Sobre la Corrupción

Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Corrupción es la palabra de moda en España. A todas horas y en todos los medios de comunicación, la corrupción abre las portadas y ocupa buena parte de las noticias. Políticos puteros y cocainómanos que gastan el dinero que obtienen de las mordidas a las empresas en vicios y dislates. Políticos, funcionarios públicos, directores de grandes empresas estatales… Y sus hombres de confianza: mafiosos y gorilas de casas de lenocinio ascendidos de la noche a la mañana a asesores de ministros con cartera.

Tenemos un presidente del gobierno sin escrúpulos: mentiroso, traidor… Es capaz de vender a su madre con tal de seguir en el poder. Con tal de seguir en la Moncloa, pacta su mayoría parlamentaria con comunistas, nacionalistas vascos y catalanes y ¡hasta con la ETA! (que ahora se llama EH Bildu). Pero con tal de seguir en el poder, cede competencias a unos y a otros, dejando a España como un solar. Tenemos un presidente del gobierno con vocación de dictador venezolano. Por eso está acabando con la poca independencia del poder judicial que quedaba en España. Necesita controlar a los jueces y a la Guardia Civil para que no destapen sus chanchullos. Y para eso está Conde Pumpido presidiendo el Constitucional. Y como eso es poco, pretenden cambiar el sistema de acceso a la judicatura para que los fieles al partido ocupen los cargos de jueces y magistrados sin pasar la dura oposición que ahora deben pasar nuestros jóvenes aspirantes a jueces.  ¡Cómo van a aprobar esas oposiciones tan difíciles una banda de vagos y maleantes sin más mérito que el carnet del partido, la cabeza vacía y las ansias de lamer culos y chupar pollas al político de turno con tal de acreditar sus méritos para tener un cargo bien remunerado. Así, esos mismos políticos exigirán a esos jueces que miren hacia otro lado y solo encarcelen a los líderes de la oposición: exactamente como ocurre en Venezuela.  Y de este modo tan simple podrán absolver al partido y al gobierno de toda culpa. Eliminados los obstáculos de los jueces y de la Guardia Civil ya podrán impunemente colocar de catedrática a la mujer del presidente, enchufar al hermano para que cobre un buen sueldo sin dar un palo al agua o forrarse con las comisiones que exigen a las empresas que aspiren a que se les conceda cualquier obra pública.

Hace años pasó lo mismo con la educación pública. Y con oposiciones convocadas ad hoc, metieron como funcionarios a miles de interinos, casi todos de su cuerda y afiliados a Comisiones o a la UGT. Así está ahora la educación pública: en el peor momento de su historia. Porque ahora no interesa enseñar, sino adoctrinar en los “valores” de la izquierda: ideología de género, homosexualismo político, feminismo radical, ecologismo político… De tal modo que nadie puede cuestionar hoy en día toda esa basura sin ganarse automáticamente la etiqueta de fascista o de ultracatólico. Nunca ha habido menos libertad para escribir como en estos tiempos de “libertad”. Ni en la época de Franco. Porque con el dictador, los escritores conocían el juego y buscaban todo tipo de subterfugios para escribir lo que les daba la gana sin que se notara para que sus textos pasaran la censura. En esos tiempos oscuros, escribieron los miembros de la generación del 27 que quedaron en España, como Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre. Escribieron sus obras maestras escritores de la talla de Buero Vallejo, Cela, Delibes y tantos otros. Y se leía y se estudiaba a Lorca o a Miguel Hernández sin el menor problema. Hoy, si no aceptas los dislates ideológicos de la izquierda eres hombre muerto: primero te hacen luz de gas y no se dan por aludidos respecto a los que escriben con libertad. Después, se ríen de ellos y los descalifican ad hominem tildándoles de homófobos, machirulos, fascistas, reaccionarios o ultracatólicos. Y eso empieza a ser peligroso y la presión política, sindical y social te obliga a autocensurarte o a dejar de escribir. Pasa como en las dictaduras comunistas: o estás con el Partido o no te queda otra alternativa que acabar en un campo de “reeducación”.

