GAUDIUM ET SPES
Gaudium et Spes 22
«El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre».
«Urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar, con muchas tribulaciones, contra el demonio, e incluso de padecer la muerte. Pero, asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, llegará, corroborado por la esperanza, a la resurrección.
Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual».
¿Todos se salvan, aunque sean idólatras, fornicarios, adúlteros, ladrones o explotadores? Entonces, el infierno estaría, efectivamente, vacío. Y la labor de los mártires misioneros ha sido, es y será una verdadera estupidez. Porque ya no hace falta predicar el evangelio. El proselitismo está prohibido, porque todas las religiones conducen a Dios:
«La libertad es un derecho de toda persona: todos disfrutan de la libertad de credo, de pensamiento, de expresión y de acción. El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos. Esta Sabiduría Divina es la fuente de la que proviene el derecho a la libertad de credo y a la libertad de ser diferente. Por esto se condena el hecho de que se obligue a la gente a adherir a una religión o cultura determinada, como también de que se imponga un estilo de civilización que los demás no aceptan». Documento de Abu Dabi sobre la fraternidad humana firmado por el Papa Francisco el 4 de febrero de 2019.
Y el 13 de septiembre de 2024, el Papa se reafirma en su herejía indiferentista y universalista:
«Todas las religiones son un camino para llegar a Dios».
Las religiones son «distintos lenguajes» para llegar a Dios ya que «Dios es Dios y es Dios para todos y todos somos hijos de Dios», agregó el Papa.
Y yo me pregunto, ¿de qué Dios? ¿Del Dios que es Jesucristo? ¿Seguro que los musulmanes aceptan la divinidad de Cristo y la Santísima Trinidad? ¿Y los hinduistas o los budistas? ¿Están todos asociados de una manera que solo Dios conoce al misterio pascual? ¿El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre? ¿Se puede salvar alguien sin el bautismo ni la fe en Jesucristo? ¿Sin estar limpio del pecado original y sin tener acceso a la confesión y la comunión en la Eucaristía, un antropófago de Nueva Guinea Papúa se puede salvar igualmente?
La insistencia del Papa Francisco en la fraternidad universal, en la prohibición del proselitismo y la idea de que todas las religiones son un camino para llegar a Dios, casan perfectamente con la filosofía masónica y con el culto al Gran Arquitecto.
Pero sigamos con Gaudium et Spes:
20. Con frecuencia, el ateísmo moderno reviste también la forma sistemática, la cual, dejando ahora otras causas, lleva el afán de autonomía humana hasta negar toda dependencia del hombre respecto de Dios. Los que profesan este ateísmo afirman que la esencia de la libertad consiste en que el hombre es el fin de sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia. Lo cual no puede conciliarse, según ellos, con el reconocimiento del Señor, autor y fin de todo, o por lo menos tal afirmación de Dios es completamente superflua. El sentido de poder que el progreso técnico actual da al hombre puede favorecer esta doctrina.
25. La índole social del hombre demuestra que el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la propia sociedad están mutuamente condicionados, porque el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana.
Esto es Personalismo puro y duro. Y su origen está en Kant.

Cita del Catecismo de Mons. Schneider.
«El principio, el sujeto y el fin es y debe ser la persona humana». He ahí el aggionamento que pretendía el Concilio Vaticano II: cambiar la filosofía tomista por la filosofía moderna, que surge con la Ilustración y desarrolla el amigo Kant (que Dios se apiade de él). Y la filosofía moderna que se introdujo sibilinamente en la Iglesia para darnos gato por liebre, se llama Personalismo. Este antropocentrismo proviene de la Ilustración y de Kant, uno de los mayores enemigos del catolicismo.
Dios es el único fin del hombre.
Pero en este nuevo paradigma que pretenden implantar las altas jerarquías de la Iglesia, resuenan de manera límpida los conceptos de la fraternidad y de la religión universales de la Masonería.
La Masonería infiltrada en la Iglesia Jerárquica
El Gran Oriente Nacional de España en su Constitución de 1890, publicada en 1893, se autodefine diciendo que «la Francmasonería no es una religión positiva, ni una escuela filosófica, ni un partido político. Rechaza todo exclusivismo, y su doctrina y sus principios son universales, con los dogmas, principios y doctrinas de todas las religiones, de todas las escuelas, de todos los partidos. Reconoce y proclama la armonía de los mundos, creada y sostenida por el Gran Arquitecto del Universo. El Gran Arquitecto es causa eterna, ley primordial y suprema razón del Universo. Es eterno, y eternamente trabaja». Respecto a la finalidad de la Masonería se lee en dicha Constitución que consiste «en promover la civilización, ejerce la beneficencia y tiende a purificar el corazón, mejorando las costumbres y combatiendo el vicio; mantiene el honor en los sentimientos y disipa la ignorancia y el error, propagando la ilustración en todas las clases sociales».
La masonería se apoya en un fuerte sentimiento religioso, pues no pueden admitir a nadie que no declare creer en Dios, y para que ese Dios cubra todas las religiones –pues la masonería es universal– le llaman “Gran Hacedor del Universo”. Sus reuniones no son válidas si no invocan al principio y al final de las sesiones al Gran Arquitecto del Universo, es decir, a Dios, y sobre el ara de sus templos el libro de cada religión; en el caso de España, la Biblia. Por tanto, rechazan totalmente el ateísmo».
La Masonería no tiene en mente creer en el único Dios verdadero; por el contrario, cada hombre debe «actuar con valor, fidelidad y devoción a su Dios». La masonería enseña la existencia de un «Ser Supremo», sea quien sea: el dios del islam, del hinduismo o de cualquier otra religión. Las creencias antibíblicas de la masonería están parcialmente ocultas por una supuesta compatibilidad con la fe cristiana.
