El 18 de marzo, Israel Viana (licenciado en Historia) publica en el diario liberal ABC un artículo interesante titulado La Princesa «ultra» de Beira: el azote olvidado del carlismo contra la España que buscaba la libertad.
La historia siempre la han escrito los vencedores de las guerras pero hacer leña del árbol caído no es digno y menos de alguien que murió en 1874. A María Teresa de Portugal o de Braganza le dedica don Israel expresiones tan elogiosas como las siguientes: «princesa ultra»; «quería frenar los avances democráticos y sumir de nuevo al país en la Edad Media»; «Siempre fue partidaria de ir a la guerra para imponer su visión ultraconservadora del Estado»; «la Princesa aseguraba que los poderes del Rey procedían de Dios, según se estableció 1.200 años antes en el “memorable” Concilio de Toledo de 589»; «Reina del movimiento reaccionario»; «la princesa más fanática»…
Y se cita a Alfonso Bullón de Mendoza:
«Ella defendía mantener la sociedad del Antiguo Régimen, que se viviera con los parámetros antiguos, que para ella funcionaban. Quería una sociedad donde la religión tuviera una importancia tremenda, con un rey que gobernara de verdad… una sociedad muy distinta a la que vino después de 1812. Esa lucha la hizo bastante conocida, pero fue la representante de una causa que perdió. No una de esas figuras que pierde y, con el tiempo, la historia reivindica. María Teresa de Braganza perdió para siempre». (Subrayado mío).
Pero repasemos brevemente el pensamiento de doña María Teresa de Braganza. Y para ello, veamos lo que escribe en su Carta a los Españoles del 25 de septiembre de 1864. Y me voy a limitar a reproducir lo más sustancioso de la Carta: la crítica al liberalismo de la Princesa de Beira.
Sobre el Liberalismo, doña María Teresa dice lo siguiente:
1.- La Soberanía Nacional
¿Y qué diría si hubiese de juzgar del liberalismo no sólo por sus obras, sino también por sus principios? La soberanía nacional, digan lo que quieran ciertos liberales llamados conservadores, es uno de los principios fundamentales de todo el sistema constitucional moderado, y en sentido del liberalismo, de esa soberanía nacional emanan todos los poderes, todos los derechos, todas las leyes. Con esto se sustituye en todo la voluntad puramente humana a la voluntad divina y se niega todo poder, toda ley, todo derecho de origen divino. Ahora bien; esto no es solamente contrario a la razón, sino también absolutamente anticatólico.
Por eso la soberanía nacional, entendida en el sentido del liberalismo, ha sido expresamente condenada por el Sumo Pontífice y los Obispos católicos el día 8 de junio de 1862 por estas palabras: «Y llevan a tal punto la temeridad de sus opiniones que no temen negar atrevidamente toda verdad, toda ley, todo poder, todo derecho de origen divino». Y siendo este error uno de los principios fundamentales del liberalismo, es claro que todas las consecuencias que de él deduzcan los liberales están implícitamente condenadas, pues en buena lógica de un principio falso no se pueden sacar sino consecuencias falsas. Así negando el principio divino de toda verdad, de toda ley, de todo derecho, de todo poder, los liberales infieren “que los preceptos morales no necesitan la sanción divina; que no es necesario que las leyes humanas sean conformes al derecho natural, ni que reciban de Dios su fuerza obligatoria; afirman que no existe ley alguna divina y niegan con osadía toda acción de Dios sobre los hombres y sobre el mundo. Por medio de estos errores, también condenados, el liberalismo moderno tiende a constituir y ha constituido ya en varias partes un Estado ateo, excluyendo a Dios y a su Iglesia de las leyes civiles, de las instituciones, de las asambleas y cuerpos morales de la enseñanza, y, en cuanto puede, hasta del hogar doméstico, relegando a Dios allá a las alturas y a la Iglesia al reino de los espíritus.
Por eso el Sumo Pontífice y los Obispos del orbe católico, añaden: «No se avergüenzan de afirmar que la ciencia de la filosofía y de la moral, así como las leyes civiles, pueden y deben apartarse de la divina revelación y sustraerse a la autoridad de la Iglesia».