Y luego oímos por todas partes el tópico manoseado del “todos son iguales”.  La alternancia en el poder cambia a unos ladrones y sinvergüenzas por otro iguales o peores. Y ¿saben qué? Que es verdad. Todos los políticos son una banda de trepas con ansias de poder y de enriquecerse.

Pero lo peor no es esto. Lo peor es que todos nosotros tenemos la naturaleza herida por el pecado original. Sobre este tema también yo escribí un artículo en InfoCatólica: Sobre el Pecado Original y el Limbo de los Niños.

Como escribe el P. Iraburu:

«Como fieles roussonianos, piensan y enseñan, aunque quizá no se lo creen, que de suyo el hombre es bueno, que es el mundo pecador quien lo malea, y que con el progreso de la educación, la medicina, la política y la ciencia, puede llegarse a un mundo armonioso, generador de una humanidad íntegra y buena, libre de pecado. Pelagianismo puro y duro: Cristo Salvador es innecesario. La Iglesia como «sacramento universal de salvación» es una pretensión ridícula: debe auto-disolverse. Más ciencia y menos religión».

Todos nacemos pecadores y el pecado original se limpia con el bautismo. Y sigo al P. Iraburu:

«La Revelación nos dice claramente que el pecado y la desobediencia de «uno solo»  nos ha constituido «a todos» pecadores, y que la gracia y la obediencia de «uno solo», Jesucristo, nos ha ganado la salvación de Dios (cf. Rm 5,12-19).

Pero…la Iglesia desde el principio cree que los niños deben ser bautizados, para que «la regeneración limpie en ellos lo que por la generación [generatione] contrajeron» (418, Zósimo: DS 223). Cree que el pecado original deteriora profundamente la naturaleza de nuestros primeros padres: su pensamiento, su voluntad, sus sentimientos, su cuerpo. Por tanto, si la naturaleza humana se transmite por la generación, no pueden nuestros primeros padres, ni los que les siguen, transmitir por la procreación a sus hijos una naturaleza sana y pura, porque en ellos está herida y trastornada. Nadie puede dar lo que no tiene.

Dice el Catecismo Romano:

La ley del Bautismo ha sido impuesta por Dios a todos los hombres, de modo que si no renacen para Dios por la gracia del Bautismo, son engendrados por sus padres para la muerte eterna: «Quien no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn. 3 5.).

Como el bautismo se administra para borrar el pecado original y como los niños nacen con él, es necesario que los niños lo reciban para obtener la vida eterna, pues sin el Bautismo no puede de modo alguno obtenerse. Los niños, en el bautismo, reciben la gracia de la fe, no porque crean asintiendo con el entendimiento, sino porque son adornados con la fe de la Iglesia universal. Débese bautizar a los niños lo antes que se pueda sin peligro, de modo que se hacen reos de grave culpa quienes privan a los niños del Bautismo más tiempo del que exige la necesidad, pues es el único medio de que disponen para alcanzar la salvación, y están expuestos a numerosos peligros.

«El bautismo es precio de la redención de los cautivos, perdón de las deudas, muerte del pecado, regeneración del alma, vestido resplandeciente, sello Inquebrantable, conductor para el cielo, conciliador del reino, don de la adopción.» Ex S. Basilio. 330 + 379.

El bautismo borra el pecado original pero queda la concupiscencia, que nos inclina al mal. El catecismo dice lo siguiente:

405 Aunque propio de cada uno (cf. ibíd., DS 1513), el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada «concupiscencia»). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.

En conclusión, todos nacemos con el pecado original y nuestra naturaleza está herida por la concupiscencia que inclina a nuestro entendimiento y a nuestra voluntad hacia el mal.