El proceso mismo de unirse a una logia requiere que los aprendices ignoren la exclusividad de Jesucristo como Señor y Salvador. La masonería se enfoca en las buenas obras para lograr la superación personal: «Al regresar a la logia, presenciar los grados y convertirse en parte activa de la comunidad masónica, un hombre puede convertirse en un mejor hombre».
La Biblia es sólo uno de los siete Volúmenes de Ley Sagrada (VLS) que se usan comúnmente, y todos ellos se consideran igualmente importantes: «El Libro Sagrado de cualquier religión puede usarse como VLS, siempre que enseñe y sus adherentes crean en un Ser Supremo«. La Biblia es un libro importante, pero sólo en lo que respecta a los miembros que dicen ser cristianos. La Biblia no se considera la Palabra exclusiva de Dios ni la única revelación que Dios hace de sí mismo.
Para la Masonería, todos los miembros deben creer en una deidad. Las diferentes religiones reconocen al mismo Dios, pero le dan nombres diferentes. La masonería acepta a personas de todas las religiones. Aunque utilicen diferentes nombres para el «Innombrable de los cien nombres», están orando al único Dios y Padre de todos. Manly Hall, masón de grado 33, escribió: «El verdadero masón no está atado a ningún credo. Se da cuenta, con la iluminación divina de su logia, que como masón su religión debe ser universal: Cristo, Buda o Mahoma, el nombre significa poco, porque él sólo reconoce la luz y no al portador«. No hay exclusividad en Jesucristo ni en el Dios Trino que es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. A Jesús se le iguala a personas en las religiones paganas: «Los hindúes lo llamaban Krishna; los chinos, Kioun-tse; los persas, Sosiosch; los caldeos, Dhouvanai; los egipcios, Horus; Platón, Amor; los escandinavos, Balder; los cristianos, Jesús; los masones, Hiram«.
Mediante símbolos y emblemas, los masones enseñan que el hombre no es pecador, sino que está en un proceso de autosuperación. Cuando un cristiano hace el juramento de la masonería, está jurando las siguientes doctrinas que Dios ha declarado falsas:
1. La salvación se puede obtener por las buenas obras del hombre.
2. Jesús es sólo uno de muchos profetas igualmente sabios.
3. Se encamina a la logia en la oscuridad espiritual y la ignorancia (la Biblia dice que los cristianos son hijos de la luz).
4. El Gran Arquitecto del Universo es representante de todos los dioses en todas las religiones.
Al hacer el juramento masónico y participar en los rituales de la logia, los cristianos están propagando un evangelio falso. Incluso si el masón cristiano conoce la verdad y cree en Cristo. «La masonería es una herejía que se alinea fundamentalmente con la herejía arriana». El presidente de la Pontificia Academia de Teología vuelve a explicar claramente a los medios vaticanos el carácter incompatible entre la Iglesia católica y la masonería. «Al fin y al cabo – afirma monseñor Antonio Staglianò – fue precisamente Arrio quien imaginó que Jesús era un Gran Arquitecto del Universo (como la masonería considera al Ser Supremo, negando la divinidad de Cristo. Por eso el Concilio de Nicea, del que pronto celebraremos los 1.700 años, afirma con fuerza la verdad sobre Jesús, que es engendrado y no creado, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios Verdadero de Dios Verdadero». El presidente de la Pontificia Academia de Teología vuelve a explicar claramente a los medios vaticanos el carácter incompatible entre la Iglesia católica y la masonería. Al ser miembro de una organización sincretista, el cristiano ha comprometido seriamente su testimonio.
Por otro lado la masonería, en su deseo utópico de fraternidad universal entre todos los pueblos, razas y colores, entre ricos y pobres, fuertes y débiles, es normal que haya tenido que combatir la intolerancia, el fanatismo, la superstición, así como la violencia, la injusticia, la guerra…; es decir, por conseguir esa paz ideal, fruto de la fraternidad y de la tolerancia.
Henri Dunant dedicó su vida y su fortuna a conseguir la adopción de medidas para mitigar la crueldad de la guerra. A él se debe la Convención de Ginebra de la que salió el acuerdo de fundar la Cruz Roja Internacional. Aunque no hay constancia documental de que de Henri Dunant fuera masón, una tradición mantenida fielmente hasta hoy día lo considera como tal.
Al igual que la obra cumbre de Henri Dunant, la Cruz Roja, otras instituciones supranacionales, como los Boy-Scouts, los Juegos Olímpicos, la Conferencia de Paz de La Haya, la Sociedad de Naciones, la Primera Internacional, la ONU, etc. tradicionalmente se vienen vinculando a la masonería en unos casos con más acierto y fidelidad histórica que en otros. Así, por ejemplo, consta de la activa participación de masones, y masones cualificados, en el apoyo a las Conferencias de Paz de La Haya, a la Sociedad de Naciones y Primera Internacional, siendo menos claro —al menos en su fundación— el caso de los Boy-Scouts, los Juegos Olímpicos y la ONU, si bien en todos los casos el ideario que impregna todas estas instituciones está basado en el mismo que desde sus orígenes defiende la masonería universal, es decir, en la fraternidad entre los pueblos por encima de razas, naciones y creencias religiosas, el pacifismo a ultranza, la universalidad y defensa de los derechos del hombre, del ciudadano y de los pueblos; la igualdad social y defensa del oprimido, perseguido y encarcelado; la libertad, base indispensable de la convivencia fraternal; la justicia sin paliativos; la formación integral del hombre; y finalmente el antibelicismo que permita llegar a través del desarme y el arbitraje internacional a esa Paz.