2.- La Autonomía de la Razón
Es otro dogma fundamental liberalesco que la razón humana es autónoma y, por consiguiente, que es libre e independiente; que ella es árbitro supremo de lo verdadero y de lo falso, de lo bueno y de lo malo. Que ella basta por sí sola para procurar el bien de las naciones; y por eso los liberales de todo el mundo exaltan tanto la razón, su libertad e independencia, sus fuerzas y sus progresos.
Mas el Sumo Pontífice, con todos los Obispos católicos, condenan también estos errores diciendo: «Sientan temerariamente que la razón humana, sin ningún respeto a Dios, es árbitra de lo verdadero y de lo falso, de lo bueno y de lo malo, que ella es ley a sí misma (autónoma) y que bastan sus fuerzas naturales para procurar el bien de los hombres y de las naciones».
Añádase que el liberalismo moderno, tomando por principios fundamentales la soberanía nacional y la autonomía de la razón, anula de hecho toda autoridad legítima; pues no puede haber autoridad en donde todos son soberanos, ni autoridad legítima determinada y una en donde todos son autónomos. Y el sistema de mayorías inventado para suplir a esta falta esencial de autoridad y de legitimidad no es más que una triste comedia, o más bien tragedia funesta, pues por una parte ha estado y está siempre falseando en su base, que son las elecciones, en las cuales campean libremente las intrigas, las promesas, los compromisos, las amenazas, las violencias, y sobre todo, la influencia del Ministerio entonces reinante; y por otra parte, el sistema de mayorías se resuelve en el derecho de la fuerza.
Ahora bien; el Sumo Pontífice, con los Obispos condenan esa especie de autoridad y esta suerte de mayorías en estos términos: «De la autoridad y del derecho discurren tan tonta y temerariamente que dicen con desvergüenza que la autoridad no es más que la suma del número y de las fuerzas materiales… y hollando todos los derechos legítimos, toda obligación y deber, toda legítima autoridad, no dudan en sustituir al verdadero y legítimo derecho los falsos y fingidos derechos de la fuerza».
El liberalismo, según su principio esencial de autonomía, no reconoce ninguna clase de deberes y obligaciones propiamente dichos; y por eso los liberales, en su jerga liberalesca, no hablan jamás sino de derechos, no admitiendo sino ciertos deberes sociales o un proceder exterior conforme a la llamada legalidad. Y por la misma razón que no admiten deberes de conciencia, porque prescinden de Dios y de todo derecho divino, tampoco admiten delitos ni crímenes sino puramente legales, y menos, delitos políticos. Por eso en sus códigos penales reducen el castigo a puras correcciones disciplinarias, para dar satisfacción, no a Dios, al hombre o a la sociedad, sino sólo a la Majestad de la ley ofendida.
Pero se ha observado en todas las naciones, que los adeptos del liberalismo, generalmente hablando, colocaban su felicidad suprema en los intereses materiales, y en los placeres y comodidades de la vida, ansiando enriquecerse a toda costa y sin reparar en los medios para procurarse de este modo la mayor suma posible de comodidades y de felicidades. Así es que los bienes de la Iglesia Católica pasaron enteramente de las manos muertas a las manos vivas del liberalismo. Los liberales hacen consistir toda la disciplina y honestidad de costumbres en aumentar y amontonar riquezas por cualquier modo que sea, y en satisfacer a todos los perversos apetitos. Y con estos nefandos y abominables principios sostienen, alimentan y exaltan el réprobo sentido de la carne, rebelde al espíritu, atribuyéndole dotes naturales y derechos que dicen ser conculcados por la doctrina católica.
