¿Tanto más alto?

«En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro Redentor, en las reuniones internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad» dijo allá por 1925 el Papa Pío XI. Antes de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, antes de la bomba nuclear y la Guerra Fría, antes de la Revolución Sexual, de la subordinación de las naciones a la banca y sus magnates judeomasones, de la relativista y falsa libertad de religión que es libertad de perdición, antes de la asunción del igualitarismo destructor de la familia y la sociedad, de la mujer emancipada de su esposo y cabeza, del divorcio, del asesinato de los hijos en el aborto, del perverso homosexualismo liberal en su fundamento y estatista en su imposición, del asesinato de los ancianos y demás individuos considerados inútiles al materialismo, antes de las comunidades económicas internacionales y entes supranacionales destructores de los últimos rastros de independencia nacional, del nuevo orden mundial y un sinfín de desastres posteriores… antes de todo eso, El Papa Pío XI ya había señalado la causa de todos estos males y los que sobrevendrán: la desentronización de Cristo Rey en los corazones y las sociedades.

Y nadie le hizo caso, y seguimos sin hacerle el más mínimo caso. No hemos aprendido, no hemos ido a las causas reales del mal que nos aflige y a cada año que pasa, los horrores continúan, se multiplican y van alcanzando niveles que ni la más cruel distopía podía anticipar. Nuestra generación se rasga las vestiduras con los efectos que se manifiestan en esta década, y pretende encontrar la solución manteniendo los efectos de la misma enfermedad que se manifestaron unas décadas atrás, alabando los mismos males que no tienen otra consecuencia posible más que los horrores peores que se desarrollan cada vez. No basta con eso. Hay que ir al corazón de la desolación para rescatar las verdades morales, religiosas y políticas que constituyeron la Cristiandad y que fueron declaradas enemigas de la modernidad, y por lo mismo fueron olvidadas, ocultadas y ninguneadas.

Este pequeño blog pretende eso porque es urgente, importante y un deber del Bautismo gritar a pleno pulmón y aclamar la verdad, la regencia universal de Cristo Rey, Rey de toda la sociedad y, por lo tanto, verdad vigente para nuestros días. Como dijo Pío XII en la en la canonización de San Nicolás de Flüe: «¿Un retorno a la Edad Media? Nadie sueña con eso. Pero un retorno, sí, a una síntesis de religión y vida. Esta síntesis no es monopolio de la Edad Media: sobrepasando infinitamente todas las contingencias del tiempo, es siempre actual, puesto que es la clave de bóveda indispensable a toda civilización». Por eso en este blog bucearemos en esta síntesis real y existente, no como una ideología utópica más de la modernidad, sino partiendo de cosas reales, de gobiernos reales y gestiones políticas reales, concretas, que sí existieron y fueron histórica, verídica e incuestionablemente santas. Por eso ahondaremos en la doctrina de la monarquía católica del Siglo de Oro español, desde la que pretenderemos dar luz para los asuntos de nuestros días e iluminar las conciencias de tantas almas de buena voluntad que, sin maldad de su parte sino por el velo que oculta esta realidad, desconocen las causas del mal que quieren combatir y de la salud que quieren restablecer en la sociedad, y que por ese mismo desconocimiento son incapaces de hacerlo.

Pero no solo el Siglo de Oro español ha sido olvidado. Toda la Cristiandad, tachada bajo el nombre peyorativo de Edad Media, ha sido menospreciada, como si la sociedad actual y la de entonces estuvieran compuestas por seres diversos. Pero el ser humano es el mismo ser humano, su naturaleza es la misma, sus tendencias son las mismas, los vicios que le oprimen y las virtudes que le hacen alcanzar su fin son los mismos. La dimensión social de su pecado es la misma y su indigencia y necesidad de Cristo, de su Redención y de su Gobierno es la misma. La diferencia, pues, no está en la realidad, sino en un relato que nos ha sido impuesto y hemos asimilado. Nos hemos creído el mito del progreso modernista: que lo que antes era posible ya no lo es, que ahora debemos atender al contexto de la postmodernidad y que pretender algo más allá de un maquillaje católico a una realidad social anticatólica es impracticable.