«La libertad es un derecho de toda persona: todos disfrutan de la libertad de credo, de pensamiento, de expresión y de acción. El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos. Esta Sabiduría Divina es la fuente de la que proviene el derecho a la libertad de credo y a la libertad de ser diferente. Por esto se condena el hecho de que se obligue a la gente a adherir a una religión o cultura determinada, como también de que se imponga un estilo de civilización que los demás no aceptan». ¿Esta no es la doctrina masónica? Pues es lo mismo que ha firmado el Papa Francisco en Abu Dabi.
¿Es el Papa Francisco masón? ¿Y sus cardenales más allegados?
La visión masónica del Gran Arquitecto del Universo es irreconciliable con la persona divina de la revelación cristiana. Así, para la Masonería, Jesús no es Dios, sino más bien un personaje más de la larga historia de los iniciados que trazaron el camino que la humanidad debe seguir para alcanzar su progresiva emancipación y encontrar su dignidad. Rama, Zaratustra, Krishna, Buda, Hermes, Orfeo, Pitágoras, Platón, Lao Tse, Confucio, Moisés, Jesús, Mahoma dieron su palabra al mundo tomándola de las enseñanzas iniciáticas de los más remotos misterios. Como puede verse, para la doctrina masónica Cristo es considerado solo un gran iniciado, a la altura de Moisés o incluso a la altura de una figura mitológica como la de Orfeo.
¿Es ese el dios al que se refiere el Papa Francisco? ¿El Gran Arquitecto? ¿Es la fraternidad masónica la que aparece en el documento de Abu Dabi? ¿La fraternidad entre los pueblos por encima de razas, naciones y creencias religiosas, el pacifismo a ultranza, la universalidad y defensa de los derechos del hombre, del ciudadano y de los pueblos; la igualdad social y defensa del oprimido, perseguido y encarcelado; la libertad, base indispensable de la convivencia fraternal; la justicia sin paliativos; la formación integral del hombre; y finalmente el antibelicismo que permita llegar a través del desarme y el arbitraje internacional a esa Paz, no es lo mismo que predican Francisco y la masonería? La conclusión tiene que ser forzosamente que una de dos: o Francisco es Masón o, como mínimo, sigue la misma filosofía de la masonería. De ahí su intento denodado por acabar con la Iglesia, con el depósito de la fe, con la tradición… Por eso su empeño en que todos se salvan y de que el infierno está vacío.
Ha habido, y seguramente habrá, clérigos de distintas dignidades que pertenecen a la Masonería. Puede que estén de buena fe, pero están de ese modo al margen de la FE cristiana. La Iglesia siempre lo ha dejado bien claro, pero algunos se empeñan en navegar entre dos aguas. Al final es la barca la que zozobra. ¿Quién hay detrás de esta apostasía tan generalizada que estamos contemplando? Sin duda el demonio que tiene una enorme capacidad de engañar a los ingenuos.
La masonería es una ideología que actúa contra Cristo, contra la verdadera iglesia cristiana y contra los verdaderos cristianos; es uno de los brazos activos de Satanás, Lucifer o el anticristo, es un mal y para vencer el mal hay que conocerlo y reconocerlo.
Los libros masónicos manejados por miembros de grados 32 y 33 enseñan que Jesús es mentiroso y Lucifer es el verdadero Dios. En las logias masónicas enseñan a odiar a Cristo y a su Iglesia. La masonería practica el satanismo y los masones del grado 29º son obligados a pisar y escupir una cruz, jurar lealtad y adorar a Baphomet, un símbolo satánico que tiene cabeza de macho cabrío y pecho de mujer.
Varios exmasones del grado 33 explican su participación en una ceremonia masónica, llamada comunión negra. Los participantes son invitados a jurar que no volverán a convertirse al cristianismo, insultando a Jesús y a su Madre, la Virgen María. Los juramentos masónicos se hacen en presencia de varios maestros masones, mirando a la Biblia, un compás y una escuadra.
Aggiornamento: el Personalismo Liberal
“Libertad sugiere independencia, apertura, autonomía, capacidad de elección, poder, querer, amor, voluntad. Soy libre cuando elijo y cuando puedo elegir; soy libre porque mi voluntad lo es; por ser libre puedo amar y por ser libre soy responsable. Libertad es también apertura ante lo nuevo y falta de constricción: no estar ligado por vínculos ni por cadenas materiales, por supuesto, pero tampoco espirituales”. Este es el concepto de libertad de los personalistas: una libertad sin constricciones morales; o sea, la libertad liberal pura y dura.
El hombre no debe sujetarse a la voluntad de Dios. ¿No recuerda esto al “non serviam” luciferino? El personalismo asume la ideología y los principios liberales y se convierte en la justificación del agnosticismo y de la libertad religiosa liberal. El Personalismo parte de la centralidad de la persona, ocupando el lugar que solo le corresponde a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Y aparece el concepto de “autodeterminación”. Burgos, citando a Karol Wojtila, señala que “la libertad es sobre todo y fundamentalmente, autodeterminación de la persona a través de sus acciones. La libertad es la capacidad que tiene la persona de disponer de sí misma y de decidir su destino a través de sus acciones. Este es el núcleo de la libertad, su estructura esencial”.
Y continúa el doctor Burgos:
“Para comprender la autodeterminación resulta necesario partir de una serie de conceptos previos: el primero es el de autoposesión. Autoposesión significa que la persona es dueña de sí, independiente y autónoma, y no está radicalmente a disposición de otro, sino de sí misma”.
