la misa de siempre – la misa que celebraron durante dos mis años los santos y los mártires – no puede ser otro que alguien movido por Lucifer.
Quien permite que paganos de otras religiones puedan comulgar comete un pecado mortal horrible. Sólo pueden comulgar los creyentes bautizados y en gracia de Dios. Los no bautizados, los que no profesan el credo de la Iglesia y quienes viven en pecado mortal no deben acercarse a comulgar. Y quien los anime a cometer tal sacrilegio más le valdría colgarse una piedra al cuello y tirarse al mar.
Quien iguala la única religión verdadera y el único Dios verdadero con otras religiones falsas es un maldito hereje y un apóstata. Quien no reconoce que Cristo es Dios no tiene nada que ver con nosotros, los católicos.
Quien se preocupa más por la «salvación de la casa común», que es contingente y pasajera, que por la salvación de las almas (que son eternas) será un ecologísta político, un partidario de la Agenda 2030, un fan de la ONU o del Foro de Davos, pero no un verdadero pastor de almas.
22 ¿Quién es el embustero sino el que niega que Jesús es Cristo? Ese es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. 23 Todo el que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre. (1 Jn. 2)
Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. (Hechos 4, 12)
¿Admiten los judíos, los mahometanos, los budistas o los hinduistas a Cristo como único Salvador, como único Dios verdadero? Los que niegan que Cristo es el Señor son el Anticristo. Y nada tenemos que ver con ellos. Lo único que debemos hacer es predicarles a Cristo y procurar su conversión. De ahí lo apremiante de bautizar a todo el mundo. Porque sólo los bautizados que mueren en gracia de Dios se salvarán. No basta con ser buena persona. El Syllabus condena expresamente los siguiente errores:
XV. Todo hombre es libre para abrazar y profesar la religión que guiado de la luz de la razón juzgare por verdadera.
(Letras Apostólicas Multiplices inter, 10 junio 1851)
(Alocución Maxima quidem, 9 junio 1862)XVI. En el culto de cualquiera religión pueden los hombres hallar el camino de la salud eterna y conseguir la eterna salvación.
(Encíclica Qui pluribus, 9 noviembre 1846)
(Alocución Ubi primum, 17 diciembre 1847)
Encíclica Singulari quidem, 17 Marzo 1856)XVII. Es bien por lo menos esperar la eterna salvación de todos aquellos que no están en la verdadera Iglesia de Cristo.
(Alocución Singulari quadam, 9 diciembre 1854)
(Encíclica Quanto conficiamur 17 agosto 1863)
No hay salvación fuera de la Iglesia, que es la nueva Arca de Salvación. Quien afirma que todas las religiones son igualmente queridas por Dios es un hereje y un apóstata: un siervo de Satanás. Quien pretenda convencernos que todas las religiones son iguales y que lo importante es el amor, desconoce que el amor no es la Caridad que procede de Dios y es Dios. Lo importante no es el amor, sino el Amor encarnado en Jesucristo, muerto por nuestros pecados y resucitado de entre los muertos. Quien se niegan a reconocer a Cristo como único salvador es el Anticristo. El Amor de los Amores, la Caridad encarnada es el Corazón traspasado en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Y ese Amor de los amores, esa Caridad, es el Santísimo Sacramento del Altar. Cristo es la Sagrada Hostia consagrada y su Corazón se esconde bajo el velo de las especies eucarísticas. Pero es Él. Es realmente nuestro Señor.
Y al Anticristo, a los herejes, a los apóstatas, a los afeminados y sodomitas que infestan la Iglesia, a los enemigos de Cristo, no se les debe obediencia alguna. Al contrario, debemos resistir y combatir el pecado, venga de donde venga.
Quien pisotea la tradición y desprecia el depósito de la fe es el Anticristo. Quien quiere cambiar la santa doctrina por novedades que niegan los dogmas y cambian la tradición de la Iglesia es el Anticristo. Y quienes siguen al Anticristo son esclavos de Satanás.
El Papa es el Papa. Pero sus pecados son tan intolerables como los míos. Peores aún. Porque a quien mucho se le da, mucho se le exigirá. Por eso hay que rezar por la conversión del Papa Francisco antes de que sea demasiado tarde.
No hay nadie que deba darse por perdido, mientras esté vivo en este mundo: por malo que sea; por depravada que sea su vida; por muy esclavo que sea de sus vicios; por degenerado que sea… Nadie, aunque sea el mayor enemigo de Dios, el ateo más recalcitrante, el hereje más empedernido… Nadie es un caso perdido. Dios quiere que todos se salven.
Santo Tomás añade: «De donde, en cuanto a la culpa, que le hace adversario de Dios, es digno de odio cualquier pecador, aunque se trate del padre, de la madre y de los parientes, como se nos dice en el Evangelio (Lc. 14, 26). Hemos, pues, de odiar en los pecadores lo que tienen de pecadores y amar lo que tienen de hombres, capaces todavía (por el arrepentimiento) de la eterna bienaventuranza. Y esto es amarlos verdaderamente por Dios con amor de caridad».
Nada sin Dios
¡Viva Cristo Rey!