El Papa Hereje

Arzobispo Viganò: «Acuso a Bergoglio de herejía y cisma y pido que sea removido del trono que indignamente ocupa». Uno que va camino de la excomunión y del sedevacantismo. Carlo María Viganó afirma ‘solemnemente’ y  acusa «a Jorge Mario Bergoglio de herejía y cisma, y ​​como hereje y cismático pide que sea juzgado y removido del trono que indignamente ocupa durante más de once años».

El arzobispo llega a decir que no es posible estar en comunión con el Papa porque «Bergoglio no puede ser considerado miembro de la Iglesia, debido a sus múltiples herejías y a su manifiesta alienación e incompatibilidad con el papel que inválida e ilícitamente desempeña.

¿Y quién tiene autoridad en este mundo para destituir al Papa? ¿El Colegio de Cardenales?

Por su parte, Mons. Schneider manifiesta su posición ante el tema en términos muy distintos a los de Mons. Viganò:

«Un pontífice no puede incurrir en herejía cuando se pronuncia ex cathedra; esto es dogma de fe. Ahora bien, cuando no hace una declaración ex cathedra, puede caer en ambigüedades doctrinales, errar y hasta incurrir en la heterodoxia. Y como el papa no es lo mismo que la totalidad de la Iglesia, la Iglesia es más fuerte que un simple papa que yerre o sea hereje. En un caso así, hay que corregirlo de forma respetuosa (evitando una ira puramente humana y palabras irrespetuosas) y resistirlo como se resiste a un mal padre de familia. Los miembros de la familia no pueden declarar que su mal padre ya no es su padre. Pueden corregirlo, negarse a obedecerlo, apartarse de él, pero no pueden revocar su paternidad.

Los buenos católicos conocen la verdad y tienen el deber de proclamarla, así como de ofrecer reparaciones por los errores de los papas que yerran. Dado que es humanamente imposible resolver el caso de un pontífice hereje, hay que implorar a Dios con fe sobrenatural que intervenga, porque ese papa que yerra no es eterno, es temporal, y la Iglesia está en manos de Dios.

Debemos tener suficiente fe sobrenatural, confianza, humildad y espíritu de la Cruz para soportar una prueba de tal magnitud».

Afirmar que una persona que vive en adulterio público puede estar al mismo tiempo en gracia de Dios y comulgar sin problema es una herejía como la copa de un pino. Y quien comulga así comulga su propia condenación.

Decir que una pareja homosexual – pareja de hecho o casados civilmente – puede ser bendecida por la Iglesia Católica y que esos hombres o mujeres pueden comulgar como si nada o recibir la absolución sin arrepentimiento de sus pecados, sin propósito de enmiendo y sin un cambio radical de vida es una herejía como una catedral de grande. La Iglesia no puede bendecir el pecado mortal ni dar la comunión a quien no esté en gracia de Dios. 

Proclamar públicamente que un homosexual no tiene por qué vivir en castidad (P. James Martin: «los católicos LGBT no están obligados a practicar la castidad»), sino que puede mantener relaciones homosexuales con su pareja o con múltiples parejas y al mismo tiempo, estar en gracia de Dios y comulgar como si no estuviera cometiendo pecados mortales que claman al cielo, es una herejía de libro.

Pretender que quien mantiene relaciones sexuales, del tipo que sea, fuera del matrimonio no vive en pecado mortal es propio de un malvado que se cree él mismo dios o, peor aún, mejor que Dios y con poder de enmendarle la plana al mismísimo Jesucristo y al Dios que le dio los mandamientos a Moisés en el Horeb. Si alguien proclama una doctrina contraria a la de Cristo es exactamente un Anticristo.

Y como dice la Carta a los Gálatas:

Mas si aun nosotros o un ángel del cielo os anunciara otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema.

La tradición se define como el depósito de la fe transmitido por el magisterio siglo tras siglo. Ese depósito es el que nos dio la Revelación, es decir, la palabra de Dios confiada a los apóstoles y cuya transmisión está asegurada por sus Sucesores. El depósito de la Revelación quedó terminado el día de la muerte del último apóstol. Ahí se acabó todo: ya no se puede tocar nada hasta la consumación de los siglos. La Revelación es irreformable

El depósito de la fe no es algo que se han imaginado los hombres, sino verdad que han recibido de Dios; no es algo que ellos han compuesto (inventum), sino cosa que a ellos les ha sido confiada por Dios; una cosa, por consiguiente, que no es fruto de la ingeniosidad humana, sino de la enseñanza recibida; no de uso privado, arbitrario (privatae usurpationis), sino tradición pública (es decir, que a todos obliga); una cosa no extraída de ti, sino traída a ti…, donde tú no eres autor, sino custodio; no maestro, sino discípulo; no guía, sino discípulo.

