Un verano en la secta conciliar.

La JMJ se ha destapado, definitivamente, y bajo el Pontificado de Francisco, como lo que es: un simple festival veraniego de culto al líder, donde el veneno de la neo-fe se sirve a la vista de todos y se consume a gusto por las hordas de peregrinos.

Es decir, un campo de difusión para la cada vez más irrelevante neo-Iglesia pero cuyo objetivo está bien claros desde hace décadas: transformar la fe desde su des-sacralización. Proceso que, en el caso de los jóvenes, tiene un filón abierto con los neo-movimientos hakuneros y sus símiles. Es la hora de la definitiva des-sacralización de la fe, y se empieza por los jóvenes, menos propensos a las ideas preconcebidas, en materia de doctrina y de piedad. Se busca que la juventud se alimente del néctar de la neofe, a fin de que desconozca, o lo que es más, sea incapaz de dar culto a Dios como lo hacían, ya no sus abuelos, sino sus propios padres.

Es la JMJ del ecologismo, de la Agenda 2030, del blanqueo del pecado contra el sexto mandamiento; en definitiva, un paso más del secuestro de la fe católica por parte de las jerarquías, y su reemplazo por la neo-fe conciliar; la fe en el Dios que no juzga, que no te quiere santo, sino tal como eres. Es la rave del subjetivismo y del experiencialismo, que la jerarquía emplea para la subversión de los principios más esenciales de la teología católica.

Un aquelarre de reemplazo doctrinal

La JMJ es un instrumento más a las órdenes del proceso de reemplazo doctrinal acaecido a partir del II Concilio Vaticano. Se ha convertido en un medio de adoctrinamiento más para inculcar en la juventud la normalización de la herejía y la descomposición de la teología moral. Veamos algunas de las afirmaciones que han presidido las intervenciones papales en esta JMJ:

«El problema global sigue siendo extremadamente grave: los océanos se están calentando y sus profundidades sacan a la superficie la fealdad con la que hemos contaminado nuestra casa común. Estamos convirtiendo las grandes reservas de vida en vertederos de plástico»,

«Sueño con una Europa, corazón de Occidente, que utilice su ingenio para apagar focos de guerra y encender luces de esperanza».

«Busquen y arriesguen”, [sean] “protagonistas de una “nueva coreografía” que coloque “en el centro a la persona humana, sean coreógrafos [?¿] de la danza de la vida”».

Por tanto, resulta que el problema global no es la apostasía, sino las bolsas de plástico. Y la solución  a todo esto no es la conversión de las personas y las naciones a la fe verdadera, la vuelta del corazón a Cristo crucificado, sino el empleo del ingenio, el riesgo, y el culto al hombre.

Estas expresiones rezuman la gran falacia de la neo-fe. La Iglesia necesita “creatividad”, “escuchar el espíritu”, el “riesgo”, la “valentía”, que no son más de modos encubiertos de transmitir y justificar que hay que asumir la bazofia neo-doctrinal de los gerifaltes de la secta, como remedio para los males del mundo. Y, del mismo modo que ocurre con la ideología progresista de la que la neo-fe toma parte, el objetivo nunca está conseguido, siempre estamos “en camino”, y los fracasos significan que no hemos avanzado lo suficiente, como insinuó recientemente Francisco:

«Se necesita un siglo para que los decretos de un Concilio surtan pleno efecto»

(Francisco, entrevista realizada el 19 de diciembre de 2022)

A propósito del “Espíritu”, vamos a ver qué nos dice la Biblia acerca de los falsos “espíritus” que se revelan como malignos a pesar de sus buenas palabras:

«Un día, cuando íbamos al lugar de oración, salió a nuestro encuentro una muchacha poseída por un espíritu de adivinación.  Era una esclava, que con sus adivinaciones daba a ganar mucho dinero a sus amos. Aquella muchacha comenzó a seguirnos a Pablo y a nosotros, gritando:

–¡Estos hombres son servidores del Dios altísimo y os anuncian el camino de salvación!

Así lo hizo durante muchos días, hasta que Pablo, ya molesto, terminó por volverse y decir al espíritu que la poseía:

–¡En el nombre de Jesucristo te ordeno que salgas de ella!

En aquel mismo momento, el espíritu la dejó».

(Hch 16, 16-18)

Hacen falta, pues, auténticos exorcistas que extirpen a los malos espíritus que se han apoderado, por permisión divina, de la jerarquía vaticana y de la mayor parte de las diócesis del mundo. La mayor parte de los bautizados católicos no profesa la fe católica. Bien por ausencia de práctica religiosa, bien por haber asumido y llevado a la práctica una fe, la fe del II Concilio Vaticano, que no es tal, sino el punto de partida del reemplazo doctrinal. Se ha reemplazado la fe católica por la fraternidad universal masónica, y el ideal pelagiano-progresista. Ante todo, la neo-Iglesia es profundamente pelagiana y narcisista. El centro es el hombre, no Dios. La verdad molesta para progresar.

El pecado neo-eclesial contra el Espíritu Santo.

«Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada. Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará en este mundo ni en el otro»

Mt, 12, 32.

Parecería osado decir que la neo-Iglesia conciliar, con toda esta operativa, está pecando contra el Espíritu Santo. Pero, como dice Francisco, “arriesguemos” y vayamos a analizar lo que dice al respecto Santo Tomás de Aquino. El Doctor Angélico clasifica la blasfemia contra el Espíritu Santo, en relación con la virtud de la fe (en este caso, por negación). Por tanto, empezamos bien, pues no hace la neoIglesia otra cosa que negar constante y pertinazmente la fe católica.