“La persona es libre porque depende de sí misma y depende de sí misma porque se autoposee”. En cambio, los católicos creemos firmemente que la persona es libre porque depende en todo de Dios y cuanto más unidos estamos a Dios, más libres seremos. Nuestra vida está permanentemente en las manos de nuestro Creador y Señor.
El Personalismo es una suerte de filosofía antropocéntrica, que, supuestamente, trata de casar el pensamiento cristiano con la filosofía moderna, de raíz kantiana, como el propio Juan Manuel Burgos reconoce. Pero hacer la cuadratura del círculo es un ejercicio imposible. Y cuando el personalismo se plantea las preguntas sobre el sentido de la vida, la muerte, la felicidad o el sufrimiento, se queda mudo. Porque el personalismo, en su pretensión científica y experimental, que parte de la reflexión sobre el hombre y su vida, prescinde de la verdad revelada, prescinde de los conceptos de “pecado” o de “gracia”. Y por ello acaba en un callejón sin salida. Solo podemos intuir. Pero no saber. “¿Cuál es realmente el sentido último de la vida del hombre? ¿Qué sucede al morir: desaparecemos o permanecemos? ¿Adónde va la persona que muere? ¿Existe un más allá? ¿Qué lugar ocupa Dios en la vida del hombre?” A todas estas preguntas trata de responder el personalismo sin conseguirlo.
Ante el problema del dolor, Burgos señala que la reflexión filosófica “quizá puede dar razón de algún dolor en particular, pero de los grandes dramas que asolan a individuos y a pueblos resulta muy difícil, por no decir imposible, encontrar justificación racional”.
Ante el problema de la felicidad: “lo que buscamos de modo definitivo es la felicidad. Y es última también por su dificultad de alcanzarla – el dolor siempre acecha – y por la dificultad de determinar exactamente en qué consiste o dónde está”.
“La pregunta esencial: ¿por qué y para qué vivimos? ¿Cuál es el sentido de nuestra existencia? […] ¿Qué busco yo con mi vida, con toda mi vida? ¿Tiene sentido y en qué medida?” El profesor Burgos señala que “puesto que poseemos un núcleo espiritual no corruptible, podemos intuir que Alguien ha debido crearnos tal como somos. Pero, ¿hasta qué punto podemos estar seguros de ello? Y ¿quién o cómo es ese Alguien?”
La pregunta sobre Dios es respondida acudiendo a argumentos estadísticos. Veámoslo:
“¿Existe Dios? En realidad, y aunque, por el medio cultural que nos rodea, estemos inclinados a pensar lo contrario, la respuesta a esa cuestión es poco problemática. La abrumadora mayoría de los hombres a lo largo de todas las épocas – incluyendo a muchas de las inteligencias más eminentes – la ha contestado de manera afirmativa. Lo mismo sucede en la nuestra, aunque con algunos rasgos peculiares debido a la existencia de un importante proceso de secularización. Pero a pesar de ello, el porcentaje de personas que se declaran ateas sigue siendo bajo porque hay tantas cosas en el mundo – comenzando por el mismo hombre – que no se explican ni se justifican por sí mismas, que la existencia de un ser superior que dé cuenta de ellas se impone con rotundidad a la inteligencia”.
El caso es que no sabemos si Dios existe ni cómo es Dios. “Todos esos interrogantes plantean temas que se colocan en el límite o más bien, fuera del campo de posibilidades de respuesta de la inteligencia humana generando un poderoso sentimiento de incertidumbre, indigencia y fragilidad”. Y cita Burgos un dicho de la Edad Media que sintetiza esa dificultad:
“Vengo, mas no sé de dónde. Soy, mas no sé quién. Moriré, mas no sé cuándo. Camino, mas no sé hacia dónde. Me extraña que esté contento”.
Y añade:
“La datación medieval de este dicho nos informa, además, sobre otra cuestión: la escasa influencia que tiene el tiempo en la capacidad humana de respuesta a estos problemas. Mientras en otros ámbitos, como los tecnológicos y prácticos, los avances son increíbles y espectaculares, en el terreno de las preguntas esenciales nos encontramos prácticamente en el mismo lugar que nuestros predecesores. Los enigmas son los mismos y la dificultad para responderlos, muy similar.”
Esta afirmación, obviamente, me devuelve al comienzo de este apartado. Dice Burgos:
“Nos encontramos así con una situación muy peculiar y paradójica. La persona sabe que existen una serie de asuntos claves para orientar su vida y, sin embargo, es incapaz de resolverlos. Y esto no solo de manera coyuntural, sino, por decirlo así, estructural, es decir, no se trata de que yo, ahora, en este momento, no sepa responderlas, sino que, probablemente, ningún hombre será capaz de responderlas nunca.”
Y ante este callejón sin salida, Burgos presenta cuatro posibilidades:
1.- El materialismo cientifista: el hombre es solo materia, un pura realidad biológica.
2.- El Carpe Diem: la salida hedonista. Lo sensato y razonable es disfrutar (aunque la realidad del dolor y de la muerte acaba más pronto que tarde con la fiesta vitalista).
3.- Heidegger: el hombre es un ser para la muerte. Con la muerte acaba todo, el hombre y sus problemas y su angustia existencial. (No se diferencia mucho de la opción 1, dicho sea de paso…).
4.- La cuarta postura posible, según Burgos, “es la que han adoptado la inmensa mayoría de los hombres y de las culturas: la religiosa”.
Acabáramos: por estadística, una vez más, lo sensato es apostar por las religiones como la mejor alternativa para orientar la existencia y encontrar respuestas a las preguntas clave sobre el sentido de la vida. Y después de explicar el concepto de religión, Burgos se plantea un problema (otro): “¿Cuál, de todas las religiones que existen, es la que responde realmente a la verdad de las cosas, a lo que Dios y el hombre son?”
