Roma nos quiere sin fe (i)

«Cardinal Gerhard Müller has revealed that a senior representative of the Roman Dicastery for Divine Worship told him that 20,000 young Catholics participating in the historic Paris to Chartres pilgrimage was “by no means a cause for joy, because Holy Mass was celebrated according to the old Extraordinary Latin rite.” Müller says that some people in the Vatican “see the old rite of Holy Mass as a greater danger to the unity of the Church than the reinterpretation of the Creed, or even the absence of Holy Mass.” Müller revealed this saddening information during his homily at an ordination of Latin Mass-celebrating priests. In this week’s episode of Faith & Reason we’ll be discussing these comments, as well as an exclusive interview between Cardinal Müller and LifeSiteNews reporter Maike Hickson».

Aquí está el testimonio. No es que sea ninguna novedad, porque obras son amores (en este caso, odios), y no buenas razones; pero sí un órdago bucal que muestra que el desprecio de la fe católica les rezuma tanto del corazón que se les desborda por esa bocaza, habiendo inaugurado Francisco la era del indisimulo. A Roma le importan un comino los datos objetivos que nos llueven semana tras semana desde hace algunos años, que apuntan al unísono la idea de que el renacimiento de la fe católica marca el rumbo a la Tradición y la Misa de siempre.

Que prefieren quedarse sin administrar sacramentos, antes que tener sacerdotes con fe, incluso aunque sean conservadores y no tradicionalistas, es un hecho. Saben que, salvo asistencia especialísima de Dios, restringir los sacramentos es el camino más rápido para secar el alma. Si hacemos caso al Card. Müller, lo ha dejado caer un alto jerarca romano de viva voz, pero en realidad, no hacía falta decirlo. Quien ha entendido el problema, no necesita testimonios. Y quien a estas alturas se tapa los ojos, nada menos que esto le va a hacer despertar.

Roma rabia: su persecución a la Misa de siempre le está saliendo rana, y solamente le queda la bala de la prohibición expresa. Acto que sería nulo de pleno derecho, y por tanto, inacatable en conciencia, aunque jurídicamente no se declarara como tal. Y que, además, le valdría a Francisco la consideración de Papa cismático, tal como la definió el jesuita español Francisco Suárez (no deja de ser una ironía de la historia que un jesuita español en plena Contrarreforma anduviera especulando sobre estas cosas):

«Sería cismático el papa que cambiara todos los ritos de la Iglesia que son de tradición apostólica».

La palabra “cismático” ha salido a relucir recientemente con los decretos de excomunión de un arzobispo italiano y unas religiosas españolas. Parece que a Roma no le tiembla el pulso con los cismáticos, sobre todo si son mediáticos. Sin embargo, no se aprecia ni parecida contundencia con los herejes, siendo claro que el pecado de herejía es mucho más grave que el de cisma. El Aquinate dice lo siguiente cuando objeta la tesis de que el pecado de infidelidad es menos grave que el de cisma:

«2. El bien de la colectividad es mayor que el de un particular de la misma, y también menor que el bien exterior al que se ordena la multitud, al igual que el bien del ejército es menor que el del general. De la misma forma, el bien de la unidad eclesiástica, a la que se opone el cisma, es menor que el de la verdad divina, al que se opone la infidelidad».

3. La caridad tiene dos objetos: el principal, que es la bondad divina, y otro secundario, es decir, el del prójimo. Pero el cisma y los demás pecados cometidos contra el prójimo se oponen a la caridad en cuanto al bien secundario, menor que el objeto de la fe, es decir, Dios mismo. De ahí que estos pecados sean menores que la infidelidad. No es, en cambio, menor el odio de Dios, opuesto a la caridad en cuanto a su objeto principal. Sin embargo, entre los pecados contra el prójimo, el mayor parece que es el cisma, por ser el pecado que va contra el bien espiritual de la colectividad.”

(Santo Tomás de Aquino, S. Th., II-IIae, q.39, )

Hace poco tuvimos la ocasión de escuchar a Tucho decir que los que llaman hereje al Papa tienen un problema de fidelidad. Nótese que emplea la misma terminología que el Doctor Angélico, pero invirtiendo la jerarquía de bienes. Para él, el pecado grave es el de infidelidad, tal como dice Santo Tomás, salvo el nimio detalle que para el Aquinate el objeto de la fidelidad es Dios y para Tucho, lo es el Papa. Porque es el Papa quien da cargos (y los quita), y no Dios, que “solamente” nos da o nos quita la Vida Eterna. Cosa que importa poco cuando uno no tiene fe. O tiene la fe de los demonios.

Volviendo al meollo de la cuestión: queda claro que Roma se prepara (y nos prepara) para una religión sin sacramentos, sin liturgia, sin sacerdotes. Se cargaron la forma (la doctrina) y ahora van a por la materia, la manifestación tangible de lo invisible. Una religión donde el culto público queda convalidado, todo es “de campaña”, de bajo coste, de “estado de excepción”; y siempre bajo pretexto de una emergencia vocacional provocada por la propia jerarquía, pues si necesitan curas buenos, aunque no haya muchos, todo el mundo sabe dónde encontrarlos.

Es evidente que Roma no profesa, a día de hoy, fe católica. Y, además, odia a quienes la profesan, escupiéndoles con insultos continuos. En eso, están a la altura de un auténtico perseguidor de la Iglesia: la jerarquía se ha vuelto perseguidora de la Iglesia. Dios escribe con renglones torcidos.

El problema para ellos es quién les va sostener esa sectita de domingueros en que quieren convertir la Iglesia de Cristo, porque en menos de veinte años, de los octogenarios que tragan con todo no van a quedar ni sus momias. Y no parece que haya colas de homosexuales, transexuales, (in)migrantes y adúlteros en las parroquias.

En todo caso, la anterior es una pregunta retórica. Personalmente, ya me he sacudido la fase del sufrimiento, aunque entiendo y compadezco a quienes no lo han hecho, generalmente porque Dios aún no les ha dado la gracia de disponer de una misa y unos sacerdotes como Dios manda.   Es decir, más allá de las historias personales de lucha y sufrimiento, en cuanto al futuro de la Iglesia jerárquica, como se suele decir, a mi, plim. Tenemos la promesa de Cristo. Y, además, desde hace unos pocos años, la podemos ver, tocar y situar en el mapa, aunque dispersa. La Iglesia no perecerá: los herejes de Roma, sí, y para toda la eternidad. ¿Usted con quien está?

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