3.- El Modernismo Religioso
Nada, por otra parte más común en el liberalismo que el exaltar las fuerzas naturales de la razón humana y el deprimir al mismo tiempo la revelación y la doctrina católica, pretendiendo que la revelación, siendo imperfecta, está sujeta a un progreso continuo e indefinido, y que sin esto es incompatible con los adelantos de la razón humana, con la civilización y las luces del siglo. Esto encarecen todos los días los periódicos liberales en toda la Europa, llamando a los católicos, que sienten lo contrario, oscurantistas, retrógrados e ignorantes.
Mas la Iglesia Católica, maestra infalible de verdad, reprueba tales errores diciendo: “Además, no dudan afirmar con sumo descaro que la divina revelación es imperfecta; que por esto está sujeta a un continuo e indefinido progreso que corresponda a los progresos de la razón humana, y que la divina revelación no sólo no es útil, sino que es dañosa a la perfección del hombre.” Y, sin embargo, ¿quién lo dijera?, la pobre razón de los liberales renegando, especialmente desde hace un siglo, de la revelación divina, retrocedió hasta el error más craso, más antirracional, más inmoral que vieron los siglos, pues vino a dar de nuevo en el panteísmo antiguo, “que confunde a Dios con la universidad de las cosas; que hace de todas las cosas Dios; que confunde la materia con el espíritu; la necesidad con la libertad; lo verdadero con lo falso; lo bueno con lo malo; lo justo con lo injusto”.Nada ciertamente más insensato, nada más impío, nada más repugnante a la misma razón, como se expresa el Sumo Pontífice con todos los Obispos católicos. Ya se ve; los liberales exaltaron tanto la razón humana, que creyeron conveniente endiosarla para darse a sí mismos autoridad y poder, mientras eliminaban a Dios de la sociedad, porque renegando del Dios verdadero era consiguiente que surgiesen dioses falsos a millares. De manera que renegar de Dios y endiosar la razón es lo sumo del progreso liberal y el término de la autonomía, la cual en su esencia es puro ateísmo, porque en último análisis implica ser uno autónomo, incluso respecto a Dios. En vista, pues, de este fatal progreso del liberalismo, los católicos nos gloriamos de ser oscurantistas retrógrados.
¿Por qué el liberalismo proclama a la opinión pública reina del mundo? Primeramente, el liberalismo no ama a la verdad, porque ésta liga y el liberalismo quiere licencia; la verdad conocida y no practicada muerde y remuerde la conciencia, acusa y condena a los culpables, y el liberalismo no quiere nada de esto; la verdad, como eterna y permanente, da estabilidad y firmeza de carácter al individuo, a las familias, a las naciones; y el liberalismo quiere continuos trastornos para medrar en ellos; la verdad es rígida e imperiosa, y el liberalismo quiere sacudir el yugo de toda autoridad que hable en nombre de la verdad y de la justicia.
Los principios de nuestra fe católica unen nuestros entendimientos con los vínculos de la verdad, bien supremo de la criatura racional, y también une nuestros corazones con el vínculo de la caridad, vínculo el más íntimo, más sagrado y más fuerte.
El Decálogo, el Código Divino, es la base de todas nuestras leyes, y es imposible hallar una ni más simple, ni más perfecto, ni más universal, pues comprendiendo infinitas cosas que se compendian en una sola palabra, que es el amor de Dios y del prójimo. Esta sola ley, bien practicada, puede convertir la tierra en una especie de Paraíso.
Los monárquico-religiosos están unidos entre sí, no maquinalmente, sino como conviene a hombres racionales, es decir, por medio de la verdad y del amor, deseando que esta verdad y amor nos unan a todos con Dios, verdad y caridad por esencia. Si esto es demasiado elevado para el liberalismo moderno, la culpa es suya, que con pretensiones de ilustración adoptó principios falsos que le arrastran por el suelo. Para los verdaderos católicos, pues, cuales debemos ser todos los españoles, ante todo y sobre todo nuestra religión santa; y esto no sólo por lo sobrenatural y divino que contiene y que promete como fin último del hombre, sino también porque ella es el fundamento solidísimo de la verdadera civilización, de la verdadera libertad y del verdadero progreso. Partiendo de sus principios se puede progresar en algún modo hasta el infinito; abandonándolos, se retrocede hasta la barbarie.