Señala Burgos que “el ateísmo y el agnosticismo son posturas posibles pues las cuestiones últimas no están al alcance directo de nuestra inteligencia. Pero al mismo tiempo hay que añadir que son posturas minoritarias y débiles”. Vuelve de nuevo a la cuestión de las mayorías y las minorías para justificar sus tesis, como si la verdad fuera una cuestión estadística: “las manifestaciones de la existencia de un Ser Superior se han considerado abrumadoras por la mayoría de la humanidad incluyendo en ella a los filósofos y pensadores (¡tiene que acabar acudiendo al argumento de autoridad!). Por eso la actitud antropológica adecuada es la búsqueda de la verdadera religión, que debe consistir necesariamente un objeto central en la vida de cada persona y al que no se debe renunciar más que cuando los esfuerzos que se hayan empeñado no den manifiestamente ningún fruto”.
“Además – concluye Burgos – la dificultad que supone la multiplicidad de religiones tampoco debe desorbitarse. En la práctica, cada persona tiene frente a sí un número muy limitado de religiones que son las que debe valorar y a las que tiene que dar o no su asentimiento. El error es, ciertamente, posible, pero eso ocurre también en otros ámbitos de la vida, como la moral. También el hombre se enfrenta a diversas opciones morales ante las que tiene que tomar una decisión”.
El rey está desnudo. La antropología personalista acaba reconociendo que para responder a las preguntas por el sentido de la vida hay que acudir a las religiones y que cada uno debe buscar la que le parezca verdadera. Pero su pretensión científica y experimental no le permite al filósofo decantarse por ninguna de ellas. Que cada uno busque: tampoco hay tantas…
Y esta filosofía existencialista, que no da respuesta a las preguntas por el origen ni por el fin del ser humano; ni responde al dolor o el anhelo de felicidad; ni a si hay algo o no hay nada después de la muerte; ni a si hay Dios o no hay nada; ni a si existe una religión verdadera… ¿Qué me aporta? Yo me quedo con la filosofía tomista; o lo que es lo mismo, con la doctrina cristiana.
En resumen, el hombre, para el personalismo, es libre de ser ateo, agnóstico o de profesar la religión que mejor le parezca. El hombre se autoposee y es dueño de sí mismo. Y se niega la dependencia de Dios y de su Ley Sagrada Universal. El hombre no está en manos de Dios sino en sus propias manos.
LIBERTAS PRAESTANTISSIMUM DEL SUMO PONTÍFICE LEÓN XIII SOBRE LA LIBERTAD Y EL LIBERALISMO
Libertad de cultos
15. Para dar mayor claridad a los puntos tratados es conveniente examinar por separado las diversas clases de libertad, que algunos proponen como conquistas de nuestro tiempo. En primer lugar examinemos, en relación con los particulares, esa libertad tan contraria a la virtud de la religión, la llamada libertad de cultos, libertad fundada en la tesis de que cada uno puede, a su arbitrio, profesar la religión que prefiera o no profesar ninguna. Esta tesis es contraria a la verdad. Porque de todas las obligaciones del hombre, la mayor y más sagrada es, sin duda alguna, la que nos manda dar a Dios el culto de la religión y de la piedad. Este deber es la consecuencia necesaria de nuestra perpetua dependencia de Dios, de nuestro gobierno por Dios y de nuestro origen primero y fin supremo, que es Dios. Hay que añadir, además, que sin la virtud de la religión no es posible virtud auténtica alguna, porque la virtud moral es aquella virtud cuyos actos tienen por objeto todo lo que nos lleva a Dios, considerado como supremo y último bien del hombre; y por esto, la religión, cuyo oficio es realizar todo lo que tiene por fin directo e inmediato el honor de Dios[9], es la reina y la regla a la vez de todas las virtudes. Y si se pregunta cuál es la religión que hay que seguir entre tantas religiones opuestas entre sí, la respuesta la dan al unísono la razón y naturaleza: la religión que Dios ha mandado, y que es fácilmente reconocible por medio de ciertas notas exteriores con las que la divina Providencia ha querido distinguirla, para evitar un error, que, en asunto de tanta trascendencia, implicaría desastrosas consecuencias. Por esto, conceder al hombre esta libertad de cultos de que estamos hablando equivale a concederle el derecho de desnaturalizar impunemente una obligación santísima y de ser infiel a ella, abandonando el bien para entregarse al mal. Esto, lo hemos dicho ya, no es libertad, es una depravación de la libertad y una esclavitud del alma entregada al pecado.