El concilio Vaticano I lo recuerda explícitamente: 

«La doctrina de la fe que Dios ha revelado es propuesta no como un descubrimiento filosófico que puede ser perfeccionado por la inteligencia humana, sino como un depósito divino confiado a la esposa de Cristo para ser fielmente protegido e infaliblemente promulgado. De ahí que también hay que mantener siempre el sentido de los dogmas sagrados que una vez declaró la Santa Madre Iglesia, y no se debe nunca abandonar bajo el pretexto o en nombre de un entendimiento más profundo. «Que el entendimiento, el conocimiento y la sabiduría crezcan con el correr de las épocas y los siglos, y que florezcan grandes y vigorosos, en cada uno y en todos, en cada individuo y en toda la Iglesia: pero esto sólo de manera apropiada, esto es, en la misma doctrina, el mismo sentido y el mismo entendimiento».

Si alguno dijere que es posible que en algún momento, dado el avance del conocimiento, pueda asignarse a los dogmas propuestos por la Iglesia un sentido distinto de aquel que la misma Iglesia ha entendido y entiende: sea anatema. (Constitución Dogmática Filius Dei).

Y ese mismo Concilio Vaticano I deja claro que la autoridad magisterial del Papa es la de declarar lo contenido en la Revelación, como precisa el mismo Concilio:

«El Espíritu Santo no fue prometido a los sucesores de Pedro para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y expusieran fielmente la revelación transmitida por los apóstoles».

El Papa, en conclusión, no puede cambiar la doctrina: no tiene autoridad para cambiar la verdad revelada por las Sagradas Escrituras y por la Tradición. Y la pastoral no puede contradecir el dogma. La caridad es el amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por Dios. Y el amor a Dios pasa por obedecer sus Mandamientos. Nadie puede decir que ama a Dios si no cumple su Ley Sagrada, Universal y Eterna. 1 Jn. 2

Sabemos que hemos conocido a Dios si guardamos sus mandamientos. El que dice que le conoce y no guarda sus mandamientos, miente y la verdad no está en él. Pero el que guarda su palabra, en ése, la caridad de Dios es verdaderamente perfecta. En esto conocemos que estamos en Él.

Nuestro Dios ha dado sus mandamientos de manera soberana, mandamientos independientes del tiempo y espacio, de región y raza. Como el sol de Dios brilla indistintamente sobre el género humano, así su ley no reconoce privilegios ni excepciones. Gobernantes y gobernados, coronados y no coronados, grandes y pequeños, ricos y pobres, dependen igualmente de su palabra. De la totalidad de sus derechos de Creador dimana esencialmente su exigencia de una obediencia absoluta por parte de los individuos y de toda la sociedad. Y esta exigencia de una obediencia absoluta se extiende a todas las esferas de la vida, en las que cuestiones de orden moral reclaman la conformidad con la ley divina y, por esto mismo, la armonía de los mudables ordenamientos humanos con el conjunto de los inmutables ordenamientos divinos.

(PÍO XI, Carta Encíclica ‘Mit brennender Sorge’ párrafos 13 y 14’)

La misericordia y la caridad no consisten en contentar al mundo, considerando ahora bueno lo que siempre fue pecado mortal. La misericordia y la caridad van de la mano del bien moral, del cumplimiento de los Mandamientos de la Ley de Dios. Lo que Dios condena nadie tiene poder para corregirlo y convertir el pecado en bendición. Nadie es más misericordioso que Dios y a Dios no le pueden enmendar la plana para que el mundo aplauda. Si alguno ama al mundo, no está en él la caridad del Padre. 

El Papa no es un soberano absoluto, cuyo pensamiento y voluntad sean ley. Al contrario, el ministerio del Papa consiste en garantizar la obediencia a Cristo y a su palabraEl Papa no debe proclamar sus propias ideas, sino vincularse constantemente a sí mismo y a la Iglesia a la obediencia hacia la Palabra de Dios, frente a todos los intentos de adaptación y dilución, como frente a cualquier oportunismo.

