Introducción: El Campo de Batalla de la Virtud
En el corazón de la guerra cultural que asedia a Occidente se libra una batalla decisiva por el significado de un conjunto de virtudes que, hasta hace poco, constituían el baluarte de la civilización: el pudor, la vergüenza, el decoro, el recato, la modestia y la decencia. No son meras palabras; son los guardianes de la intimidad, la pureza y el honor. La mentalidad moderna, sin embargo, las presenta como sinónimos de represión, ídolos de un pasado oscuro que deben ser demolidos para dar paso a una supuesta «liberación».
Este ensayo se propone trazar la genealogía de esta demolición. Demostraremos que la erosión de estas virtudes no es un accidente histórico, sino la consecuencia lógica de un proyecto filosófico que comenzó con la entronización del hombre autónomo y culmina hoy en la tiranía de un nuevo Gran Hermano digital. Analizaremos cómo la arquitectura moral de la Cristiandad fue sistemáticamente desmantelada por sus grandes adversarios —Kant y Nietzsche—, y cómo sus herederos intelectuales —desde Freud hasta la ideología de género— han cosechado los frutos de ese caos.
Definición y Matices
Inicialmente, el texto define estos términos como una «constelación» de virtudes interconectadas que protegen la dignidad y la intimidad de la persona. Se establece una analogía clave:
- El pudor es el tesoro íntimo.
- El recato y la modestia son sus guardianes.
- La decencia y el decoro son la forma honorable de presentarlo al mundo.
- La vergüenza es la alarma que suena cuando ese tesoro está en peligro.
La Filosofía Clásica: Del Alma Interior a la Vida Pública
- Sócrates y Platón: Internalizan estos conceptos. La verdadera vergüenza no es la desaprobación social, sino la ignorancia y la injusticia que dañan el alma. La decencia (sōphrosynē) es el resultado del autoconocimiento.
- Aristóteles: Sistematiza las ideas, distinguiendo el pudor (sentimiento preventivo) de la vergüenza (reacción a una falta). Su ideal es el hombre orgulloso (megalopsychos), para quien la humildad es un vicio.
- Estoicos: Llevan la interiorización al extremo. La opinión pública es irrelevante; el único juez es la conciencia o «dios interior» (daimon).
- Cicerón: «Resocializa» la ética. La virtud debe ser visible. Su concepto de decorum (lo apropiado) une la integridad interna con la conducta pública honorable.
- Contraste con el Cristianismo: Se produce una inversión radical de valores. El orgullo se convierte en el pecado capital y la humildad en la virtud fundamental. Se pasa de una «cultura de la vergüenza» (social, externa) a una «cultura de la culpa» (personal, interna, ante Dios).
El Orden Cristiano: La Arquitectura del Alma
Para comprender la magnitud de la ruina, es preciso recordar primero la belleza del edificio. En la cosmovisión cristiana, estas virtudes no son cadenas, sino la expresión de un orden interior que custodia la dignidad sagrada de la persona.
- El Núcleo: Todas estas virtudes protegen la intimidad y la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Regulan el comportamiento no para oprimir, sino para honrar esa verdad fundamental.
- La Jerarquía de la Virtud: El pudor es el sentimiento instintivo que protege el misterio del cuerpo como templo del Espíritu Santo. El recato y la modestia son sus guardianes prácticos, la actitud prudente y humilde que lo custodia. La decencia y el decoro son la manifestación social de esa dignidad, la forma honorable de presentarse ante el mundo. Y la vergüenza es la alarma dolorosa que el alma siente cuando ese orden sagrado ha sido profanado.
Esta constelación de virtudes emana de una verdad antropológica: la Caída hirió la naturaleza humana, desordenando sus pasiones. El pudor y la modestia son, por tanto, el remedio y la defensa que nos recuerdan nuestra condición y nuestra altísima vocación.
Y llegaron las revoluciones liberales… Y luego los comunistas, los fascistas, los nazis, los ecologistas de salón…
El liberalismo defiende la soberanía de la voluntad, sea la del individuo, la de la sociedad o la del Estado. Pretende siempre afirmar la libertad respecto de Dios y la liberación de su ley eterna. El liberalismo es luciferino (No serviré a Dios) y malvado y mentiroso («No moriréis: seréis como Dios»)
Los liberales niegan que Dios sea la sabiduría suma y que tenga el poder de dictar leyes. Se niegan a reconocer la santidad de Dios y a adorarlo como Él merece. Niegan que Dios sea el Creador y que tenga derecho a exigir obediencia de Sus criaturas.
Según los liberales, todo ser humano, para ser libre, debe ser dueño de sí, no simplemente de sus actos. Lo que significa que debe poder disponer y gozar absolutamente –como sigue escribiendo Locke en el Segundo Tratado– de la “propiedad de la propia persona”. Sólo el individuo tiene derechos sobre sí mismo. Nada más puede interferir en el goce y en la disposición de su vida y su libertad. Lo que, a su vez, significa que cada uno es soberano de sí. Puede, por ejemplo, disponer libremente del propio cuerpo; puede, por ejemplo, mutilarse por finalidades no terapéuticas (ligadura de trompas, esterilización, etc.); puede disponer de sí por pura conveniencia (cambio de sexo, contratos sobre el propio cuerpo con fines de lucro, etc.); puede reivindicar el derecho al suicidio; puede consumir libremente sustancias estupefacientes si entiende que le hacen (al menos momentáneamente) feliz»
El liberalismo es el origen de todos los males que padecemos. Y las constituciones liberales no son la solución, sino el verdadero problema de nuestro tiempo.
El principio fundamental de todo el racionalismo es la soberanía de la razón humana, que, negando la obediencia debida a la divina y eterna razón y declarándose a sí misma independiente, se convierte en sumo principio, fuente exclusiva y juez único de la verdad. Esta es la pretensión de los referidos seguidores del liberalismo; según ellos no hay en la vida práctica autoridad divina alguna a la que haya que obedecer; cada ciudadano es ley de sí mismo. De aquí nace esa denominada moral independiente, que, apartando a la voluntad, bajo pretexto de libertad, de la observancia de los mandamientos divinos, concede al hombre una licencia ilimitada.