16. Considerada desde el punto de vista social y político, esta libertad de cultos pretende que el Estado no rinda a Dios culto alguno o no autorice culto público alguno, que ningún culto sea preferido a otro, que todos gocen de los mismos derechos y que el pueblo no signifique nada cuando profesa la religión católica. Para que estas pretensiones fuesen acertadas haría falta que los deberes del Estado para con Dios fuesen nulos o pudieran al menos ser quebrantados impunemente por el Estado. Ambos supuestos son falsos. Porque nadie puede dudar que la existencia de la sociedad civil es obra de la voluntad de Dios, ya se considere esta sociedad en sus miembros, ya en su forma, que es la autoridad; ya en su causa, ya en los copiosos beneficios que proporciona al hombre. Es Dios quien ha hecho al hombre sociable y quien le ha colocado en medio de sus semejantes, para que las exigencias naturales que él por sí solo no puede colmar las vea satisfechas dentro de la sociedad. Por esto es necesario que el Estado, por el mero hecho de ser sociedad, reconozca a Dios como Padre y autor y reverencie y adore su poder y su dominio. La justicia y la razón prohíben, por tanto, el ateísmo del Estado, o, lo que equivaldría al ateísmo, el indiferentismo del Estado en materia religiosa, y la igualdad jurídica indiscriminada de todas las religiones. Siendo, pues, necesaria en el Estado la profesión pública de una religión, el Estado debe profesar la única religión verdadera, la cual es reconocible con facilidad, singularmente en los pueblos católicos, puesto que en ella aparecen como grabados los caracteres distintivos de la verdad. Esta es la religión que deben conservar y proteger los gobernantes, si quieren atender con prudente utilidad, como es su obligación, a la comunidad política. Porque el poder político ha sido constituido para utilidad de los gobernados. Y aunque el fin próximo de su actuación es proporcionar a los ciudadanos la prosperidad de esta vida terrena, sin embargo, no debe disminuir, sino aumentar, al ciudadano las facilidades para conseguir el sumo y último bien, en que está la sempiterna bienaventuranza del hombre, y al cual no puede éste llegar si se descuida la religión.
20 de junio de 1888
CARTA ENCÍCLICA MIT BRENNENDER SORGE DEL SUMO PONTÍFICE PÍO XI
Nuestro Dios es el Dios personal, trascendente, omnipotente, infinitamente perfecto, único en la trinidad de las personas y trino en la unidad de la esencia divina, creador del universo, señor, rey y último fin de la historia del mundo, el cual no admite, ni puede admitir, otras divinidades junto a sí.
Este Dios ha dado sus mandamientos de manera soberana, mandamientos independientes del tiempo y espacio, de región y raza. Como el sol de Dios brilla indistintamente sobre el género humano, así su ley no reconoce privilegios ni excepciones. Gobernantes y gobernados, coronados y no coronados, grandes y pequeños, ricos y pobres, dependen igualmente de su palabra. De la totalidad de sus derechos de Creador dimana esencialmente su exigencia de una obediencia absoluta por parte de los individuos y de toda la sociedad. Y esta exigencia de una obediencia absoluta se extiende a todas las esferas de la vida, en las que cuestiones de orden moral reclaman la conformidad con la ley divina y, por esto mismo, la armonía de los mudables ordenamientos humanos con el conjunto de los inmutables ordenamientos divinos.
18. La fe en Dios no se mantendrá por mucho tiempo pura e incontaminada si no se apoya en la fe de Jesucristo. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo (Lc 10,22). Esta es la vida eterna, que te reconozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo (Jn 17,3). A nadie, por lo tanto, es lícito decir: Yo creo en Dios, y esto es suficiente para mi religión. La palabra del Salvador no deja lugar a tales escapatorias: El que niega al Hijo tampoco tiene al Padre; el que confiesa al Hijo tiene también al Padre (1Jn 2,23).
19. En Jesucristo, Hijo encarnado de Dios, apareció la plenitud de la revelación divina: Muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los profetas; últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo (Heb 1,1-2). Los libros santos del Antiguo Testamento son todos palabra de Dios, parte sustancial de su revelación. Conforme al desarrollo gradual de la revelación, en ellos aparece el crepúsculo del tiempo que debía preparar el pleno mediodía de la Redención. En algunas partes se habla de la imperfección humana, de su debilidad y del pecado, como no puede suceder de otro modo cuando se trata de libros de historia y legislación. Aparte de otros innumerables rasgos de grandeza y de nobleza, hablan de la tendencia superficial y materialista que se manifestaba reiteradamente a intervalos en el pueblo de la Antigua Alianza, depositario de la revelación y de las promesas de Dios. Pero cualquiera que no esté cegado por el prejuicio o por la pasión no puede menos de notar que lo que más luminosamente resplandece, a pesar de la debilidad humana de que habla la historia bíblica, es la luz divina del camino de la salvación, que triunfa al fin sobre todas las debilidades y pecados. Y precisamente sobre este fondo, con frecuencia sombrío, la pedagogía de la salvación eterna se ensancha en perspectivas, las cuales a un tiempo dirigen, amonestan, sacuden, consuelan y hacen felices. Sólo la ceguera y el orgullo pueden hacer cerrar los ojos ante los tesoros de saludables enseñanzas encerrados en el Antiguo Testamento. Por eso, el que pretende desterrar de la Iglesia y de la escuela la historia bíblica y las sabias enseñanzas del Antiguo Testamento, blasfema la palabra de Dios, blasfema el plan de la salvación dispuesto por el Omnipotente y erige en juez de los planes divinos un angosto y mezquino pensar humano. Ese tal niega la fe en Jesucristo, nacido en la realidad de su carne, el cual tomó la naturaleza humana de un pueblo que más tarde había de crucificarle. No comprende nada del drama mundial del Hijo de Dios, el cual al crimen de quienes le crucificaban opuso, en calidad de Sumo Sacerdote, la acción divina de la muerte redentora, dando de esta forma al Antiguo Testamento su cumplimiento, su fin y su sublimación en el Nuevo Testamento.
20. La revelación, que culminó en el Evangelio de Jesucristo, es definitiva y obligatoria para siempre, no admite complementos de origen humano, y mucho menos sucesiones o sustituciones por revelaciones arbitrarias. Desde que Cristo, el Ungido del Señor, consumó la obra de la redención, quebrantando el dominio del pecado y mereciéndonos la gracia de llegar a ser hijos de Dios, desde aquel momento no se ha dado a los hombres ningún otro nombre bajo el cielo, para conseguir la bienaventuranza, sino el nombre de Jesucristo (Hech 4,12). Por más que un hombre encarnara en sí toda la sabiduría, todo el poder y toda la pujanza material de la tierra, no podría asentar fundamento diverso del que Cristo ha puesto (1Cor 3,11). En consecuencia, aquel que con sacrílego desconocimiento de la diferencia esencial entre Dios y la criatura, entre el Hombre-Dios y el simple hombre, osase poner al nivel de Cristo, o peor aún, sobre Él o contra El, a un simple mortal, aunque fuese el más grande de todos los tiempos, sepa que es un profeta de fantasías a quien se aplica espantosamente la palabra de la Escritura: El que mora en los cielos se burla de ellos (Sal 2,4).
