Cuando algo muere, no cambia inmediatamente de aspecto. Durante cierto tiempo se mantiene igual por fuera aunque ya empieza por dentro la descomposición. Según pasan las horas, la muerte empieza a mostrar su verdadero rostro. Lo externo se deteriora y finalmente aparece el mal olor, el moho o los gusanos. Hay quien incluso entonces es capaz de comerse esa basura.
La apostasía está hoy ya claramente agusanada. Apesta. Pero es solo la fase final. Tuvo un comienzo, donde la fe fue aniquilada. Luego la liturgia. Por último la moral. Muchos se asombran del mal olor que llena todo el aire espiritual que respiramos porque se negaban a ver y aceptar que el cuerpo estaba muerto. Muchos pretenden que el muerto está todavía vivo.
Sí, las puertas del Hades no prevalecerán, pero hay que huir del Hades, de Satanás y sus ministros, esos que se disfrazan como ministros de justicia, esos falsos apóstoles que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Escuchemos la voz del Señor, no de los anticristos que pisotean la gracia de Dios, la sangre derramada por Jesucristo en la cruz, llegando incluso a bendecir de forma blasfema el pecado en nombre del Áltísimo. Seamos miembros de la Iglesia de Cristo, no de la sinagoga de Satanás.
Líder lusitano que hizo frente a la expansión de Roma en Hispania a mediados del siglo II a. C. en el territorio suroccidental de la península ibérica.