Con el compendio de la Doctrina Social de la Iglesia y a partir de las encíclicas (Quadragesimo anno y Centesimus annus) que en su título rememoran la efeméride de la Rerum Novarum, se ha favorecido la creencia de que la Doctrina Social de la Iglesia nace en esta encíclica de tiempos de la industrialización y de que todo lo anterior es vetusto e inaplicable a nuestro mundo. Y no quiero decir que no sea importante conocer este magisterio, pero no se funda en sí mismo, sino que se funda en la tradición y la vida bimilenaria de la Iglesia. Es necesario mirar cómo gobernaban y en qué fundamentaban su gobierno los buenos gobernantes en los tiempos de salud. Y es justamente a estos a quienes tenemos olvidados. Esto es así, a tal punto, que cuando decidimos mirar más atrás, ignoramos la Cristiandad y damos un salto hacia la antigüedad pagana: nada anterior a la Rerum Novarum, nada posterior a Séneca o Marco Aurelio. ¿Y la Cristiandad? ¿Y la Monarquía Católica Hispánica que evangelizó medio mundo y reinó bajo la bandera de Cristo para la salvación de las almas? Es absolutamente necesario para nuestros oscuros días bañarnos en la luz de aquellos.

Esta necesidad de dar luz sobre nuestros días a partir de tan sana doctrina se manifiesta también en el logo de este blog, inspirado en el emblema de Don Juan de Borja «et ardere et lucere». Una vela que arde e ilumina con fuerza, «porque no solamente es menester arder interiormente con fe y caridad, sino en todas las ocasiones que se ofrecieren, dando luz y resplandor verdadero de sí». Cada uno según su estado, dice el emblemista, pero sin excusa porque Dios no pide imposibles, pues ninguna circunstancia histórica, social, familiar o subjetiva nos impide amar y resplandecer. Porque «No se enciende una candela para ponerla debajo del celemín, sino sobre el candelero, y así alumbra a todos los que están en la casa» (Mt 5,15). Así como hay que gritar el suave nombre de Cristo en la sociedad, así también hay que iluminar: tanto más alto cuanto podamos alcanzar desde nuestro estado para hacer desaparecer las tinieblas que nos rodean.

No será tarea fácil rescatar los pecios hundidos en las profundidades del mar, pero no estamos hechos para tareas sencillas, y los carlistas, además, ya tenemos callo. Si hay pecios que nos son tan nuestros, seamos pecieros de oficio, escafandristas en las aguas territoriales del Leviatán, rescatadores de herencias olvidadas, de tesoros propios mas olvidados, ignorados, ocultos bajo infinidad de tormentas provocadas por un modernismo que no quiere hacerlas visibles. Este Maelstrom ama la turbación, vive de ella, de la novedad, de ahogarnos en la violenta superficie antes de tragarnos en su remolino que nos lleva siempre hacia la misma tentación: «Yo te daré todo esto si postrándote me adoras» (Mt 4,11). El mundo nos ofrecerá todo si bailamos su baile, si no nos resistimos a las vueltas concéntricas del remolino maldito. Toca remar contracorriente, permanecer erguido y no arrodillarnos, como la roca firme del «Ferendo Vincam». Y erguidos solamente en la erectilidad de Cristo, sabiéndonos vencedores por Él nosotros que no podríamos vencer sin Él, porque todo es Gracia.

Por último, convendrá resaltar que no será nunca intención de este blog ganarse enemigos ni tachar de malos a quienes sostengan, defiendan y hasta propaguen los errores que aquí podamos denunciar. Solo deseo entregar lo que he recibido. Y sí, es posible que la luz repentina genere molestia en unos ojos acostumbrados a la oscuridad, pero el problema no es la luz sino la oscuridad que comprendemos connatural a nuestros días. Si algún lector se siente denunciado por alguno de los artículos de este blog, será justamente para él para quien esté escrito y será él quien deba continuar leyéndolos antes que nadie. No quisiera que este blog se reduzca a un diálogo de convencidos que nos aplaudimos mutuamente por la buena doctrina que tenemos, tan puros como insignificantes. Pido al Señor, más bien, que este blog encuentre lectores a los que moleste, que sean perseverantes en su lectura y que, con el tiempo, puedan acostumbrarse a la luz y llegar a amar la sana doctrina de siempre.

Confío, pues, este naciente blog a la oración de cada uno de ustedes, para mayor Gloria de Dios. Y que donde abunde el mal, gritemos tanto más alto: ¡que viva Cristo Rey!

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