21. La fe en Jesucristo no permanecerá pura e incontaminada si no está sostenida y defendida por la fe en la Iglesia, columna y fundamento de la verdad (1Tim 3,15). Cristo mismo, Dios eternamente bendito, ha erigido esta columna de la fe; su mandato de escuchar a la Iglesia (cf. Mt 18,17) y recibir por las palabras y los mandatos de la Iglesia sus mismas palabras y sus mismos mandatos (cf. Lc 10,16), tiene valor para todos los hombres de todos los tiempos y de todas las regiones. La Iglesia, fundada por el Salvador, es única para todos los pueblos y para todas las naciones: y bajo su bóveda, que cobija, como el firmamento, al universo entero, hallan puesto y asilo todos los pueblos y todas las lenguas, y pueden desarrollarse todas las propiedades, cualidades, misiones y cometidos, que han sido señalados por Dios creador y salvador a los individuos y a las sociedades humanas. El corazón materno de la Iglesia es tan generoso, que ve en el desarrollo de tales peculiaridades y cometidos particulares, conforme al querer de Dios, la riqueza de la variedad, más bien que el peligro de escisiones: se goza con el elevado nivel espiritual de los individuos y de los pueblos, descubre con alegría y santo orgullo materno en sus genuinas actuaciones los frutos de educación y de progreso, que bendice y promueve siempre que lo puede hacer en conciencia. Pero sabe también que a esta libertad le han sido señalados límites por disposición de la Divina Majestad, que ha querido y ha fundado esta Iglesia como unidad inseparable en sus partes esenciales. El que atenta contra esta intangible unidad, quita a la esposa de Cristo una de las diademas con que Dios mismo la ha coronado; somete el edificio divino, que descansa en cimientos eternos, a la revisión y a la transformación por parte de arquitectos a quienes el Padre celestial no ha concedido poder alguno.
Se ha llegado ya a tal punto, que está en juego el último fin y el más alto, la salvación, o la condenación; y en este caso, como único camino de salvación para el creyente, queda la senda de un generoso heroísmo. Cuando el tentador o el opresor se le acerque con las traidoras insinuaciones de que salga de la Iglesia, entonces no habrá más remedio que oponerle, aun a precio de los más graves sacrificios terrenos, la palabra del Salvador: Apártate de mí, Satanás, porque está escrito: al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo darás culto (Mt 4,10; Lc 4,8). A la Iglesia, por el contrario, deberá dirigirle estas palabras: ¡Oh tú, que eres mi madre desde los días de mi infancia primera, mi fortaleza en la vida, mi abogada en la muerte, que la lengua se me pegue al paladar si yo, cediendo a terrenas lisonjas o amenazas, llegase a traicionar las promesas de mi bautismo! Finalmente, aquellos que se hicieron la ilusión de poder conciliar con el abandono exterior de la Iglesia la fidelidad interior a ella, adviertan la severa palabra del Señor: El que me negare delante de los hombres, será negado ante los ángeles de Dios (Lc 12,9).
30. El pecado original es la culpa hereditaria, propia, aunque no personal, de cada uno de los hijos de Adán, que en él pecaron (cf. Rom 5,12); es pérdida de la gracia —y, consiguientemente, de la vida eterna— con la propensión al mal, que cada cual ha de sofocar por medio de la gracia, de la penitencia, de la lucha y del esfuerzo moral. La pasión y muerte del Hijo de Dios redimió al mundo de la maldita herencia del pecado y de la muerte. La fe en estas verdades, hechas hoy objeto de vil escarnio por parte de los enemigos de Cristo en vuestra patria, pertenece al inalienable depósito de la religión cristiana.
31. La cruz de Cristo, aunque su solo nombre haya llegado a ser para muchos locura y escándalo (cf 1Cor 1,23), sigue siendo para el cristiano la señal sacrosanta de la redención, la bandera de la grandeza y de la fuerza moral. A su sombra vivimos, besándola morimos; sobre nuestro sepulcro estará como pregonera de nuestra fe, testigo de nuestra esperanza, aspiración hacia la vida eterna.