Pero además del pecado original, también sufrimos por el pecado mortal. Peca mortalmente quien se aparta de Dios incumpliendo sus Mandamientos. Por el pecado mortal, se pierde la vida de la gracia recibida por la justificación (Trento, 808). El pecado mortal hace al hombre enemigo de Dios (ibid., 899), siervo del pecado y le entrega al poder del demonio (ibid., 894), haciéndole digno de las penas eternas del infierno (Inocencio III, 410), adonde descienden inmediatamente los que mueren en pecado mortal (de fe definida por Benedicto XII, 531). Por cualquier pecado mortal se pierde la gracia, pero no siempre la fe, que puede quedar informe o sin vida (Trento, 838).

En el mundo de hoy, la mayoría de la gente vive en pecado mortal y una sociedad dominada mayoritariamente por ateos y agnósticos, que no creen en Dios y viven como si Dios no existiera; en un mundo donde hay tantas almas esclavas de Satanás, ¿qué podemos esperar? Corrupción, guerras, lujuria, vicios, adulterios, latrocinio, mentiras, muerte de niños antes de nacer y de ancianos que estorban y que suponen mucho gasto a las arcas del Estado, etc. Y lo más grave: el desprecio y el odio a Dios.

¿Por qué hay corrupción? Por hombres y mujeres que viven en pecado mortal y carecen de temor de Dios.

¿Por qué hay guerras? Porque los hombres, las familias y las naciones se han alejado de Cristo, que es el único Salvador.

¿Podemos acabar con la corrupción a base de leyes? De ninguna manera.

¿Podemos acabar con el maltrato a las mujeres simplemente aprobando una ley? A la vista está que las leyes no sirven para nada porque cada vez hay más mujeres maltratadas y asesinadas.

¿Podemos acabar con las guerras reuniendo a los contendientes en el Vaticano para que negocien una paz justa? Eso no servirá de nada.

Musulmanes y judíos viven en pecado mortal porque no aceptan que Jesucristo sea Dios y que es Él  el único que puede salvarnos.

Eso es lo que enseña Pío XI en su encíclica Quas Primas (1925), Así empieza esta Encíclica:

«En la primera encíclica, que al comenzar nuestro Pontificado enviamos a todos los obispos del orbe católico, analizábamos las causas supremas de las calamidades que veíamos abrumar y afligir al género humano.

Y en ella proclamamos Nos claramente no sólo que este cúmulo de males había invadido la tierra, porque la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado, sino también que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador.

Por lo cual, no sólo exhortamos entonces a buscar la paz de Cristo en el reino de Cristo, sino que, además, prometimos que para dicho fin haríamos todo cuanto posible nos fuese. En el reino de Cristo, dijimos: pues estábamos persuadidos de que no hay medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz que procurar la restauración del reinado de Jesucristo».

En conclusión, no acabaremos con la corrupción ni con las guerras con nuestras solas fuerzas. Cristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y no hay otro. Por eso es urgente que todos los hombres se  bauticen, se confiesen y participen después en el sacramento de la caridad, que es la Santa Misa. Cuando todos los hombres y todas las naciones reconozcan la soberanía de Cristo y de su Ley Sagrada, entonces y solo entonces, reinará la paz y acabaremos con el pecado, con el mal personal y social del mundo.

Todos los hombres de todas las naciones adorarán al Señor Jesús. «No juzgará por vista de ojos ni argüirá por oídas de oídos, sino que juzgará en justicia al pobre y en equidad a los humildes de la tierra. Y herirá al tirano con la vara de su boca y con el soplo de sus labios matará al impío.

«La justicia será el cinturón de sus lomos, y la fidelidad el ceñidor de su cintura.

Habitará el lobo con el cordero, y el leopardo se acostará con el cabrito, y comerán juntos el becerro y el león, y un niño pequeño los pastoreará.

La vaca pacerá con la osa, y las crías de ambas se echarán juntas, y el león, como el buey, comerá paja.