Y con las revoluciones liberales llegaron la guillotina, la quema de iglesias, el asesinato masivo de curas, religiosos y religiosas, el robo descarado (“desamortización” lo llamaron) de los bienes de la Iglesia. Y en España sufrimos tres guerras civiles – las carlistas – que defendían dos cosmovisiones y dos antropologías distintas, contrapuestas e irreconciliables: los unos defendían el liberalismo y el progreso (y en los libros de texto son los buenos) y los carlistas defendían el “absolutismo”, el oscurantismo y todo lo peor. Pero los carlistas defendieron y defienden algo irrenunciable: la soberanía de Dios frente a la llamada “soberanía nacional” del liberal renegado, ateo e impío. Cristo es Rey, es el Señor de Señores y su Ley es eterna, inmutable y sagrada. Y todo quien pretenda cambiar la ley de Dios es un hereje condenado al infierno.
Aquí solo hay dos alternativas y no existe término medio ni neutralidad posible: o reconocemos la Soberanía de Cristo y sus Leyes Sagradas (teocentrismo) o el hombre es el único soberano de sí mismo (liberalismo).
Pero poco más tarde y bajo las mismas premisas de los liberales (negando la obediencia debida a la divina y eterna razón y declarándose a sí misma independiente, se convierte en sumo principio, fuente exclusiva y juez único de la verdad) surgieron sucesivamente otras ideologías igual de perniciosas o incluso peores: el fascismo, que pone al partido y a la nación por encima de Dios; el nazismo, que pone la raza y el partido por delante de Dios), el comunismo y el socialismo, que ponen al Estado y al Partido como único dios verdadero. Todas las ideologías del XIX, el XX y el XXI tienen algo fundamental en común: el odio y desprecio a Dios. En consecuencia, no hay que ser muy listo para llegar a la conclusión que el sistema liberal democrático es un sistema satánico que no busca más objetivo que la muerte del hombre y la perdición de sus almas.
De los llamados demócratas cristianos ni hablo, que me da la risa ese intento patético de reconciliar la doctrina cristiana con el liberalismo o incluso con el comunismo. Gran logro de San Pablo VI.
La Rebelión Moderna: Kant, Arquitecto del Hombre sin Dios
Immanuel Kant se sintió profundamente conmovido y entusiasmado con la Revolución Francesa, considerándola un evento histórico que permitía observar la «gloria del mundo» y la realización de la libertad. Kant, hasta su muerte, en 1804, nunca abjuró de su compromiso con el hecho de la Revolución y los principios que la inspiraron. Ve en ellos la promesa de realización de los derechos de la razón práctica en un sistema legal, o lo que venía a ser lo mismo: la oportunidad de una puesta en práctica de la nueva filosofía política encabezada por su admirado Rousseau.
El verdadero padre de la Modernidad y el arquitecto de esta demolición es Immanuel Kant. Su sistema, presentado como una exaltación de la dignidad humana, es en realidad el fundamento de la rebelión antropocéntrica que define nuestro tiempo.
- La Dignidad sin Dios: Kant sustituye la dignidad del hombre como criatura de Dios por una dignidad basada en la autonomía. El hombre es valioso no por su origen divino, sino por su capacidad de ser su propio legislador. Su «Reino de los Fines» es la contrafigura secular del Reino de los Cielos.
- El Hombre como Fin en Sí Mismo: La Modernidad nace como una oposición a la Cristiandad. Para la fe, el fin es Dios; para la Modernidad, el fin es el hombre mismo. La clave ya no es cumplir la voluntad de Dios, sino la propia, sin depender de nada ni de nadie. El hombre se autodetermina, se crea a sí mismo, ocupando el lugar de Cristo.
- La Consecuencia Letal de la Autonomía: El texto subraya la consecuencia más terrible de este principio. Si la dignidad reside en la autonomía, ¿qué ocurre con los seres humanos que no son autónomos? Embriones, fetos, niños, enfermos mentales, ancianos dependientes… En la lógica kantiana, quedan excluidos de la condición de «persona». Al no ser un fin en sí mismos, pasan a tener un «precio», un valor instrumental. Se abre así la puerta a la justificación filosófica del aborto, la eutanasia, la experimentación con embriones o los vientres de alquiler.
- El Subjetivismo como Ley: El principio de autonomía desemboca en el relativismo absoluto. Sin una ley moral objetiva anclada en Dios, cada individuo se convierte en su propio legislador: «Yo decido lo que está bien y lo que está mal». Para evitar la guerra de todos contra todos, el único remedio es el Estado de Derecho, que impone un orden externo y fuerza a los hombres a ser «buenos ciudadanos», aunque no sean moralmente buenos. Como decía el propio Kant, su sistema podría funcionar incluso para «una raza de demonios».
La Dinamita de Nietzsche: La Venganza contra la Virtud
Si Kant fue el arquitecto, Nietzsche fue el que puso la dinamita. Su método genealógico no busca la verdad, sino que desenmascara la moral como una herramienta de poder.
- La Moral Cristiana como «Moral de Esclavos»: Nietzsche denuncia que la moral judeocristiana nació del resentimiento (ressentiment) de los débiles contra los fuertes. La humildad, la compasión, la modestia y el pudor no son virtudes, sino la venganza de los impotentes, que invirtieron los valores y llamaron «bueno» a su debilidad y «malvado» al orgullo de los nobles.
- La Vergüenza y la «Mala Conciencia»: La vergüenza que el cristiano siente por sus instintos es, para Nietzsche, una enfermedad, la «mala conciencia». Es la crueldad del hombre domesticado que se vuelve contra sí mismo.
- La «Muerte de Dios» y sus Profetas: La famosa proclamación de Nietzsche es el diagnóstico del colapso de la civilización cristiana. Su crítica sentó las bases para la Revolución Sexual de 1968, un intento masivo de erradicar la «vergüenza plebeya» y liberar los instintos que el cristianismo había «avergonzado».
La Cosecha del Caos: De la Liberación a la Tiranía Digital
El proyecto de demolición culmina en nuestra era posmoderna, donde las consecuencias de esta rebelión son ya innegables.
- La Deconstrucción Final: Movimientos como la teoría de género, la ideología LGTBIQ+ o la «cultura woke» llevan la deconstrucción a su extremo. El pudor es «represión»; la decencia, una «construcción de poder». La vergüenza se invierte en Orgullo (Pride) o se redirige políticamente para señalar al nuevo «pecador»: aquel que no se somete a la ideología dominante.
- Del Ojo de Dios al Panóptico Digital: La rebelión contra el Panóptico vertical de Dios —un Padre que mira con amor y justicia— ha culminado en la creación de un panóptico horizontal y difuso: la tiranía de la mirada incesante de la multitud en la era digital. La vergüenza se ha convertido en un espectáculo viral («cultura de la cancelación»), y el pudor ha sido reemplazado por la «performance de la autenticidad», una estrategia calculada para gestionar la propia marca personal en las redes sociales.
La libertad prometida por el ocaso de los ídolos se ha transformado en una nueva y más sutil forma de esclavitud, donde cada individuo es a la vez prisionero y guardián en una prisión sin muros.
El Camino a 1968: De la Crítica Filosófica a la Liberación Sexual
La Psicologización de la Moral: Freud y la Represión de Eros
La demolición nietzscheana de la moral tradicional no se tradujo inmediatamente en una revolución social. Necesitó un vehículo para pasar del ámbito de la alta filosofía a la conciencia cultural general. Ese vehículo fue, en gran medida, el psicoanálisis. Sigmund Freud, aunque rara vez citaba a Nietzsche, operó como un conducto crucial para sus ideas, secularizándolas y dotándolas de un barniz científico que las hizo enormemente influyentes en el siglo XX.
La teoría de la civilización de Freud, expuesta en obras como El malestar en la cultura, se basa en una premisa sorprendentemente nietzscheana: la civilización se construye sobre la represión de los instintos. Para Freud, la convivencia social exige que los individuos renuncien a la satisfacción inmediata de sus pulsiones más poderosas, principalmente la sexual (Eros) y la agresiva (Tánatos). Este proceso de represión es, en efecto, una reformulación clínica y secularizada del «avergonzamiento de los instintos» de Nietzsche. La «mala conciencia» que Nietzsche describe como la crueldad vuelta hacia adentro se transforma en el «superyó» freudiano, una instancia psíquica internalizada que vigila y castiga al yo, generando sentimientos de culpa. Con Freud, la culpa deja de ser un «pecado» contra Dios para convertirse en una «neurosis», una enfermedad del alma susceptible de tratamiento terapéutico. La vergüenza y el pudor se reinterpretan no como virtudes morales, sino como mecanismos de defensa psíquicos contra pulsiones prohibidas. De este modo, el psicoanálisis proporcionó un nuevo lenguaje para hablar de la represión, uno que la despojaba de su autoridad moral y la presentaba como una fuente de patología.
La Politización del Deseo: Reich, Marcuse y la «Revolución Sexual»
Si Freud medicalizó la crítica nietzscheana, fueron sus seguidores de la izquierda freudiana quienes la politizaron. Wilhelm Reich, un discípulo disidente de Freud, fue el primero en acuñar el término «revolución sexual» en su obra homónima de 1936. Reich dio un paso más allá de Freud, argumentando que la represión sexual no era una condición universal de la civilización, sino una herramienta específica del poder autoritario. Vinculó directamente la moral sexual represiva y la familia patriarcal con la formación de un «carácter» sumiso, propenso al fascismo y a la opresión de clase. Para Reich, la liberación sexual, a través de la consecución de la «potencia orgástica», no era solo una cuestión de salud mental, sino un acto de revolución política fundamental.
Esta línea de pensamiento fue desarrollada y sofisticada por Herbert Marcuse, figura central de la Escuela de Frankfurt, en su influyente libro Eros y Civilización (1955). Marcuse fusionó a Freud con Marx para argumentar que el capitalismo avanzado imponía una «represión excedente» (surplus-repression). Distinguió entre la «represión básica», necesaria para la supervivencia de la especie, y la represión adicional impuesta por el «principio de rendimiento», la lógica del trabajo alienado y el consumismo que sirve a los intereses de la dominación. Marcuse postulaba que los avances tecnológicos habían hecho posible una «civilización no represiva», donde la automatización podría liberar a la humanidad del trabajo penoso, permitiendo la liberación de Eros y la transformación del trabajo en juego. Esta visión utópica de una sociedad libidinalmente liberada se convirtió en un pilar ideológico para la Nueva Izquierda y los movimientos contraculturales de los años 60, proporcionando una justificación filosófica para la rebelión contra las normas sexuales y laborales de la sociedad de posguerra. La Existencia Precede a la Esencia: El Imperativo Existencialista
Paralelamente a la izquierda freudiana, el existencialismo, especialmente en su vertiente francesa, popularizó otra faceta del pensamiento post-nietzscheano. La máxima de Jean-Paul Sartre, «la existencia precede a la esencia», se convirtió en el lema de una generación. En un universo sin Dios, sin un plan divino o una naturaleza humana predefinida, los individuos no «son» nada al nacer; están «condenados a ser libres» y deben crear su propia esencia, sus propios valores, a través de sus elecciones y acciones.
Esta filosofía de la «libertad radical» proporcionó la justificación metafísica definitiva para el rechazo de la moral tradicional. Si no hay una esencia humana fija, entonces las normas sobre el pudor, el recato o la modestia no son verdades eternas, sino construcciones sociales arbitrarias que limitan la libertad individual. La autenticidad exigía que cada individuo eligiera su propio código moral, especialmente en un ámbito tan personal como la sexualidad.
Albert Camus, aunque con un énfasis diferente en los límites y la rebelión contra lo absurdo, compartía con Sartre la premisa de un mundo sin sentido trascendente en el que los seres humanos deben forjar su propio significado. El existencialismo, por tanto, armó a los individuos con la convicción de que rebelarse contra las normas sexuales heredadas no era un acto de inmoralidad, sino un imperativo de la libertad y la autenticidad.
La Tormenta de 1968: La Filosofía en las Calles
En los movimientos de 1968, estos tres hilos intelectuales —la crítica psicoanalítica a la represión, la politización marxista del deseo y el imperativo existencialista de la auto-creación— convergieron y estallaron en la escena pública. La revolución sexual no fue simplemente una liberalización de las costumbres, sino una rebelión total contra las estructuras de autoridad tradicionales —el Estado, la Iglesia, la universidad y, sobre todo, la familia—, todas ellas percibidas como agentes de una represión intolerable.
Dos catalizadores prácticos permitieron que esta rebelión filosófica se materializara en una transformación social masiva. El primero fue la disponibilidad generalizada de la píldora anticonceptiva a partir de la década de 1960, que por primera vez en la historia disociaba de manera fiable el acto sexual de la procreación, eliminando el miedo al embarazo no deseado que había sido el principal pilar del pudor y el recato femeninos. El segundo fue el auge del feminismo de la segunda ola, que, partiendo de obras como El segundo sexo de Simone de Beauvoir, denunció la familia patriarcal y las normas de género tradicionales como instrumentos de opresión de la mujer. La lucha por la liberación sexual se entrelazó inseparablemente con la lucha por la liberación de la mujer.
La revolución de 1968, por tanto, puede ser entendida como una «vulgarización» paradójica del pensamiento nietzscheano. Nietzsche, un pensador fundamentalmente aristocrático, dirigió su mensaje de transvaloración a una élite de «espíritus libres», al individuo excepcional capaz de superarse a sí mismo y crear nuevos valores. Sin embargo, los movimientos de 1968 democratizaron esta rebelión, convirtiéndola en un movimiento de masas. La búsqueda de una «moral de señores» (autonomía, auto-creación) se llevó a cabo utilizando las herramientas y la retórica de la «moral de esclavos» (movimientos colectivos, búsqueda de igualdad, resentimiento contra la autoridad establecida). Esta contradicción interna es clave para entender por qué las consecuencias de la revolución no fueron la emergencia de una legión de Übermenschen, sino la creación de nuevas y complejas formas de conformidad social, un nuevo «instinto de rebaño» secularizado que se analizará en la siguiente sección.
Consecuencias y Legado: La Vida en el Ocaso de los Ídolos
La erupción cultural de 1968, alimentada por décadas de fermento filosófico, dejó un paisaje social y moral permanentemente alterado. La abolición de las antiguas normas de pudor, vergüenza y recato, lejos de inaugurar una utopía de libertad sin trabas, desencadenó una serie de consecuencias complejas y a menudo contradictorias que redefinieron las instituciones del matrimonio y la familia, la psicología del individuo y la naturaleza de las relaciones entre los sexos.
La Deinstitucionalización del Matrimonio y la Familia
El impacto más visible y sociológicamente medible de la revolución sexual fue la rápida deinstitucionalización del matrimonio. Las décadas posteriores a 1960 vieron un drástico aumento de las tasas de divorcio, que se duplicaron en Estados Unidos entre 1960 y 1980, y un descenso igualmente pronunciado de las tasas de nupcialidad. La edad media para contraer matrimonio aumentó significativamente, la cohabitación se convirtió en una norma socialmente aceptada y el porcentaje de nacimientos fuera del matrimonio se disparó, pasando en Estados Unidos del 5% en 1960 al 41% en 2008.
Sociólogos como Andrew Cherlin y Paul Amato han descrito esta transformación como una transición a través de tres modelos de matrimonio. El «matrimonio institucional», predominante hasta mediados del siglo XX, se basaba en roles de género claros, obligaciones y la estabilidad de la unidad familiar. Fue reemplazado por el «matrimonio de compañía», centrado en el afecto, la amistad y la satisfacción sexual. Finalmente, a partir de los años 60, emergió el «matrimonio individualista», en el cual la unión se concibe principalmente como un vehículo para la autorrealización, el crecimiento personal y la felicidad individual. Este cambio refleja el triunfo de una ética de la autenticidad (de raíz existencialista) sobre una ética del deber (de raíz kantiana). El matrimonio dejó de ser una institución social con fines procreativos y de estabilidad para convertirse en un acuerdo privado y contingente, que puede y debe disolverse si deja de satisfacer las necesidades emocionales de los individuos.
La Cultura del Narcisismo: La Crítica de Christopher Lasch
El historiador y crítico social Christopher Lasch, en su influyente obra La cultura del narcisismo (1979), ofreció una de las críticas más penetrantes a las consecuencias psicológicas de esta nueva era. Lejos de ver la revolución sexual como una liberación, Lasch la diagnosticó como un factor clave en la emergencia de un nuevo tipo de personalidad patológica: el yo narcisista.
Para Lasch, la sociedad post-1968, con su «mentalidad terapéutica» y su hedonismo consumista, no había liberado al individuo, sino que lo había sumido en una búsqueda ansiosa de gratificación inmediata y validación externa. El narcisista, caracterizado por una grandiosidad superficial que enmascara un profundo vacío interior, huye de los compromisos emocionales profundos y de las relaciones duraderas, que percibe como amenazantes y agobiantes. En este contexto, las relaciones íntimas se transforman en una «guerra de todos contra todos», una forma de combate y explotación mutua donde el sexo se despoja de pasión y se convierte en una transacción o una performance para apuntalar un yo frágil. La búsqueda de «El Único» se convierte en una demanda imposible de satisfacción total, mientras que las relaciones casuales y el «matrimonio abierto» son intentos de evitar la intimidad y el dolor de la separación, intensificando la misma enfermedad que pretenden curar.
El Aplanamiento de Eros: La Crítica de Allan Bloom
Desde una perspectiva filosófica, Allan Bloom, en El cierre de la mente americana (1987), argumentó que la consecuencia más profunda de la revolución sexual fue el «aplanamiento de Eros». Bloom sostenía que el eros, en el sentido platónico de anhelo de lo bueno, lo bello y lo verdadero, se nutre de la tensión, el anhelo y la sublimación. La moral tradicional, con sus tabúes, su pudor y su recato, creaba un campo de tensión que elevaba el acto sexual de una mera función biológica a un evento de profundo significado, cargado de misterio y peligro.
La revolución sexual, al eliminar estas barreras y hacer el sexo fácil, seguro y omnipresente, lo despojó de su poder erótico y lo trivializó. Los estudiantes, según Bloom, se han vuelto «excesivamente sensatos» respecto al amor, incapaces de la pasión arrebatadora que ha inspirado las grandes obras de la literatura y la filosofía. Las relaciones se abordan con un cálculo pragmático, evitando el riesgo del «mero» apasionamiento. Al perder el pudor y la vergüenza como fuerzas estructurantes, la sociedad ha perdido también la capacidad de experimentar el amor como una fuerza trascendente, dejando a los jóvenes en un estado de «detumescencia espiritual», desconectados de las fuentes más profundas de la experiencia humana.
Las «Guerras Sexuales» Feministas y la Ambigüedad de la Liberación
La supuesta liberación no trajo consigo un consenso, sino que abrió una profunda brecha dentro del propio movimiento feminista, dando lugar a las amargas «guerras sexuales» de finales de los 70 y los 80. Este conflicto reveló la ambigüedad fundamental del proyecto de abolir el pudor y el recato.
Por un lado, el feminismo anti-pornografía, liderado por figuras como Andrea Dworkin y Catharine MacKinnon, argumentaba que la revolución sexual había sido una estafa. Sostenían que la pornografía, lejos de ser liberadora, era la «teoría» de la cual la violación era la «práctica». Desde su perspectiva, la pornografía cosifica a las mujeres, normaliza la violencia sexual y refuerza la dominación masculina, siendo su producción inherentemente coercitiva y explotadora.
Por otro lado, el feminismo sexo-positivo, con teóricas como Gayle Rubin y Ellen Willis, defendía la pornografía, el BDSM y la prostitución como posibles vías para la exploración y la agencia sexual de las mujeres. Criticaban a sus oponentes por considerarlas puritanas, represivas y por aliarse con la derecha religiosa en una campaña por la censura. Para ellas, la sexualidad era un ámbito de placer que no debía ser restringido, y la clave era el consentimiento y la autonomía, no la abolición de ciertas prácticas.
Este cisma demuestra que la eliminación de la «vergüenza plebeya» nietzscheana no condujo a una nueva ética clara y afirmativa, sino a un campo de batalla ideológico sobre la intrincada relación entre sexo, poder, placer y violencia.
Las consecuencias negativas de la revolución sexual —el narcisismo, el eros aplanado, las guerras ideológicas— no deben interpretarse como una refutación de la crítica de Nietzsche, sino como su trágica confirmación. La sociedad post-1968 encarna la figura del «último hombre» descrita en Así habló Zaratustra: un ser que ha renunciado a la lucha por la grandeza en favor de la comodidad, la seguridad y el placer trivial. El narcisista de Lasch, el estudiante apático de Bloom y los participantes de la cultura del «hookup» —que buscan placer sin compromiso pero a menudo encuentran ansiedad y arrepentimiento — son retratos sociológicos precisos de este «último hombre». Han abolido la vergüenza y el pudor no para afirmar la vida en su totalidad trágica y desafiante, sino para refugiarse en un hedonismo superficial y terapéutico. La revolución, en su manifestación cultural dominante, no fue una «transvaloración de todos los valores» hacia una moral noble, sino una mera secularización de la moral de rebaño, que ahora busca la «felicidad» en el consumo y la validación personal en lugar de la salvación celestial.
La Vergüenza en la Era Digital: De la Omnipresencia y la Omnisciencia Divina al Gran Hermano
La trayectoria genealógica del pudor y la vergüenza no concluye en el siglo XX. La era digital ha inaugurado un nuevo capítulo, reconfigurando radicalmente las condiciones de la intimidad, la visibilidad y el juicio social. El vacío dejado por el ojo omnisciente de Dios no ha permanecido vacío; ha sido ocupado por una nueva y compleja arquitectura de vigilancia que transforma la naturaleza misma de estos afectos morales.
Modernidad Líquida y la Disolución de lo Privado
El sociólogo Zygmunt Bauman describió la condición contemporánea como una «modernidad líquida», caracterizada por la disolución de las estructuras sociales sólidas y duraderas (como la familia, la comunidad y el Estado-nación) y su sustitución por relaciones fluidas, precarias y en constante cambio. Una de las consecuencias más profundas de esta liquidez es el desdibujamiento de la distinción, antes sacrosanta, entre la esfera pública y la esfera privada. Las redes sociales, en particular, han creado espacios intermedios donde las conversaciones privadas se hacen públicas y la vida personal se convierte en un espectáculo para un público indefinido. En este contexto, el «recato», entendido como la reserva y la protección de la intimidad, se vuelve una virtud anacrónica y casi imposible de mantener. La lógica de la modernidad líquida exige fluidez y conexión constante, haciendo de la privacidad un obstáculo.
La Sociedad de la Transparencia y la Tiranía de la Visibilidad
El filósofo Byung-Chul Han profundiza en esta crítica con su concepto de la «sociedad de la transparencia». Han argumenta que la transparencia, hoy elevada a un imperativo moral y político, es en realidad una ideología perniciosa. La exigencia de una visibilidad total, de una comunicación sin velos ni secretos, conduce a una «tiranía de la positividad» que elimina la negatividad, la alteridad, el misterio y la distancia. Todo lo que no es inmediatamente visible y comunicable se vuelve sospechoso.
En esta sociedad, la vergüenza y el pudor son erradicados por diseño. Han describe el resultado como «pornográfico», no en un sentido estrictamente sexual, sino en el sentido de una exposición total, una desnudez sin erotismo, donde todo se muestra y se consume de inmediato. Una relación transparente, afirma, es una relación muerta, carente de la atracción que genera lo oculto. La sociedad de la transparencia no es una sociedad de la confianza, sino del control; la demanda de transparencia surge precisamente donde la confianza ha desaparecido, siendo sustituida por la vigilancia constante.
El Capitalismo de Vigilancia y el Nuevo Pastor
El motor económico que impulsa esta tiranía de la visibilidad es lo que Shoshana Zuboff ha denominado «capitalismo de vigilancia». Zuboff argumenta que las grandes corporaciones tecnológicas (Google, Facebook, etc.) han inaugurado una nueva lógica de acumulación capitalista basada en la extracción y mercantilización de la experiencia humana. Nuestros datos de comportamiento, el «excedente conductual», son apropiados unilateralmente, analizados por inteligencia artificial para predecir nuestro comportamiento y, en última instancia, para modificarlo y dirigirlo hacia fines comerciales.
El vacío dejado por Dios como el gran observador moral, el pastor de almas, ha sido ocupado por estos nuevos poderes corporativos. El capitalismo de vigilancia es un nuevo poder pastoral que no solo observa de manera invisible y omnipresente, sino que también guía, incita y castiga sutilmente a su rebaño digital. Las normas sociales en línea y la «moralidad digital» ya no emergen orgánicamente de la comunidad, sino que son diseñadas y optimizadas por algoritmos cuyo objetivo no es la virtud, sino la maximización del «engagement» y el beneficio económico.
