«Hinc, labor et virtus» propone Diego de Saavedra Fajardo en su primer emblema. «Desde aquí, esfuerzo y valor» se traduce literalmente, y «Desde la cuna dé señas de sí el valor» romancea libremente el autor. Mote iluminado con la imagen de Hércules en la cuna, despedazando dos culebras, una con cada mano, enviadas por Hera, según el mito griego, para matar al fruto de la infidelidad de Zeus, pero dándole así la oportunidad de mostrar, desde su más tierna infancia, su vigor y valentía.
Saavedra Fajardo señala en este emblema dos cosas principales: que desde pequeños los hombres mostramos señales del temperamento que nos acompañará toda la vida, y la enorme importancia de la educación temprana para modelar este temperamento, enseñar a corregir lo malo y fortalecer lo beneficioso. Comienza así la obra, pues estas empresas políticas, como se titula, tienen como fin «criar un príncipe desde la cuna hasta la tumba». Al emblemista murciano, que fuese diplomático y embajador español en Roma, encargado de negocios de España en Sicilia y Nápoles, donde ejerció asimismo de Secretario de Estado y Guerra, encargado de otras gestiones políticas y diplomáticas en Alemania, Italia y Suiza y ministro plenipotenciario de España en el congreso de paz de Westfalia; le interesa compartir toda la ciencia política adquirida y aplicada en su larga e importantísima carrera, por medio de 100 empresas, con un carácter profundamente práctico a la par que antimaquiavélico, en aras de educar sobre lo que es un príncipe cristiano.
Porque esto es lo que interesa al sapiencialismo político aurisecular: un príncipe cristiano, prudente, justo, fuerte y templado, lleno de fe, esperanza y caridad cristianas. No le bastan las virtudes naturales: no se busca solo un príncipe prudente, sino cristano y, por cristiano, prudentísimo. Pero el antiguo régimen ha sido decapitado, el igualitarismo humanista se ha puesto en su lugar, con la democracia liberal e individualista como fundamento falaz de todo gobierno, y ya no hay príncipes que principen, ni reyes que reinen, ni emperadores que imperen. Y mucho menos los hay cristianos que lo hagan cristianamente. Entonces, ¿acaso por eso esta doctrina deja de ser vigente? Ni mucho menos, y es más lo que podemos aplicar de ella que lo que pudiese resultar vetusto e inaplicable incluso sin retorno a la monarquía, porque gobernantes sigue y seguirá habiendo, que seguirán siendo seres humanos, de la misma naturaleza que la que busca educar nuestro autor, y sigue conviniendo que se gobierne cristiana y santamente.
«En la cuna se exercita un espíritu grande», ya que «No está la naturaleza un punto ociosa. Desde la primera luz de los partos asiste diligente a la disposición del cuerpo y las operaciones del ánimo, y para su perfección infunde en los padres una fuerza amorosa, que les obliga a la nutrición y a la enseñanza de los hijos». La naturaleza misma obliga a la madre a nutrir al hijo. Si no, su pecho enferma. Y si recurre a las amas, que no sea por vanidad o sin cuidar que sean virtuosas, ya que es imposible que los niños de pecho no reciban mucho del carácter y costumbres de quien le nutre de su propia leche. De otra forma, se abandona al niño, «con grave daño de la república, entregando la crianza de sus hijos a las amas».
Y así, junto con la crianza del cuerpo, exige la naturaleza la educación, que es crianza del alma: «Parte tiene el padre en la materia humana del hijo, no en la forma, que es el alma producida de Dios. Y si no asistiere a la regeneración désta por medio de la doctrina (Eccl., 4, 12.), no será perfecto padre». Y del mismo modo que en la primera alimentación, no han de rehuir los padres de la educación, puesto que «más bien reciben los hijos los documentos o reprehensiones de sus padres que de sus maestros y ayos (Arist., Oecon, llib. 2.)». y también:
¿Quién, sino el príncipe, podrá enseñar a su hijo a representar la majestad, conservar el decoro, mantener el respeto y gobernar los Estados? (Proverb., 23, 26). Él solo tiene sciencia práctica de lo universal; los demás o en alguna parte o sola especulación. El rey Salomón se preciaba de haber aprendido de su mismo padre (Prov., 4, 3). Pero, porque no siempre se hallan en los padres las calidades necesarias para la buena educación de sus hijos, ni pueden atender a ella, conviene entregallos a maestros de buenas costumbres, de ciencia y experiencia (Plut., De educ.).
Así, la elección de los maestros se torna esencial en la educación del príncipe. Nadie puede dar lo que no tiene, y solo pueden educar en virtud cristiana padres y maestros cristianamente virtuosos. En la monarquía hispánica, por tanto, se tenía como primer objeto de formación del futuro rey el de la selección de sus maestros, que no basta que sean conocedores de sus artes sino, primera y principalmente, buenos cristianos. Hoy, sin embargo, la jefatura de Estado puede recaer en cualquiera que haga carrera política. Y, sin embargo, a nadie se le ofrece una educación cristiana. No hay escuelas católicas en nuestras ciudades, sino negocios adoctrinadores de ideologías ilustradas, las mejores con denominación piadosa y barniz de un catolicismo superficial que fenece en la noche misma de la graduación.
Pero «No puede un ánimo abatido encender pensamientos generosos en el príncipe. Si amaestrase el búho al águila, no la sacaría a desafiar con su vista los rayos del sol ni la llevaría sobre los cedros altos, sino por las sombras escogidas de la noche y entre los humildes troncos de los árboles. El maestro se copia en el discípulo y deja en él un retrato y semejanza suya». No puede una Nación educada por gentes sin fe obtener un gobernante santo. No puede el búho educar al águila, pues es hijo de la oscuridad y no soporta la luz de la fe, de la esperanza y del amor de nuestro Señor Jesucristo, entregado en la Cruz para nuestra Salvación. No hay Patria santa sin maestros santos en colegios santos que instruyan a los hijos de familias santas. Hombres de bien que desean trabajar por el Reinado Social de Jesucristo. ¿Quieren políticas cristianas? Empiecen por las escuelas.
Esposo y padre de familia. Presidente de la Asociación Civil Educativa Domus Aurea y director de Empel Academy y la Corporación Educativa Familiar El Alcázar, proyectos para la promoción de una educación católica, hispánica y humanística.