«Tomado en el tercer sentido el pecado contra el Espíritu Santo, están bien señaladas las especies referidas, que se distinguen por la eliminación o el desprecio de lo que puede impedir en el hombre la elección del pecado. […] Ahora bien, los dones de Dios que nos retraen del pecado son dos. Uno de ellos, el conocimiento de la verdad, y contra él se señala la impugnación a la verdad conocida, hecho que sucede cuando alguien impugna la verdad de fe conocida para pecar con mayor libertad».

S. Th, II-II, q14, a2.

«El hombre encuentra también ayuda en el temor que nace de pensar que la justicia divina castiga el pecado, y ese temor desaparece por la presunción, que lleva al hombre al extremo de pensar que puede alcanzar la gloria sin méritos y el perdón sin arrepentimiento».

S. Th, II-II, q14, a2.

«La segunda manera con que puede uno pecar con malicia manifiesta consiste en rechazar por desprecio lo que retiene al hombre del pecado, y esto es propiamente pecar contra el Espíritu Santo, como hemos dicho. Esto presupone, las más de las veces, otros pecados, porque, como vemos en la Escritura, el impío, cuando llega al profundo en los pecados, desprecia (Prov 18,3). Puede, sin embargo, ocurrir que peque uno por desprecio contra el Espíritu Santo ya en el primer acto de pecado, sea por la libertad del libre albedrío, sea también en virtud de múltiples disposiciones precedentes, sea incluso por algún incentivo fuerte hacia el mal y un afecto débil hacia el bien. Por eso, en el perfecto apenas o nunca puede ocurrir que peque ya desde un principio contra el Espíritu Santo. Así dice Orígenes en I Peri. Arch.: No creo que ninguno que haya alcanzado sumo grado de perfección se vacíe o caiga de repente, sino que por necesidad ha de desfallecer poco a poco y por partes. La misma razón vale para el caso en que el pecado contra el Espíritu Santo se tome literalmente por blasfemia contra El. Efectivamente, esa blasfemia de que habla el Señor proviene siempre de malicioso desprecio».

S. Th, II-II, q14, a.4.

La pregunta clave, llegados aquí, es: los pastores que voluntaria y conscientemente impugnan la verdad conocida para conceder mayor libertad, rectius, libertinaje, para pecar, y que predican que cabe el perdón sin arrepentimiento, ¿lo hacen por debilidad, por ignorancia o por malicia? En primer lugar, es claro que no se hace por ignorancia, pues precisamente porque conocen aquello que impugnan, lo impugnan. En cuanto a la malicia o debilidad de la herejía, veamos lo que nos dice el Doctor Angélico:

“[D]e la rectitud de la fe cristiana se puede uno desviar de dos maneras. La primera: porque no quiere prestar su asentimiento a Cristo, en cuyo caso tiene mala voluntad respecto del fin mismo”.

S. Th, II-II, q11, a.1.

Por tanto, queda claro que la herejía, que de por sí es pecado que presupone la pertinacia, no nace ni de la ignorancia ni de la debilidad, sino de la malicia. Luego, los pastores de la neo-Iglesia pecan contra el Espíritu Santo cuando impugnan la verdad que conocen, a fin de que, bien ellos mismos, bien la grey que pastorean, pueda pecar sin cargo de conciencia.

Las continuas alusiones al “Espíritu” son de una gravedad incalculable. Y es que la neo-Iglesia está pecando contra el Espíritu Santo cuando lo usa para encubrir o justificar sus fechorías. Pero se ha demostrado que a pocos  importa todo esto, si al final hemos venido para experimentar la fe, y a dar saltos sobre plataformas tan prefabricadas como la fe que sirven los neo-jerarcas.

La otra cara de la moneda la hemos tenido tan sólo unos días atrás, a menos de mil kilómetros de distancia de  Lisboa. Con números más modestos, sin el patrocinio de la neo-Iglesia y supurando fe católica por todos los poros, 1.200 personas, en su inmensa mayoría españolas, incluidos 40 sacerdotes (un sacerdote para cada treinta personas) peregrinaron desde Oviedo a Covadonga. La Misa y la fe de siempre, que son un rechazo cada vez menos implícito a la delicuescencia vaticana, fueron el mejor fermento. Allá la adoración se le da a Cristo, no a ningún líder. La adhesión es a la fe católica, no a ningún sentimiento buenista. En definitiva, desprende olor a católico, frente al hedor sectario del oficialismo. Porque el olfato no engaña. Cada cosa huele a lo que es. Y el olor a podrido no pasa nunca desapercibido, salvo para los sectarios que han adormecido voluntariamente sus sentidos, y viven bajo los efectos de la droga oficialista, uno de cuyos efectos en el cerebro es seguir empeñados, pase lo que pase, en pensar que lo que se profesa y vive en tales aquelarres es fe católica.

No hay más remedio. Si no queremos «arriesgar» la salud de nuestra alma, hemos de romper amarras con la neo-Iglesia y todo lo que la rodea. Y no; no estamos protestantizando la Iglesia católica. El problema es que la Roma visible ha apostatado, está fuera de la Iglesia, poniéndose a los pies de sus enemigos. Y no tenemos el más mínimo deber de dejarnos conducir dócilmente hasta las puertas del infierno.

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