La Vergüenza como Espectáculo: Cancel Culture y el Gran Hermano Digital
En este nuevo ecosistema digital, la vergüenza y el pudor no desaparecen, sino que se transforman. La «cultura de la cancelación» (cancel culture) puede entenderse como una nueva forma de vergüenza pública, secularizada y horizontalizada. Ya no es una autoridad religiosa o estatal la que induce la vergüenza, sino una multitud anónima en línea que actúa como un «tribunal de la opinión pública» digital. Este fenómeno se ve exacerbado por el «efecto de desinhibición en línea», descrito por John Suler, donde la anonimidad, la invisibilidad y la asincronía de la comunicación en línea reducen las restricciones sociales, llevando a comportamientos más extremos, tanto positivos como negativos (flaming, ciberacoso).
Una plataforma como X (antes Twitter) permite y fomenta el uso de cuentas anónimas. Su naturaleza rápida, confrontacional y basada en la viralización del conflicto, incentiva la desinhibición, las «guerras de insultos» (flame wars) y el acoso, ya que la distancia y la falta de identidad real minimizan el freno de la empatía.
En el otro extremo del espectro, en plataformas basadas en la identidad como Instagram, surge una nueva y paradójica forma de modestia: la «performance de la autenticidad». Los influencers mercantilizan su propia vulnerabilidad, compartiendo inseguridades y momentos «reales» no como un acto genuino de auto-revelación, sino como una estrategia calculada para construir una marca personal percibida como «auténtica» y «relatable», y así aumentar su capital simbólico y económico.
La trayectoria desde la «muerte de Dios» hasta la era digital revela una paradoja fundamental de la modernidad secular. La rebelión contra el Panóptico vertical de Dios —un único observador trascendente que inducía una culpa y una vergüenza internalizadas— ha culminado en la creación de un Panóptico horizontal y difuso: una multitud de observadores inmanentes que inducen una vergüenza performativa y viral. La liberación del juicio divino ha conducido a la tiranía del juicio social incesante. El viejo pudor era una defensa de la intimidad contra el juicio de Dios y la comunidad. El «nuevo pudor» es una estrategia de gestión de la marca personal, una actuación de modestia y autenticidad calculada para navegar y evitar la vergüenza viral en un entorno de visibilidad total. La libertad prometida por el ocaso de los ídolos se ha transformado en una nueva y más compleja forma de auto-vigilancia, donde cada individuo es a la vez prisionero y guardián en una prisión sin muros.
Conclusión: ¿Más Allá del Bien y del Mal, o un Nuevo Rebaño Digital?
Este informe ha trazado la genealogía de la vergüenza y el pudor desde el epicentro filosófico de la «muerte de Dios» de Nietzsche hasta su reconfiguración en el Gran Hermano digital contemporáneo. El argumento ha demostrado que la proclamación nietzscheana no fue un evento aislado, sino el diagnóstico de la desintegración del fundamento metafísico que anclaba la moral occidental. Esta desintegración puso en marcha un proceso de deconstrucción de los afectos morales que la sustentaban. La crítica de Nietzsche a la moral judeocristiana como una moral del resentimiento que opera a través del «avergonzamiento de los instintos» y la creación de la «mala conciencia» sentó las bases para una reevaluación radical de la vergüenza y el pudor, no como virtudes, sino como síntomas de una vida decadente y negadora.
Se ha mostrado cómo este impulso crítico fue absorbido y transmutado por las corrientes intelectuales del siglo XX —el psicoanálisis, la teoría crítica y el existencialismo—, que secularizaron, medicalizaron y politizaron la rebelión contra la represión. La revolución sexual de 1968 se ha presentado como el punto de inflexión cultural donde esta crítica filosófica se masificó, catalizada por avances tecnológicos y movimientos sociales, resultando en una transformación profunda de las estructuras familiares, las relaciones interpersonales y la psicología individual. Sin embargo, las consecuencias de esta «liberación» han sido profundamente ambiguas, llevando no a una utopía de autonomía, sino a una «cultura del narcisismo», un «aplanamiento de Eros» y nuevas formas de conflicto ideológico. Finalmente, el análisis se ha extendido a la era digital, donde el vacío del observador divino ha sido llenado por un sistema de vigilancia horizontal y corporativo, transformando la vergüenza en un espectáculo público y el pudor en una estrategia de marca personal.
La Reconfiguración de la Vergüenza, el Decoro y el Pudor en la Posmodernidad
Los conceptos de vergüenza, decoro, pudor, decencia, modestia y recato han funcionado históricamente como pilares del orden social, regulando el comportamiento individual a través de normas compartidas, a menudo de origen religioso o tradicional. Sin embargo, la posmodernidad y diversos movimientos socioculturales contemporáneos han sometido estas ideas a una profunda deconstrucción, redefiniendo su significado y su función en la sociedad.
La Base Posmoderna: Deconstrucción de las Grandes Narrativas
La posmodernidad se caracteriza por su escepticismo hacia las «grandes narrativas» o metarrelatos: las verdades universales sobre la moral, la historia, la razón y el orden social. Desde esta perspectiva:
Las Normas son Construcciones de Poder: Conceptos como el «decoro» o la «decencia» no se ven como verdades objetivas, sino como construcciones sociales que reflejan y refuerzan las estructuras de poder de una época. A menudo, se identifican como herramientas de control de sistemas como el patriarcado o la heteronormatividad.
El Fin de un Único «Pudor»: Al no existir una única verdad moral, tampoco puede existir un único estándar de pudor o modestia. Lo que una cultura considera «decente» es visto como arbitrario y no universalmente aplicable.
Teoría de Género y Movimientos LGTBIQ+: Del Pudor a la Expresión
Estos movimientos aplican directamente la deconstrucción posmoderna a las normas sobre el cuerpo, el sexo y la identidad.
El Pudor como Represión: La modestia, el recato y el pudor tradicionales son analizados como mecanismos diseñados para regular y reprimir la sexualidad no normativa y para imponer roles de género estrictos, especialmente sobre las mujeres y las personas LGTBIQ+.