¿En la Iglesia no cabíamos todos, todos, todos? ¿O sólo caben los herejes, los sodomitas, los fornicarios y los corruptos? ¿Por qué prohíben la Misa Tradicional, la Misa bimilenaria, mientras aplauden o callan ante todo tipo de herejías y de abusos litúrgicos?

Müller reveló que cuando compartió su alegría por haber participado en la reciente peregrinación de París a Chartres , durante la cual 20.000 jóvenes peregrinos llenaron la Catedral de Chartres para asistir a la Misa Tradicional en Latín (TLM), un funcionario del Dicasterio Romano para el Culto Divino respondió que era más importante que los jóvenes “respetaran” la Nueva Misa.

Müller explicó además que el funcionario anónimo del Vaticano dijo efectivamente que los jóvenes que no “respetan” la Nueva Misa bien podrían “no venir” a la iglesia en absoluto, y que una “iglesia vacía” sería preferible. 

Aquí los únicos que no tenemos cabida en la Iglesia somos los católicos tradicionales: los que no tragamos las herejías modernistas ni comulgamos con las ruedas de molino del indiferentismo, del ecologismo político, con la comunión de adúlteros y paganos o con la bendición del aberrosexualismo.

¿Se amonesta a los que blasfeman gravemente al interpretar que el centurión y su criado eran sodomitas? ¿Se amonesta a la editorial supuestamente católica que publicó semejante blasfemia? ¿Se suspende al P. James Martin y a todos los obispos y cardenales que apoyan las bendiciones de los fornicarios y los sodomitas? ¿Se suspende a los obispos alemanes, herejes y apóstatas hasta la médula? No, sólo sobramos los católicos tradicionales, fieles al depósito de la fe y a Cristo.

Hay que recordar el comienzo de la Encíclica Pascendi de san Pío X:

«Guardar silencio no es ya decoroso, si no queremos aparecer infieles al más sacrosanto de nuestros deberes, y si la bondad de que hasta aquí hemos hecho uso, con esperanza de enmienda, no ha de ser censurada ya como un olvido de nuestro ministerio. Lo que sobre todo exige de Nos que rompamos sin dilación el silencio es que hoy no es menester ya ir a buscar los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan en el seno y en la jerarquía misma de la Iglesia.

En una carta que Mons. Schneider le dirige al obispo Strickland, el obispo auxiliar de Astaná aporta una cita de San Basilio que viene como anillo al dedo y describe perfectamente la situación actual de la Iglesia:

«Las doctrinas de la verdadera religión están derrocadas. Las leyes de la Iglesia están en confusión. La ambición de hombres que no temen a Dios se apresura a ocupar altos cargos en la Iglesia, y el cargo elevado ahora es conocido públicamente como el premio de la impiedad. El resultado es que cuanto más blasfema un hombre, más apto lo considera la gente para ser obispo. La dignidad clerical es cosa del pasado. Hay una completa falta de hombres que pastoreen el rebaño del Señor con conocimiento. Los eclesiásticos en autoridad tienen miedo de hablar, ya que aquellos que han alcanzado el poder por interés humano son esclavos de aquellos a quienes deben su avance. La fe es incierta; las almas están empapadas en la ignorancia porque los adulteradores de la palabra imitan la verdad. Las bocas de los verdaderos creyentes están mudas, mientras que cada lengua blasfema ondea libremente; las cosas sagradas son pisoteadas». (Ep. 92).

Queridos pastores: guardar silencio no es digno a estas alturas de la película. Los enemigos declarados de la Iglesia ya no se cortan y ocupan mando en plaza en el mismo seno de la jerarquía eclesiástica. Los que no temen a Dios son promocionados a los más altos cargos de la Iglesia y los que ocupan cargos elevados parecen recibirlos como premio a su impiedadLos buenos obispos son condenados y apartados, mientras que los blasfemos y los herejes son promocionados.

Basta, pues, de silencio; prolongarlo sería un crimen. Tiempo es de arrancar la máscara a esos hombres y de mostrarlos a la Iglesia entera tales cuales son en realidad.