34. Sobre la fe en Dios, genuina y pura, se funda la moralidad del género humano. Todos los intentos de separar la doctrina del orden moral de la base granítica de la fe, para reconstruirla sobre la arena movediza de normas humanas, conducen, pronto o tarde, a los individuos y a las naciones a la decadencia moral. El necio que dice en su corazón: No hay Dios, se encamina a la corrupción moral (Sal 13[14],1). Y estos necios, que presumen separar la moral de la religión, constituyen hoy legión. No se percatan, o no quieren percatarse, de que, el desterrar de las escuelas y de la educación la enseñanza confesional, o sea, la noción clara y precisa del cristianismo, impidiéndola contribuir a la formación de la sociedad y de la vida pública, es caminar al empobrecimiento y decadencia moral. Ningún poder coercitivo del Estado, ningún ideal puramente terreno, por grande y noble que en sí sea, podrá sustituir por mucho tiempo a los estímulos tan profundos y decisivos que provienen de la fe en Dios y en Jesucristo. Si al que es llamado a las empresas más arduas, al sacrificio de su pequeño yo en bien de la comunidad, se le quita el apoyo moral que le viene de lo eterno y de lo divino, de la fe ennoblecedora y consoladora en Aquel que premia todo bien y castiga todo mal, el resultado final para innumerables hombres no será ya la adhesión al deber, sino más bien la deserción. La observancia concienzuda de los diez mandamientos de la ley de Dios y de los preceptos de la Iglesia —estos últimos, en definitiva, no son sino disposiciones derivadas de las normas del Evangelio—, es para todo individuo una incomparable escuela de disciplina orgánica, de vigorización moral y de formación del carácter. Es una escuela que exige mucho, pero no más de lo que podemos. Dios misericordioso, cuando ordena como legislador: «Tú debes», da con su gracia la posibilidad de ejecutar su mandato. El dejar, por consiguiente, inutilizadas las energías morales de tan poderosa eficacia o el obstruirles a sabiendas el camino en el campo de la instrucción popular, es obra de irresponsables, que tiende a producir una depauperación religiosa en el pueblo. El solidarizar la doctrina moral con opiniones humanas, subjetivas y mudables en el tiempo, en lugar de cimentarla en la santa voluntad de Dios eterno y en sus mandamientos, equivale a abrir de par en par las puertas a las fuerzas disolventes. Por lo tanto, fomentar el abandono de las normas eternas de una doctrina moral objetiva, para la formación de las conciencias y para el ennoblecimiento de la vida en todos sus planos y ordenamientos, es un atentado criminal contra el porvenir del pueblo, cuyos tristes frutos serán muy amargos para las generaciones futuras.
35. Es una nefasta característica del tiempo presente querer desgajar no solamente la doctrina moral, sino los mismos fundamentos del derecho y de su aplicación, de la verdadera fe en Dios y de las normas de la relación divina. Fíjase aquí nuestro pensamiento en lo que se suele llamar derecho natural, impreso por el dedo mismo del Creador en las tablas del corazón humano (cf. Rom 2,14-15), y que la sana razón humana no obscurecida por pecados y pasiones es capaz de descubrir. A la luz de las normas de este derecho natural puede ser valorado todo derecho positivo, cualquiera que sea el legislador, en su contenido ético y, consiguientemente, en la legitimidad del mandato y en la obligación que implica de cumplirlo. Las leyes humanas, que están en oposición insoluble con el derecho natural adolecen de un vicio original, que no puede subsanarse ni con las opresiones ni con el aparato de la fuerza externa. Según este criterio, se ha de juzgar el principio: «Derecho es lo que es útil a la nación». Cierto que a este principio se le puede dar un sentido justo si se entiende que lo moralmente ilícito no puede ser jamás verdaderamente ventajoso al pueblo. Hasta el antiguo paganismo reconoció que, para ser justa, esta frase debía ser cambiada y decir: «Nada hay que sea ventajoso si no es al mismo tiempo moralmente bueno; y no por ser ventajoso es moralmente bueno, sino que por ser moralmente bueno es también ventajoso [Cicerón, De officiis III, 30).
14 de marzo de 1937
El necio que dice en su corazón: No hay Dios, se encamina a la corrupción moral (Sal 13[14],1). Y estos necios, que presumen separar la moral de la religión, constituyen hoy legión.
Para los liberales personalistas o para los masones, la conciencia del hombre está por encima de la Ley de Dios («seréis como Dios»). La ley de Dios se percibe como algo impuesto desde fuera, algo que coarta tu libertad de conciencia. «Yo decido sin ninguna coacción impuesta qué está bien y qué está mal en cada circunstancia. El Yo del hombre se enfrenta al Yo de Dios. El hombre se autolegisla y se rebela contra la obediencia debida a Dios. La soberbia antropocéntrica del hombre ignora su condición de criatura para considerarse creador y dueño de su propia vida.
La conciencia del hombre no está por encima de la Ley de Dios: seamos humildes siervos de Dios y cumplamos sus Mandamientos: hemos de amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo por Dios. Seamos humildes y vivamos en caridad, en gracia de Dios. Y para eso hemos de rezar, confesarnos con frecuencia y comulgar en gracia de Dios. Seamos libres para el bien, para la verdad, para la humildad y para vivir en caridad.
Pío XII refiriéndose al carácter universal de la norma moral recordaba que la ley moral comprende y abarca todos los casos individuales. Es, por tanto, erróneo establecer una dicotomía entre la ley misma y su aplicación concreta a los casos individuales.
Mucha paz tiene los que aman tu ley,
y nada los hace tropezar.
Guardo tus preceptos y tus mandatos,
y tú tienes presentes mis caminos.
De mis labios brota la alabanza,
porque me ensañaste tus decretos.
Mi lengua canta tu promesa,
porque todos tus preceptos son justos.
Ansío tu salvación, Señor,
tu ley es mi delicia.
Que mi alma viva para alabarte,
que tus mandamientos me auxilien.
Yo no me quiero autodeterminar ni autoposeer. Yo soy esclavo del Señor y mi vida está en sus manos. Yo quiero hacer la voluntad de Dios y no la mía. Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclavo.
¿Qué busco con esto: ganarme la aprobación humana o la de Dios? ¿Piensan que procuro agradar a los demás? Si yo buscara agradar a otros, no sería siervo de Cristo. Gálatas 1:10
Tal es la voluntad de Dios, que, obrando el bien, amordacemos la ignorancia de los hombres insensatos; como libres y no como quien tiene la libertad como cobertura de la maldad, sino como siervos de Dios. 1 Pedro 2, 15-16.

Nada sin Dios
¡Viva Cristo Rey!