La Iglesia barriobajera

Hace años que, de modo extraoficial por los perros de presa de la teología conciliar, y ahora ya con carta de naturaleza pontificia, se nos persigue con la idea, tan nominalmente ambigua como recurrente, de la Iglesia «en salida». Salida, por supuesto, que no lo es respecto de la encerrona teológica del II Concilio Vaticano, sino hacia el sendero que dirige a la total apostasía; sendero que lleva décadas siendo cuidadosamente allanado y asfaltado, por acción y por omisión, para desviar la dirección de millones de almas.

Oficialmente, se supone que donde la Iglesia sale es «a las periferias», entendidas no como vida de pecado, sino como de pura miseria material y psicológica. Allí es donde trata de rellenar el hueco que el ateísmo institucionalizado ha dejado en las sociedades, con una materia informe de nuevo cuño, que resulta de la coyunda entre modernismo de diverso grado, filantropismo masónico, tercermundismo teológico y liberalismo de izquierdas, pero con un denominador común: el desprecio de la fe católica. Han oído bien. Tenemos pastores, la mayoría de ellos, sin fe católica. Algunos de ellos se comportan directamente como ateos prácticos. No es un juicio temerario: es la constatación de décadas de magisterio papal y de pastoral episcopal y parroquial, cuyos escándalos gotean día a día.

Respecto del falso ecumenismo, las loas organizadas y oficiales a herejes y heterodoxos de todo tipo, tampoco me voy a extender más ahora, porque me quiero centrar en el asunto de las formas, que aunque no lo son todo, son indicativas y a veces altamente sugerentes.

Vamos, pues, al tema: más allá de la doctrina, esta «Iglesia en salida» hacia las «periferias» nos deja un particular modo de hacer las cosas por parte de sus gerifaltes. Francisco y sus secuaces han dado a su obrar, hablar y escribir, un nuevo sesgo, que podríamos definir como una suerte de «macarrismo clerical», configurando una Iglesia que, más que «periférica», bien podría denominársele «barriobajera».

En poco más de diez años de Pontificado, hemos visto una inquietante cantidad de insultos y humillaciones públicas por parte de Francisco. En ese tiempo, hemos constatado , entre otros, cómo comparaba a las familias numerosas con conejos, llamaba enfermos a los que defendemos la fe de siempre, neuróticas a algunas religiosas, «vieja» a la Santa y Doctora Teresa de Jesús, y hasta cómo propinaba un manotazo a una mujer que le estiraba del brazo. Todo ello sin perjuicio del lenguaje no verbal de Francisco, expresado en las audiencias públicas con diferentes personajes, en función del grado de afinidad ideológica con ellos, a la par que se presenta a menudo codeándose con «amistades peligrosas», a menudo escandalosas.

Esta filosofía del atentado sistemático a las reglas más elementales de caridad, cortesía y diplomacia más elementales, que se esperan de la vida social que rodea a un cargo como el del papado, no podía sino esperarse en sus cargos de confianza. La última manifestación, la reacción en redes sociales (que pueden ver en la imagen destacada de este artículo), del nuevo Prefecto para el Dicasterio de la Doctrina de la Fe, el próximamente creado cardenal Cardenal Tucho.

Es de ver que el despotismo se ha adueñado de la Iglesia, que ya no se preocupa ni de cuidar las formas. La obscenidad con que se ejerce el poder en Roma ha alcanzado cotas insólitas. Son los nuevos ricos del poder eclesial, cuya entrada triunfal en Roma se ha gestado con el indiscutible apoyo de las jerarquías anteriores, que lejos de haber reprimido la herejía, la han tolerado, e incluso han promovido a muchos de sus fautores.

Tenemos la Iglesia en manos de Atila. Que Dios nos ampare.

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