En los últimos días hemos visto como se manifestaba uno de los efectos que evidencian el carácter terminal de la disolución política a la que conduce la ideología liberal. Como puede verse en el enlace, la ministra de igualdad del gobierno de España afirmó que negar la comunión a homosexuales es inconstitucional.
Esta manifestación, por más que al mundo neocón le parezca una aberración, una micción fuera del tiesto por parte de la degenerada izquierda comecuras y asaltacapillas, tan sólo es un paso adelante en la lógica perversa del pan-estatalismo liberal del que, por cierto, participan tanto izquierda como derecha, aunque unos lo digan en voz más alta que los otros, puesto que estos últimos tienen masas de votantes que mantener entre la «gente de orden».
Vamos a ir por pasos. En primer lugar, la separación entre Iglesia y Estado, tan cacareada por todo el mundo liberal, loada como un aspecto positivo de la modernidad, según los conservadores, y como una herramienta de autodefensa, para los progresistas, comporta que la hegemonía del mundo civil corresponde al poder temporal. Importante es precisar que estamos hablando de «hegemonía» como autonomía radical, es decir, de principios políticos y filosóficos. Es el adiós a la subordinación del Estado a la Iglesia en materia concerniente a moral y costumbres en el ámbito de la ciudad.
Ya lo dijo San Pío X en su Encíclica Vehementer Nos, con motivo de la ley francesa de separación Iglesia-Estado:
“Apenas es necesario decir la honda preocupación y la dolorosa angustia que vuestra situación nos causa con la promulgación de una ley que, al mismo tiempo que rompe violentamente las seculares relaciones del Estado francés con la Sede Apostólica, coloca a la Iglesia de Francia en una situación indigna y lamentable. Hecho gravísimo y que todas las almas buenas deben lamentar, por los daños que ha de traer tanto a la vida civil como a la vida religiosa”.
Vamos a invertir unas líneas en analizar lo que se concluye de esta sustanciosa cita:
- La separación Iglesia-Estado coloca a aquélla en una situación «indigna y lamentable». Indigna, porque le impide realizar su misión con santa libertad, lo cual es contrario a su dignidad; y lamentable, porque la pone a los pies de los caballos estatales. Alguien puede pensar que para evitar esto están los Concordatos. Pero aquí caben dos objeciones: por un lado, justamente Nostre chargue apostolique es la reacción al pisoteo fáctico del Concordato por parte del Estado francés; en segundo lugar, ¿alguien cree que un sistema apóstata y pagano, que pisotea los principios más elementales de la naturaleza, va a tener alguna conmiseración en proteger una norma, como es el Concordato, cuya violación no va a conllevar consecuencia negativa alguna para ellos?
- Trae daños «tanto a la vida civil como a la religiosa»: la separación Iglesia-Estado, por amistosa que se haga creer que es, implica no sólo la demolición del Estado, su disolución en el nihilismo apóstata sino la demolición de la propia Iglesia en ese territorio. Y es que, al quedar la Iglesia subyugada por el omnímodo poder civil, puede ser tan fácilmente pisoteada como cualquier otra institución intermedia o individuo. No digamos ya si hace depender su sustento de las asignaciones públicas.
Y, a la pregunta de por qué se produce tal demolición, responde el propio santo Papa:
“Que sea necesario separar al Estado de la Iglesia es una tesis absolutamente falsa y sumamente nociva. Porque, en primer lugar, al apoyarse en el principio fundamental de que el Estado no debe cuidar para nada de la religión, infiere una gran injuria a Dios, que es el único fundador y conservador tanto del hombre como de las sociedades humanas, ya que en materia de culto a Dios es necesario no solamente el culto privado, sino también el culto público”.
Y, si el Estado es hegemónico y no se subordina a Dios ni a la Iglesia, entonces quiere decir que es la Iglesia la que se subordina al Estado, y por tanto, el Estado se convierte en la religión, en la fuente de los dogmas y la moral. La pretendida igualdad entre uno y otra no es más que una quimera salida de la mente conservadora. Y la razón es muy simple: el poder, sin Dios, deviene tiranía, y la tiranía no se frena ante la Iglesia. Al contrario, trata de someterla, como a todos, a su poder omnímodo. Quien crea que el carácter «culturalmente católico», como gusta decir la horda conservadora, genera por sí un respeto reverencial a la sotana y el alzacuellos, está equivocado, e ignora la historia más reciente de nuestro país.
