«Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas».
2ª Pedro 3,10
Cuando se acepta que Dios deje de ser el soberano efectivo de las naciones cristianas en sus leyes; cuando se entrega la soberanía de Cristo en manos del sufragio universal, de las mayorías manipuladas y pastoreadas por una oligarquía partitocrática y por los amos del Nuevo Orden Mundial masónico; cuando, incluso desde dentro de la propia Iglesia, se adora al Baal de los valores de la Ilustración, y se trabaja en favor del consenso y la fraternidad universal adámica, que deja al Creador fuera del lugar que le corresponde, aceptando que, a lo sumo, sea un elemento “más” del cuadro institucional; cuando se proclama el derecho al error incluso en materia religiosa y a ello se le llama libertad, mientras que a los defensores de la fe se les acosa, señala con el dedo y se aparta de la comunión eclesial; en resumidas cuentas, cuando no solo se asume como inevitable la apostasía sino que se colabora activamente con la misma, ¿qué es lo que se pretende recoger?
En el mundo se recoge la esclavitud de las naciones y los hombres. Las primeras ven arrasada su soberanía en manos de entidades supranacionales opresoras (p.e, la ONU y la UE), que imponen una serie de valores inicuos sin que nadie, salvo escasas excepciones, haga nada por evitarlo. Y la nación que, gracias a que tienen un gobierno digno, intenta oponerse es castigada, aislada, repudiada e incluso amenazada militarmente. Y los hombres se convierten en meros peones de los «amos del mundo», víctimas de pandemias reales o creadas artificialmente, pero en todo caso usadas para poner en práctica modelos de manipulación absoluta de las conciencias y los cuerpos –vacunación masiva- por medio del terror y el aislamiento social promovido por medios de comunicación masivos controlados por el gran capital masónico y globalista.
Y la Iglesia cae víctima de su fornicación con el mundo, de su amancebamiento con la ramera hija de la antigua serpiente que se manifestó abiertamente en 1789. Una Iglesia convertida primero en una monarquía absolutista en la que los sucesores de Pedro, sin contrapoder efectivo, dejaron de ser instrumentos para confirmar en la fe a ser destructores de la misma, con la complicidad activa o pasiva de la inmensa mayoría del episcopado mundial. Una Iglesia que convierte el culto a Dios y el sacrificio de la Misa en una copia barata del culto desacralizado protestante y el nuevo paganismo de Woodstock y la movida madrileña. Una Iglesia que aniquila la moral (Amoris Laetitia), que se entrega en manos del sincretismo perverso (Asís, Abu Dhabi), que llama bien al mal (sana laicidad) y lo entrega a sus hijos bajo el veneno de la mentira (hermenéutica de la continuidad). Una Iglesia que traiciona a Cristo renunciando al proselitismo. Una Iglesia que anhela convertirse en la Sodoma y Gomorra de nuestro tiempo. Una Iglesia apóstata institucional que perseguirá a la Iglesia del remanente fiel, en quien se cumplirá la promesa de Cristo de que las puertas del Hades no prevalecerán.
Mas sabemos que no se perderá ni tan solo uno de los elegidos. Sabemos también que por ellos se acortarán estos tiempos. Sabemos que nada ni nadie nos puede apartar del amor de Dios. Sabemos que tenemos por Reina y Madre a la destructora de las herejías. Sabemos que quien por gracia persevere hasta el fin, será salvo. Sabemos que Cristo mismo destruirá a los inicuos que quieren convertir a su Iglesia en una gran ramera. Sabemos que Cristo volverá y, si recibimos la gracia de la perseverancia final, reinaremos con Él.
Tiempo de conversión, tiempo de penitencia, tiempo de oración, ayuno y expiación.
Santidad o muerte.
¡Viva Cristo Rey!
Líder lusitano que hizo frente a la expansión de Roma en Hispania a mediados del siglo II a. C. en el territorio suroccidental de la península ibérica.