Les invito a que lean todos ustedes la carta completa. Yo me he limitado a exponer lo que la Princesa de Beira opinaba sobre el Liberalismo.
Resumo:
- La soberanía nacional sustituye la voluntad divina por la voluntad humana.
- El Liberalismo niega toda verdad, toda ley, todo poder, todo derecho de origen divino.
- Para los liberales, no es necesario que las leyes humanas sean conformes al derecho natural, ni que reciban de Dios su fuerza obligatoria.
- Así, se constituyen estados ateos, que excluyen a Dios y a su Iglesia de las leyes civiles, de las instituciones, de las asambleas y cuerpos morales de la enseñanza, y, en cuanto puede, hasta del hogar doméstico, relegando la religión a las sacristías y al ámbito más íntimo.
- La razón humana es autónoma y, por consiguiente, es libre e independiente y ella es árbitro supremo de lo verdadero y de lo falso, de lo bueno y de lo malo. Ella basta por sí sola para procurar el bien de las naciones.
- Para los liberales, la felicidad suprema consiste en los intereses materiales, y en los placeres y comodidades de la vida, ansiando enriquecerse a toda costa y sin reparar en los medios. Su propósito consiste en aumentar y amontonar riquezas por cualquier modo que sea, y en satisfacer a todos los perversos apetitos. Y con estos nefandos y abominables principios sostienen, alimentan y exaltan el réprobo sentido de la carne, rebelde al espíritu, atribuyéndole dotes naturales y derechos que dicen ser conculcados por la doctrina católica.
- Para los Liberales, la revelación es imperfecta y está sujeta a un progreso continuo e indefinido; y sin esto es incompatible con los adelantos de la razón humana, con la civilización y las luces del siglo.
- Los principios de nuestra fe católica unen nuestros entendimientos con los vínculos de la verdad, bien supremo de la criatura racional, y también une nuestros corazones con el vínculo de la caridad, vínculo el más íntimo, más sagrado y más fuerte.
- El Decálogo, el Código Divino, es la base de todas nuestras leyes, y es imposible hallar una ni más simple, ni más perfecto, ni más universal, pues comprende infinitas cosas que se compendian en una sola palabra, que es el amor de Dios y del prójimo.
- Partiendo de los principios de la fe católica, se puede progresar en algún modo hasta el infinito; abandonándolos, se retrocede hasta la barbarie.
Conclusión
Lo que doña Teresa escribe en su Carta a los Españoles son verdades como puños.
Decía Bullón de Mendoza que la causa por la que luchó toda su vida la Princesa de Beira había fracasado para siempre. Que doña Teresa quería una España en la que la religión tuviera una importancia tremenda… Ahora, en España, la religión carece de relevancia alguna, aunque la Asociación que preside don Alfonso se dedique a hacer campañas de cartelitos y a manifestarse con los católicos liberales en defensa de la vida y esas cosas; eso sí, siempre defendiendo la constitución y los principios liberales.
Pero, efectivamente, el sistema liberal ha eliminado a Dios de la sociedad y de la mayoría de las familias. La voluntad de Dios se ha sustituido por la voluntad de las mayorías. Y ahora se legisla como si Dios no existiese. La felicidad consiste en amontonar riquezas y disfrutar de los placeres de la carne, en todas sus modalidades y cuanto más perversos y degenerados, mejor. No hay ley alguna divina y niegan cualquier acción de Dios sobre los hombres y sobre el mundo. El hedonismo más repugnante ha convertido a Occidente en una pocilga, en un lodazal inmundo y maloliente.
Donde no reina Cristo, reina Lucifer. Nos llaman retrógrados, reaccionarios, oscurantistas… Cuando es lo contrario: nosotros seguimos a Cristo Rey, que es la Luz del mundo. Cristo es Rey de reyes, Señor de señores. Nuestro Dios reina por siempre. Él es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Cristo es el Verbo de Dios encarnado. En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Cuando Dios creó todas las cosas, allí estaba el Verbo, el Logos: Cristo. Todo fue creado por el Verbo, y sin el Verbo nada se hizo. Del Verbo nace la vida, y el Verbo, que es la vida, es también nuestra luz. La luz alumbra en la oscuridad, ¡y nada puede destruirla!