El niño de teta jugará junto a la hura del áspid, y el recién destetado meterá la mano en la caverna del basilisco.

No habrá ya más daño ni destrucción en todo mi monte santo, porque estará llena la tierra del conocimiento de Yahvé, como Herían las aguas el mar.

En aquel día, el renuevo de la raíz de Jesé se alzará como estandarte para los pueblos, y le buscarán las gentes, y será gloriosa su morada. No se hará mal ni corrupción en todo mi monte santo, dice Yahvé».

Isaías 11

«El que es injusto continúe aún en sus injusticias, el torpe prosiga en sus torpezas, el justo practique aún la justicia y el santo santifíquese más. He aquí que vengo presto, y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según sus obras. Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin.

Bienaventurados los que lavan sus túnicas para tener derecho al árbol de la vida y a entrar por las puertas que dan acceso a la ciudad.

Fuera perros, hechiceros, fornicarios, homicidas, idólatras y todos los que aman y practican la mentira».

Apocalipsis 22

«Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido; y el mar no existía ya. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, del lado de Dios, ataviada como una esposa que se engalana para su esposo.

Oí una voz grande, que del trono decía: He aquí el tabernáculo de Dios entre los hombres, y erigirá su tabernáculo entre ellos, y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será con ellos y enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado.

Y dijo el que estaba sentado en el trono: He aquí que hago nuevas todas las cosas. Y dijo: Escribe, porque éstas son las palabras fieles y verdaderas.

Díjome: Hecho está. Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin. Al que tenga sed le daré gratis de la fuente de agua de vida. El que venciere heredará estas cosas y seré su Dios y él será mi hijo.

Los cobardes, los infieles, los abominables, los homicidas, los fornicadores, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el estanque que arde con fuego y azufre, que es la segunda muerte».

Apocalipsis 21

En definitiva, ¿cómo se acabará la corrupción, las guerras y los demás males que nos acechan? La solución pasa por que todo hombre y toda mujer vivan en gracia de Dios, libres de pecado y llenos de gracia y caridad. Vivamos unidos a Cristo que está realmente presente en el pan y el vino consagrados en la misa.  Hay que amar a todos: incluso a los que nos desprecian o nos odian. Amarlos consistirá en mirarlos con compasión y misericordia y pidiéndole al Señor que les conceda la gracia de la conversión.

Cuando todos los hombres y todos los pueblos reconozcan a Cristo como Rey del Universo; cuando nos reconozcamos criaturas en manos del Creador; cuando rechacemos las tentaciones del demonio y desistamos del loco empeño de ser como Dios; cuando aceptemos que nuestra libertad se nos da para amar y servir, primero a Dios y luego a nuestro prójimo; cuando no deseemos ser autónomos e independientes respecto a Dios, sino sus siervos; cuando no pretendamos autodeterminarnos respecto a Dios y cumplamos sus Mandamientos; cuando sepamos que nosotros por nuestras solas fuerzas no podemos cambiar el mundo y decretar lo que está bien y lo que está mal; cuando cambiemos la soberbia por la humildad; cuando nos demos cuenta de que necesitamos la gracia de Dios para cumplir su voluntad y hacer el bien; entonces reinará la justicia y la paz y el bien y la caridad cubrirán la tierra entera.

El único que nos puede salvar y librarnos de la corrupción y el pecado es Cristo Jesús, Dios de Dios, Luz  de luz; Dios verdadero de Dios verdadero; Hijo único de Dios, que se hizo hombres y aceptó el sacrificio en la cruz para pagar Él por nuestros pecados. Sólo Cristo puede librar al mundo de la corrupción del pecado y darnos la paz. Por ello, el camino hacia la Patria Celestial pasa por el bautismo, por la penitencia, por la fe y la unión con Nuestro Señor Jesucristo; por rezar el Santo Rosario y caminar de la mano de la Santísima Virgen María.

El que crea y sea bautizado será salvo, pero el que no crea será condenado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *