Después del último artículo, un cura amigo (de los pocos que me quedan) me echó en cara que apenas me refiriera a los religiosos. Pues terminemos con esa omisión intolerable y, en mi afán por ganar amigos, veamos lo que pasa con los religiosos, religiosas y religioses.
El viejo de la barba blanca recordaba sus años de juventud como si se tratara de otra vida: de una vida tan lejana como ajena a su presente. Tenía la sensación de haber vivido muchas vidas en una sola.
El caso es que, cuando acabó la carrera con veintitrés años, pensaba que acabaría dando clase en el colegio de los jesuitas. Casi todos los amigos que conocían su trayectoria pensaban lo mismo. Pero no fue así. Eso supuso un palo tremendo para aquel joven, lleno de ardor apostólico y de ganas de servir a Dios y a los jóvenes, siendo testigo de Jesucristo en el ámbito educativo.
No pudo ser. Como diría la afamada filósofa Estela Reynolds, alguna mano negra impidió que trabajara en aquel colegio. Nunca supe el porqué. Y, francamente, ahora ya me importa un bledo. Doy gracias a Dios, que me sacó a empujones de donde no debía estar. Y ahora, en la recta final de mi vida, no sé cómo agradecerle al Señor que me apartara de la Compañía de Jesús. Hoy creo firmemente que esa orden religiosa debería ser suprimida de un plumazo y para siempre. El daño que están haciendo los jesuitas, siempre en la vanguardia de la herejía, resulta tan doloroso como insoportable. Porque su traición a Cristo no se circunscribe a su propio ámbito de actuación, sino que han arrastrado consigo a buena parte de las órdenes religiosas tanto masculinas (claretianos, lasalianos, salesianos, dominicos…) como femeninas (aquí hay demasiadas marcas y no me perdonaría dejar alguna fuera de la lista, pero la angelinas, las teresianas, las hijas de la caridad o las ursulinas pueden ser una buena muestra. Por no abrir el tarro de las contemplativas de clausura, en el que las carmelitas descalzas y otras muchas se han apuntado al desmadre progre jesuítico).
Todas las órdenes religiosas aggiornadas están para el cierre. Les faltan vocaciones y no paran de cerrar casas y colegios. Y están felices: estúpidamente felices de su estrepitoso fracaso. Les faltan vocaciones porque el sarmiento que se separa de la Vid Verdadera no da fruto y ya solo sirve para el fuego. Y al fuego del infierno se van a ir todas esas órdenes religiosas que han cambiado a Cristo por la Agenda 2030 y por contentar al mundo. Estos religiosos se apuntan a todo: al homosexualismo, al ecologismo, al pacifismo más rancio, a las ideologías progres… A todo lo peor.
¿Cómo es posible que los mismos que fueron masacrados y martirizados hace menos de cien años por los comunistas, puedan ahora babear por militar junto a sus perseguidores? ¿Síndrome de Estocolmo? A mí me resulta incomprensible. Hay religiosos que son más rojos que Yolanda Díaz; e incluso el Papa Francisco puede parecer un tradicionalista indietrista a su lado.
Lo de las órdenes religiosas es un dolor. Con los santos que nos han dado… San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Francisco de Borja, San Juan Bautista de La Salle, San Juan Bosco, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Francisco de Asis.
Si San Francisco viera a un franciscano adorar de rodillas a la Pachamama, le faltaba tiempo para correr al fraile hereje a latigazos.
Pero el Señor no me apartó a empujones sólo de los jesuitas. Lo de La Salle también tuvo su miga. Pero lo dejaremos para otro momento.
Nada sin Dios
¡Viva Cristo Rey!