La Iglesia en España ha comprado la paz del estómago con la renuncia a su misión y a su personalidad propia, imprimida por el propio Cristo. Creo que no hace falta abundar en esto, pues la evidencia es tan grotesca que releva cualquier argumento. Luego la Iglesia está en clara posición de subordinación al Estado, porque come cada día de las migajas que le caen de éste. No puede morder la mano que le da de comer, y lo saben. Ellos y todo el mundo. Por el contrario, las actuaciones estatales que conducían a tal desastre, adoptadas tranquilamente en España ante la impasividad de la Iglesia, son las que detalló San Pío X:
“la prohibición de todo lo que tuviese un significado religioso en los Tribunales, en las escuelas, en el ejército; en una palabra, en todas las instituciones públicas dependientes de la autoridad política”.
Sin ir más lejos, hemos podido escuchar, como botón de muestra, lo que en 2018 afirmó Monseñor Blázquez en su discurso con ocasión de la 112ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española:
“Los católicos estamos satisfechos de haber prestado la ayuda que estaba en nuestras manos, nos sentimos bien integrados en el sistema democráticoy es nuestra intención continuar participando”.
Dicho lo cual, la pregunta es si debemos extrañarnos por que el pan-estatalismo pretenda filtrar su anti-filosofía política entre los muros de la Iglesia. Peor aún, nos escandalicemos porque el sistema no se quede de brazos cruzados viendo cómo la Iglesia, por razones que cada vez cuestan más de explicar a la opinión pública, ha de quedar exenta de las imposiciones ideológicas con las que deben cargar individuos y sociedades intermedias. O, mejor dicho, no se ve con qué argumentos puede justificarse, ante una sociedad apóstata, que la Iglesia discrimine a las mujeres en el sacerdocio, a los homosexuales en el acceso a los sacramentos, y un largo etcétera, contra el «Zeitgeist» hodierno, más aún, contra el «espíritu jurídico» de la posmodernidad terminal, que informa nuestro régimen constitucional. Y si encima, como es el caso, esas «discriminaciones» se alimentan de fondos públicos, el chantaje está servido.
En conclusión, la teoría de la separación Iglesia-Estado fue concebida por los enemigos de la Iglesia, con el fin de neutralizar su misión. Y, por tanto, el culmen de esa teoría, laureada por el modernismo social conservador, al contrario de lo que sugiere su título, es la absorción de la Iglesia por parte del Estado.
La respuesta de Monseñor Argüello, presidente de la Conferencia Episcopal Española a semejante proposición de la Ministra, (ya hemos dicho que no por coherente menos aberrante), ha sido decir que «las condiciones para acceder a los sacramentos son iguales para todos», es decir, «lo que nosotros llamamos “estar en gracia de Dios”».
Sn embargo, vamos a ver lo que dice el jefe supremo de Osoro, desde el Vaticano, sobre el acceso a la comunión sacramental, a fin de que cada uno pueda sacar sus conclusiones acerca de cómo entiende la «igualdad de condiciones»:
«Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?» (2013).
«El señor nos ha redimido a todos nosotros con la sangre de Cristo: todos nosotros, no solo los católicos. Todos”, dijo a los creyentes en una misa. “Padre, ¿y los ateos?’ Incluso los ateos. ¡Todos!». (2017)
«Summus Pontifex decernit ut duo Documenta quae praecedunt edantur per publicationem in situ electronico Vaticano et in Actis Apostolicae Sedis, velut Magisterium authenticum. Ex Aedibus Vaticanis, die V mensis Iunii anno MMXVII Rescriptum ex audientia SS.MI.
Petrus Card. Parolin
Secretarius Status».
(Donde se aprueba como “magisterio auténtico” la interpretación de Amoris Laetitia que permite comulgar a los divorciados adúlteros).
«Las personas homosexuales tienen derecho a estar en la familia. Son hijos de Dios, tienen derecho a tener una familia. No se puede echar de la familia a nadie, ni hacer la vida imposible por ello. […] Lo que tenemos que crear es una ley de convivencia civil. Tienen derecho a estar cubiertos legalmente» (2020).
Nuestro episcopado parece olvidar que eso que alguna vez fue «Occidente» tiene preparado el arsenal ideológico que abre la puerta a los delitos de expresión pública de creencias y hasta de pensamiento:
Pues bien, de lo dicho se infiere que tenemos el régimen político que nos merecemos, pero también tenemos la jerarquía que nos merecemos, aunque no haya sido elegida en las urnas. Una jerarquía enemiga de le religión, cuya mera finalidad es buscar acomodo material en el régimen sin tener que padecer demasiado, mientras se sigue dando jabón a un sistema que es el que ha permitido, mejor dicho, propiciado, afirmaciones como las de la Ministra de Igualdad.