Como dice Santo Tomás de Aquino, si la fe estuviera en peligro – y lo está –, un súbdito debe reprender a su prelado incluso en público. (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica II, II, q. 33, a. 45). Cuando la necesidad obliga, no sólo los que están investidos con el poder de gobernar están obligados a salvaguardar la integridad de la fe, sino, «cada uno tiene la obligación de manifestar su fe, ya sea para instruir y animar a otros fieles, o repeler los ataques de los incrédulos».

Se atribuye a San Juan Crisóstomo esta frase: «el camino al infierno está pavimentado con huesos de sacerdotes y monjes, y las calaveras de obispos son los postes de luz que iluminan el camino».

Hay quien pretende cambiar la Ley de Dios y la Verdad Revelada. Pero Dios no dice una cosa hoy para cambiar de opinión mañana. La revelación está cerrada. No hay nada nuevo que añadir ni nada que quitar. El depósito de la fe está cerrado y nadie puede modificarlo: ni siquiera el Papa. El Papa y los obispos están supeditados a la Sagrada Escritura y a la Tradición Apostólica y de ninguna manera son fuentes de revelación adicional. Hay un solo bautismo, una sola fe, un solo Dios, una sola religión verdadera. Dios es Cristo. Dios no se muda: lo que antes era pecado, hoy sigue siendo pecado. Y quien diga lo contrario es un hereje y peca contra el Espíritu Santo que nos reveló la Ley de Dios. No hay ni puede haber contradicción ni ruptura entre la Iglesia de siempre y una supuesta nueva iglesia de no sé qué nuevos paradigmas. Lo que era verdad y doctrina santa antes del Vaticano II, sigue siendo verdad y doctrina santa ahora. Y la nueva iglesia esa que predica que el mal es bien y el bien, mal,  es la iglesia del Anticristo. Sea anatema quien os predique una fe y un evangelio distintos de aquella fe y aquel Evangelio que se ha predicado siempre en todas partes a lo largo de los siglos y por el que han dado la vida tantos santos, confesores y mártires. 

No soy yo quién para juzgar ni condenar a nadie: y menos al Papa. Pero el pecado es pecado y hay que combatirlo siempre. Yo rezo todos los días por el Santo Padre y le pido al Señor para que cumpla con santidad su ministerio de confirmarnos en la fe y, llegado el momento, alcance el fin de llegar al cielo. Rezar por el Papa es amarlo. Yo amo al Papa. Pero mi único Señor es Jesucristo.

Pero quien está en pecado mortal, quien no tiene fe, es un ciego que no ve lo que tiene delante de sus narices. Por eso no se arrodillan ante el Santísimo. Quien está en pecado mortal es ciego a la vida sobrenatural. No ven. No saben. No entienden… Y como son esclavos de Satanás, desprecian lo sagrado, odian a Dios y odian a quienes creemos y amamos a Dios.

Pero no hay nadie que deba darse por perdido, mientras esté vivo en este mundo: por malo que sea; por depravada que sea su vida; por muy esclavo que sea de sus vicios; por degenerado que sea… Nadie, aunque sea el mayor enemigo de Dios, el ateo más recalcitrante, el hereje más empedernido… Nadie es un caso perdido. Dios quiere que todos se salven. Hasta el Papa, que es un hereje y un cismático tiene la oportunidad de salvarse, de pedir perdón a Dios y a los fieles de la Iglesia y arrepentirse de la adoración de la Pachamama, del indiferentismo religiosos del Documento de Abu Dabi, de permitir que los adúlteros y fornicarios puedan comulgar, de la bendición de los homosexuales que viven en pareja

Yo le pido con toda humildad al Papa Francisco que renuncie a su cargo y se vaya a un monasterio o a una cartuja a pasar los últimos días de su vida haciendo penitencia por los muchos pecados que ha cometido durante su pontificado. Y si no se arrepiente de Amoris Laetitia, del Documento de Abu Dabi o de la adoración pública del ídolo de la Pachamama, de la prohibición de la Misa Tradicional… se lo veo chungo. Y acabará en el infierno de cabeza.

La caridad, en efecto, nos obliga a amar a todos aquellos que estén todavía a tiempo de alcanzar la vida eterna y de glorificar a Dios, y no existe nación, pueblo o individuo que no se encuentre en estas condiciones mientras sea viajero en este mundo. Por eso solo están excluidos de la caridad los demonios y condenados del infierno, incapaces ya de amar a Dios y de alcanzar la vida eterna. 