Cristo es Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho…
Y la causa de la Princesa de Beira es la causa de la realeza social de Cristo, que no es ninguna metáfora ni ningún símbolo. En sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de Él que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino; porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener en común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absoluto sobre todas las criaturas.
La causa de doña Teresa ha triunfado ya, porque Cristo ha resucitado y su Reino no tendrá fin. Doña Teresa era una católica cabal e íntegra y su causa fue la de la unidad católica de España contra los enemigos de Dios.
Los liberales han vencido pero su victoria tiene los pies de barro y es un puro espejismo. Su Sistema está construido sobre arena y está llamado a derrumbarse por su propio peso.
En cambio, los católicos construimos sobre la roca que es Cristo. Y a pesar de las batallas perdidas, sabemos que el triunfo final es de nuestro Dios, que hizo el cielo y la tierra y de Jesucristo, su único Hijo y Nuestro Señor.
Los liberales – también los católicos liberales – serán derrotados. Cristo vive realmente y ve la abominación de sus leyes: divorcio, aborto, eutanasia, educación perversa, leyes de género, leyes trans, matrimonios homosexuales; corrupción y latrocinio generalizados; violaciones, pornografía, prostitución, pederastia… Todo lo que Dios detesta lo han convertido los liberales en nuevos derechos. Y algunos, como Joe Biden se creen que se puede ir a misa y comulgar y, al mismo tiempo, promover el aborto en todo el mundo. Y en España, nos sobran los ejemplos. La mayoría de los políticos españoles deberían ser excomulgados y condenados públicamente por la Iglesia. El problema es que la Iglesia también ha sido tomada por los liberales y la nueva iglesia liberal y luciferina ahora da de comulgar a los pecadores públicos, a los adúlteros, a los homosexuales. Y la iglesia del anticristo bendice a los pecadores y maldice a los católicos rígidos; es decir, a los que resistimos y reaccionamos contra el pecado y queremos cumplir la voluntad de Dios y no la nuestra.
Cristo es la fuente del bien público y privado. Fuera de Él no hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el cual debamos salvarnos. Él es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, tanto a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos.
22 ¿Quién es el embustero sino el que niega que Jesús es Cristo? Ese es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. 23 Todo el que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre. (1 Jn. 2)
Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. (Hechos 4, 12)
¿Admiten los judíos, los mahometanos, los budistas o los hinduistas a Cristo como único Salvador, como único Dios verdadero? Los que niegan que Cristo es el Señor son el Anticristo. Y nada tenemos que ver con ellos. Lo único que debemos hacer es predicarles a Cristo y procurar su conversión. Pero los musulmanes condenan a muerte a los que se convierten al catolicismo. Y los hinduistas tienen leyes anti-conversión.
No es verdad que todas las religiones son caminos de salvación. No es verdad que todas son iguales y que lo único importante es el amor. Sólo hay una religión verdadera, que es la católica (no la sinodal) y el único ecumenismo que vale consiste en que todos los pueblos y todos los hombres reconozcan a Cristo como único Dios verdadero.
Al final, todos los reyes se postrarán ante Cristo y lo adorarán. Y entonces ya no habrá más guerras y convertirán sus espadas en arados y en hoces sus lanzas. Ya no levantará su espada nación contra nación y nunca más se adiestrarán para la guerra. Cada uno se sentará debajo de su vid y de su higuera; y nadie perturbará su solaz.
Y al final, Cristo reinará en España, como doña Teresa ansiaba y como los reaccionarios como yo seguimos esperando. Y para ello, resistimos este sistema impío con la gracia de Dios: penitencia, comunión, rosario, caridad y esperanza: que venga a nosotros tu reino. Que venga cuanto antes. Ven, Señor Jesús.
Nada sin Dios
¡Viva Cristo Rey!