Listas de Pecadores

Fuente: InfoVaticana

En esta entrevista, el Papa vuelve a pronunciarse sobre las polémicas bendiciones a parejas irregulares y del mismo sexo. Para el Papa Francisco, «es necesario dar instrucciones precisas sobre la vida cristiana (subrayo que no es la unión la que es bendecida, sino el pueblo)». «Pero todos somos pecadores: ¿por qué entonces hacer una lista de pecadores que pueden entrar en la Iglesia y una lista de pecadores que no pueden estar en la Iglesia? Éste no es el evangelio», sostiene el Obispo de Roma.

Querido Santo Padre:

Permítame que le conteste a la pregunta que he subrayado en negrita, aun sabiendo que se trata de una interrogación meramente retórica. Tan retórica como falaz.

Efectivamente, todos somos pecadores.

He aquí, en maldad he sido formado,
Y en pecado me concibió mi madre.
Salmo 51

Todos nacemos con el pecado original de nuestros primeros padres, pero los bautizados renacemos limpios de pecado por el agua y el espíritu. Y aquí hay una primera diferencia, los bautizados pueden entrar en la Iglesia. Y si caemos en pecado, tenemos el sacramento de la penitencia para recobrar el estado de gracia y poder comulgar y vivir unidos a Cristo.

Los no bautizados no forman parte de la Iglesia. No son hijos adoptivos de Dios ni forman parte del Cuerpo Mística de Cristo. Luego, los no bautizados no pueden participar de la vida de la Iglesia y, mucho menos, comulgar. Dar la comunión a quien no es cristiano ni está bautizado supone un sacrilegio grave.  «El que crea y sea bautizado será salvo, pero el que no crea será condenado» Mc 16, 16.

Los bautizados, hijos de Dios, también somos pecadores, porque el bautismo borra el pecado original pero no la concupiscencia. La caridad, el estado de gracia, se pierde por cualquier pecado mortal. Dice el apóstol Santiago:

«Porque quien observe toda la Ley pero quebrante un solo precepto, viene a ser reo de todos» (Santiago, 2, 10)

La caridad ordena y conduce a Dios, como sumo Bien al que debe amarse sobre todas las cosas; pero el pecador, al trasgredir voluntariamente la ley divina en materia grave, renuncia a la amistad con Dios, poniéndose de espaldas a Él como fin último sobrenatural. El pecado mortal destruye completamente la caridad.

Los pecadores, en cuanto tales no son dignos de nuestro amor, ya que son enemigos de Dios y ponen obstáculo voluntario a su bienaventuranza eterna (en cuya participación se funda el amor de caridad). Pero en cuanto a hombres, son hechura de Dios y capaces de la eterna bienaventuranza, y en este sentido se les puede y debe amar. 

Santo Tomás no vacila en añadir: «De donde, en cuanto a la culpa, que le hace adversario de Dios, es digno de odio cualquier pecador, aunque se trate del padre, de la madre y de los parientes, como se nos dice en el Evangelio (Lc. 14, 26). Hemos, pues, de odiar en los pecadores lo que tienen de pecadores y amar lo que tienen de hombres, capaces todavía (por el arrepentimiento) de la eterna bienaventuranza. Y esto es amarlos verdaderamente por Dios con amor de caridad».

Por eso, quien ha pecado gravemente, debe confesarse antes de poder comulgar el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo. De no hacerlo, estará comiendo su propia condenación, según lo dice San Pablo:

Examínese, por tanto, cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz, porque el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación (I Cor 11, 28-29).

Así pues, los pecadores pueden entrar en la Iglesia por la puerta del Bautismo o por la de la Confesión Sacramental. Así lo enseña Santo Tomás de Aquino:

Dice el Apóstol en 1 Cor 11,29: Quien lo come y lo bebe indignamente, come y bebe su propia condena. Y comenta la GlosaLo come y lo bebe indignamente quien vive en pecado y lo trata de modo irreverente. Luego quien está en pecado mortal y recibe este sacramento, merece la condena por pecar mortalmente.

Y añade el Aquinate:

No todas las medicinas son buenas para todas las enfermedades. Porque una medicina que se da a quienes se han librado de la fiebre para fortalecerles, dañaría a los que tienen fiebre todavía. Pues así, el bautismo y la penitencia son como medicinas purgativas, que se suministran para quitar la fiebre del pecadoMientras que este sacramento de la Eucaristía es una medicina reconfortante, que no debe suministrarse más que a los que se han librado del pecado.

Dice el Apóstol San Pablo:

Pero ahora, libres del pecado y hechos esclavos de Dios, tenéis por fruto la santificación y por fin la vida eterna. Pues la soldada del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna en nuestro Señor Jesucristo. Rom. 6, 22-23.

Puede comulgar quien esté libre de pecado. La comunión es para los santos, para los que están en gracia de Dios, para los que viven en caridad.

Los que están en pecado mortal deben pasar antes por el confesionario. La eucaristía sólo debe suministrarse a quien está en gracia de Dios, a quien vive la caridad, que es más que el amor. El amor es natural. La caridad es sobrenatural, es poseer en nosotros el amor de Dios. Es alimento de santos.

En conclusión, la Iglesia está abierta para todos. Todos pueden pedir la fe y el bautismo. Todos los pecadores pueden confesarse y recibir la absolución, si están en buena disposición: dolor de los pecados, arrepentimiento sincero, propósito de la enmienda, deseo de conversión. Quien se confiesa sin propósito de la enmienda y sin arrepentimiento, no puede recibir la absolución. Y si la recibe, no será válida, porque a Dios no se le puede engañar. Pero no se puede perdonar a quien vive en pecado mortal, no se arrepiente de ello ni tiene intención alguna de cambiar de vida.


La verdadera doctrina de la fe está siendo mancillada, ultrajada, pisoteada. La jerarquía favorece la confusión y la ambigüedad doctrinalLa ambición de hombres que no temen a Dios se apresura a copar los altos cargos en la Iglesia, y el cargo elevado ahora es conocido públicamente como el premio de la impiedad. El resultado es que cuanto más blasfema un hombre y más hereje es, más apto lo consideran para ser obispo. La dignidad clerical es cosa del pasado. Hay una completa falta de hombres que pastoreen el rebaño del Señor con conocimiento. Los eclesiásticos en autoridad tienen miedo de hablar, ya que aquellos que han alcanzado el poder por interés humano son esclavos de aquellos a quienes deben su ascensoLa fe es incierta; las almas están empapadas en la ignorancia porque los adulteradores de la palabra imitan la verdad. Las bocas de los verdaderos creyentes están mudas, mientras que cada lengua blasfema ondea libremente; las cosas sagradas son pisoteadas. Los sacerdotes y los obispos fieles son cancelados, maltratados, despreciados y apartados, mientras los herejes y los blasfemos reciben el reconocimiento a su impiedad y copan los cargos más altos de la Iglesia.


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