Pero nótese que una cosa es el odio de enemistad y otra muy distinta el de abominación. El primero recae sobre la persona misma del prójimo, deseándole algún mal o alegrándose de sus males; y este odio no es lícito jamás. Por ejemplo, no está bien desearle la muerte al Papa.

El odio de abominación, en cambio, no recae sobre la persona misma (a la que no se les desea ningún mal), sino sobre lo que hay de malo en ella, lo cual no envuelve desorden alguno. Podemos odiar su injusticia, luchar contra ella y hasta reclamar el justo castigo que merece con el fin de que se corrija y deje de hacer daño a los demás. Santo Padre Francisco: deje de hacernos daño.

Los pecadores, en cuanto tales no son dignos de nuestro amor, ya que son enemigos de Dios y ponen obstáculo voluntario a su bienaventuranza eterna (en cuya participación se funda el amor de caridad). Pero en cuanto a hombres, son hechura de Dios y capaces de la eterna bienaventuranza, y en este sentido se les puede y debe amar. 

Santo Tomás no vacila en añadir: «De donde, en cuanto a la culpa, que le hace adversario de Dios, es digno de odio cualquier pecador, aunque se trate del padre, de la madre y de los parientes, como se nos dice en el Evangelio (Lc. 14, 26). Hemos, pues, de odiar en los pecadores lo que tienen de pecadores y amar lo que tienen de hombres, capaces todavía (por el arrepentimiento) de la eterna bienaventuranza. Y esto es amarlos verdaderamente por Dios con amor de caridad».

Los malvados gobiernan el mundo contra Dios y promulgan leyes inicuas; y los impíos han tomado la Iglesia al asalto para destruirla. El Papa Francisco es un hereje y un cismático. Un pecador y, como tal, enemigo de Dios.

Santo Padre, ¿por qué Usted nos persigue y nos golpea? ¿Acaso no intentamos hacer lo que todos los santos Papas nos pidieron que hiciéramos? Con amor fraterno ofrecemos el sacrificio de este tipo de persecución y exilio por la salvación de Su alma y por el buen estado de la Santa Iglesia Romana.

«La Iglesia actual sufre una de las mayores epidemias espirituales. Es decir, una confusión y desorientación doctrinal de alcance casi universal, que suponen un peligro seriamente contagioso para la salud espiritual y la salvación eterna de numerosas almas. Al mismo tiempo, es preciso reconocer un letargo espiritual generalizado en el ejercicio del Magisterio a diversos niveles de la jerarquía de la Iglesia de hoy. En buena parte, ello obedece a que no se ha observado el deber Apostólico – según lo declarado también por el Concilio Vaticano II – que los obispos deben «con vigilancia, apartar de su grey los errores que la amenazan»[1].

No sigamos el camino de la perdición. Sigamos el camino que nos conduce al portal de Belén. Y cuando lleguemos, adoremos al Rey de la Gloria postrados ante el Niño Dios. Adoremos a Cristo en el Santísimo Sacramento, confesémonos y comulguemos en gracia de Dios. Recemos a diario el rosario e imploremos la intercesión de nuestra Madre del Cielo, que es corredentora y mediadora de todas las gracias.

Nuestra felicidad y nuestra esperanza es Cristo. Dios nos ha dado la vida para que seamos felices y, después de peregrinar por este mundo, vayamos al cielo. La felicidad es ver a Cristo; ver a Dios en la Hostia Santa, consagrada en la Misa. La felicidad es vivir en gracia de Dios. Esto es lo que podemos hacer los seglares ante un Papa heterodoxo y cismático: confesarnos con frecuencia, rezar el rosario a diario, adorar a Jesús Eucaristía, asistir a misa siempre que podamos y comulgar en gracia de Dios para que Dios viva en nosotros y nos dé fuerzas para llegar al cielo. Amar al Papa y odiar su pecado y sus herejías. Podemos corregirlo, negarnos a obedecerlo y apartarnos de él. Pero todo está en manos de Dios y Él sabrá por qué tenemos que sufrir de esta manera. Hágase siempre su voluntad y no la mía.


[1] Declaración de las verdades relacionadas con algunos de los errores más comunes en la vida de la Iglesia de nuestro tiempo

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