Inversión de la Vergüenza: El Orgullo: El cambio más significativo es la transformación de la vergüenza en orgullo (Pride). El movimiento del Orgullo LGTBIQ+ es una refutación política y existencial de la vergüenza impuesta socialmente. Es la afirmación de que la propia identidad y deseo no son motivo de ocultamiento (recato), sino de celebración pública.
El Decoro como «Performance» Opcional: La teoría de género postula que el género es una «performance» (una actuación social) más que una esencia biológica. Por tanto, las reglas de decencia y modestia asociadas a la masculinidad o feminidad (cómo vestir, hablar o comportarse) son vistas como un guion que puede ser reescrito, ignorado o parodiado.
La «Cultura Woke» y la Reorientación de la Vergüenza
Entendida como una aplicación de la teoría crítica, la llamada «cultura woke» no elimina la vergüenza, sino que la redirige.
La Vergüenza como Herramienta Política: La vergüenza ya no se asocia principalmente con la transgresión de normas sexuales o de modestia personal. En su lugar, se utiliza como una herramienta para señalar y sancionar comportamientos considerados opresivos o socialmente injustos (racismo, sexismo, transfobia, etc.).
Redefinición de la «Decencia»: En este marco, la «decencia» se redefine. Ser decente no es tanto una cuestión de recato físico, sino de usar un lenguaje inclusivo, reconocer el propio privilegio y mostrar respeto y sensibilidad hacia los grupos marginados. La «indecencia» se convierte en la microagresión o el discurso de odio.
Ecologismo Político: Un Nuevo Decoro Planetario
Aunque parece un campo distinto, el ecologismo político también emplea y redefine estos conceptos.
La Vergüenza del Consumo: Se introducen nuevas formas de vergüenza social ligadas al impacto ambiental, como la «vergüenza de volar» (flight shaming) o la crítica al consumo excesivo y al desperdicio.
La Modestia como Sostenibilidad: La modestia se reinterpreta como un antídoto contra el consumismo. Vivir de forma modesta y decente implica un estilo de vida sostenible, consciente de los límites del planeta. El acto impúdico o indecoroso es la ostentación, el despilfarro y la indiferencia hacia la crisis ecológica.
Conclusión
En el paradigma posmoderno y los movimientos que de él se derivan, los conceptos tradicionales de vergüenza, pudor y decoro han sido despojados de su supuesta universalidad. Han pasado de ser reguladores de la moral personal y sexual, a menudo vistos como represivos, a ser:
- Rechazados y revertidos (la vergüenza se convierte en orgullo).
- Reorientados como herramientas políticas para la justicia social.
- Redefinidos en torno a nuevas éticas, como la sostenibilidad ambiental.
El foco se desplaza de la pureza del individuo a su responsabilidad dentro de complejas estructuras sociales y ecológicas.
Aclaratio Terminorum
Decoro
- m. Honor, respeto, reverencia que se debe a una persona por su nacimiento o dignidad.
- m. Circunspección, gravedad.
- m. Pureza, honestidad, recato.
Aquí nos interesa esta tercera acepción
m. Pureza, honestidad, recato.
Sinónimos: pudor, decencia, vergüenza, castidad, recato.
Antónimos: m. impudicia, indecencia.
Pudor
Del lat. pudor, -ōris.
m. Honestidad, modestia, recato.
Sinónimos: decoro, recato, honestidad, decencia, modestia, vergüenza, miramiento, pena, castidad, pudicia, pudicicia.
Antónimos: impudor, impudicia, desvergüenza.
Sinónimos o afines de «pudor»: decoro, recato, honestidad, decencia, modestia, vergüenza, miramiento, pena, castidad, pudicia, pudicicia.
Decencia
f. Recato, honestidad, modestia.
Sin.: recato, honestidad, pudor, pureza, moralidad, integridad, virtud, ética, vergüenza.
Ant.: indecencia, impudicia.
f. Dignidad en los actos y en las palabras, conforme al estado o calidad de las personas.
Sin.: decoro, dignidad, honor, honorabilidad, respetabilidad, nobleza.
Ant.: indignidad, inmoralidad, deshonestidad, desvergüenza.
Sinónimos o afines de «decencia»: aseo, compostura, adorno, limpieza.
recato, honestidad, pudor, pureza, moralidad, integridad, virtud, ética, vergüenza.
decoro, dignidad, honor, honorabilidad, respetabilidad, nobleza.
Antónimos u opuestos de «decencia»: indecencia, impudicia, indignidad, inmoralidad, deshonestidad, desvergüenza.
Modestia
- f. Cualidad de modesto.
Sin.:
- humildad, sencillez, llaneza, timidez.
- pobreza, moderación, austeridad, sobriedad, humildad, templanza.
- recato, honestidad, pudor1, decoro1, decencia, pudicia, pudicicia.
- pequeñez, insignificancia, irrelevancia, nimiedad.
Ant.:
- inmodestia, vanidad, presunción, soberbia, arrogancia, altanería, altivez.
Sinónimos o afines de «modestia»:
- humildad, sencillez, llaneza, timidez.
- pobreza, moderación, austeridad, sobriedad, humildad, templanza.
- recato, honestidad, pudor, decoro, decencia, pudicia, pudicicia.
- pequeñez, insignificancia, irrelevancia, nimiedad.
Antónimos u opuestos de «modestia»:
- inmodestia, vanidad, presunción, soberbia, arrogancia, altanería, altivez.
La modestia es la cualidad o virtud que modera los actos y pensamientos, manteniendo a una persona dentro de los límites de su condición, sin vanidad ni engreimiento. Se trata del conocimiento de las propias limitaciones y debilidades, y de actuar conforme a este conocimiento.
Según el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española (RAE), la principal acepción de modestia es:
«Cualidad de modesto.»
A su vez, «modesto» se define como «humilde o carente de vanidad» y «que no hace ostentación de sus cualidades o de sus éxitos».
La modestia puede manifestarse de varias formas:
- En el comportamiento: Es la ausencia de arrogancia, soberbia o vanidad. Una persona modesta no presume de sus logros, conocimientos o bienes.
- En la apariencia: Se refiere a la sencillez y a la falta de ostentación en la vestimenta o en el aspecto personal, evitando lo llamativo o provocador.
- En las condiciones de vida: Describe algo que es sencillo, de poco lujo o de bajo coste. Por ejemplo, se puede hablar de una «vivienda modesta».
Recato
m. Cautela, reserva.
Sin.:
cautela, prudencia, reserva, discreción, cuidado, precaución.
Ant.:
descaro, indiscreción, imprudencia.
m. Honestidad, modestia.
Sin.:
decencia, decoro, honestidad, pudor, modestia, castidad, pudibundez.
Ant.:
desvergüenza, impudor.
Sinónimos o afines de «recato»: cautela, prudencia, reserva, discreción, cuidado, precaución, decencia, decoro, honestidad, pudor, modestia, castidad, pudibundez.
Antónimos u opuestos de «recato»: descaro, indiscreción, imprudencia, desvergüenza, impudor.
Vergüenza
- f. Turbación del ánimo ocasionada por la conciencia de alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante.
- f. Turbación del ánimo causada por timidez o encogimiento y que frecuentemente supone un freno para actuar o expresarse. Le da vergüenza hablar en público.
Sin.:
- apuro, reparo, timidez, rubor, sofoco, sonrojo, corte1, bochorno, retraimiento, modestia embarazo, apocamiento, pena.
Ant.:
- desvergüenza, descaro, atrevimiento, cinismo.
- f. Estimación de la propia honra o dignidad. Si tuvieras un poco de vergüenza, no te pasarías el día ganduleando.
Sin.:
- dignidad, honra, pundonor, decencia, decoro, orgullo.
- f. Cosa o persona que causa vergüenza o deshonra.
ant.:
- humillación, afrenta, deshonra, ultraje, infamia, vilipendio, baldón, abyección, mancha, ofensa, agravio, injuria, indecencia, torpeza, escándalo, degradación, obscenidad, abominación.
Vivimos en una sociedad que carece por completo de decoro, de pudor, de decencia, de modestia, de recato y de vergüenza.
Algunos dicen que la decadencia moral va en paralelo a la desvergüenza. Probablemente tengan razón… No lo sé. Pero yo salgo a la calle y no veo más que tipos entrados en años con pantalones cortos (los llaman “bermudas”), señoras y señores con mallas que dejan muy poco a la imaginación, chicas indecentes que lo enseñan todo… Reina el mal gusto en el vestir como reina el pecado en este mundo de mierda.
España (y Occidente por extensión) ha caído en la degradación y en la decadencia más vergonzosas. Resulta indecente, escandalosa, obscena, abyecta, abominable, degradada, infame, desvergonzada, impúdica e indecente. Reina la corrupción y se gastan el dinero del contribuyente en putas y cocaína. No dicen una verdad ni de casualidad… Engañan, traicionan y pactan hasta con Satanás con tal de seguir en el poder.
En España reina en pecado y la oscuridad lo cubre casi todo.
¿Pero no hay esperanza?
Claro que la hay.
Lucas 21
Cuando oyereis hablar de guerras y revueltas, no os aterréis; porque es preciso que sucedan estas cosas primero, pero no vendrá luego el fin. Entonces les decía: Se levantará nación contra nación y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos lugares, hambres, pestes, espantos y grandes señales del cielo.
Pero antes de todas estas cosas pondrán sobre vosotros las manos y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y metiéndoos en prisión, conduciéndoos ante los reyes y gobernadores por amor de mi nombre.
Será para vosotros ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preocuparos de vuestra defensa, porque yo os daré un lenguaje y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados aun por los padres, por los hermanos, por los parientes y por los amigos, y harán morir a muchos de vosotros y seréis aborrecidos de todos a causa de mi nombre. Pero no se perderá un solo cabello de vuestra cabeza. Por vuestra paciencia salvaréis vuestras almas.
Cuando viereis a Jerusalén cercada por los ejércitos, entended que se aproxima su desolación. Entonces los que estén en Judea huyan a los montes; los que estén en medio de la ciudad, retírense; quienes en los campos, no entren en ella, porque días de venganza serán ésos para que se cumpla todo lo que está escrito.
Ay entonces de las encintas y de las que estén criando en aquellos días! Porque vendrá una gran calamidad sobre la tierra y gran cólera contra este pueblo. Caerán al filo de la espada y serán llevados cautivos entre todas las naciones, y Jerusalén será hollada por los gentiles hasta que se cumplan los tiempos de las naciones.
Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y sobre la tierra perturbación de las naciones, aterradas por los bramidos del mar y la agitación de las olas, exhalando los hombres sus almas por el terror y el ansia de lo que viene sobre la tierra, pues las columnas de los cielos se conmoverán.
Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con poder y majestad grandes. Cuando estas cosas comenzaren a suceder, cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra redención.
Mateo 24, 36-39
De aquel día y de aquella hora nadie sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre. Porque como en los días de Noé, así será la aparición del Hijo del hombre. En los días que precedieron al diluvio comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que entró Noé en el arca; y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrebató a todos; así será a la venida del Hijo del hombre.
Nuestra esperanza es Cristo.
El mensaje de Nuestra Señora de Akita del 13 de octubre de 1973 señala: “Como te dije, si los hombres no se arrepienten y mejoran, el Padre infligirá un terrible castigo a toda la humanidad. Será un castigo mayor que el diluvio, tal como nunca se ha visto antes.
Sacratísimo Corazón de Jesús, verdaderamente presente en la Santa Eucaristía, te consagro mi cuerpo y alma para ser enteramente una con Tu Corazón, sacrificado cada instante en todos los altares del mundo y dando alabanza al Padre, implorando por la venida de Su Reino.
Ruego que recibas esta humilde ofrenda de mi ser. Utilízame como quieras para la gloria del Padre y la salvación de las almas.
Vosotros veréis: o bien os arrepentís y os convertís, o sufriremos un terrible castigo mayor que el diluvio. El tiempo se acaba. La Caridad debe reinar en nuestras vidas y hemos de vivir en coherencia hasta el final, si Dios nos concede esa gracia de la perseverancia.
El ejército de Satanás marchará a lo largo y ancho de la tierra y rodeará el campamento del pueblo de Dios, que es la ciudad que Dios tanto ama. Pero caerá fuego del cielo y destruirá al ejército de Satanás.
Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.
Hay que volver a la cruz de Cristo. Hemos de confesarnos, de acudir a la Santa Misa y de comulgar en gracia de Dios. Y rezar el santo rosario para que María nos lleve de la mano a la Patria Celestial.

Nada sin Dios
¡Viva Cristo Rey!