Querido Papa Francisco:
En mi anterior artículo no dudé en calificarlo de hereje y cismático y de pedirle que renunciara a su cargo, como hizo su predecesor, para ingresar en un monasterio de clausura o en una cartuja.
Usted no tiene autoridad para cambiar la doctrina, interpretar torticeramente los dogmas y despreciar la Santa Tradición. Es un pecado grave de soberbia pensar siquiera que la Iglesia que predicó por el mundo entero el Santo Evangelio de Jesucristo estaba equivocada y que han tenido que llegar ustedes para modernizar la Iglesia y cambiarla hasta que no la conozcan ni los santos en el cielo. El depósito de la Revelación quedó terminado el día de la muerte del último apóstol. Ahí se acabó todo: ya no se puede tocar nada hasta la consumación de los siglos. La Revelación es irreformable.
El depósito de la fe no es algo que se han imaginado los hombres, sino verdad que han recibido de Dios; no es algo que ellos han compuesto (inventum), sino cosa que a ellos les ha sido confiada por Dios; una cosa, por consiguiente, que no es fruto de la ingeniosidad humana, sino de la enseñanza recibida; no de uso privado, arbitrario (privatae usurpationis), sino tradición pública (es decir, que a todos obliga); una cosa no extraída de ti, sino traída a ti…, donde tú no eres autor, sino custodio; no maestro, sino discípulo; no guía, sino discípulo.
El concilio Vaticano I lo recuerda explícitamente:
«La doctrina de la fe que Dios ha revelado es propuesta no como un descubrimiento filosófico que puede ser perfeccionado por la inteligencia humana, sino como un depósito divino confiado a la esposa de Cristo para ser fielmente protegido e infaliblemente promulgado. De ahí que también hay que mantener siempre el sentido de los dogmas sagrados que una vez declaró la Santa Madre Iglesia, y no se debe nunca abandonar bajo el pretexto o en nombre de un entendimiento más profundo. «Que el entendimiento, el conocimiento y la sabiduría crezcan con el correr de las épocas y los siglos, y que florezcan grandes y vigorosos, en cada uno y en todos, en cada individuo y en toda la Iglesia: pero esto sólo de manera apropiada, esto es, en la misma doctrina, el mismo sentido y el mismo entendimiento».
«Si alguno dijere que es posible que en algún momento, dado el avance del conocimiento, pueda asignarse a los dogmas propuestos por la Iglesia un sentido distinto de aquel que la misma Iglesia ha entendido y entiende: sea anatema» (aunque no hubiera grabadoras en tiempos de Cristo). (Constitución Dogmática Filius Dei).
Y ese mismo Concilio Vaticano I deja claro que la autoridad magisterial del Papa es la de declarar lo contenido en la Revelación, como precisa el mismo Concilio: «El Espíritu Santo no fue prometido a los sucesores de Pedro para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y expusieran fielmente la revelación transmitida por los apóstoles».
Y lo dicho para el Papa, aplíquese a sínodos de la sinodalidad; sínodos que los herejes e impíos convocan para la perdición de las almas y no para su salvación. Nadie puede cambiar la doctrina de la Iglesia ni su moral. Nadie puede derogar los Mandamientos ni modificarlos a su gusto.
Por ello, haciendo mías las palabras de santa Catalina de Siena, «en el nombre de Jesucristo crucificado le digo: niéguese a seguir los consejos del demonio, quien retrasaría su santa y buena resolución. Sea un hombre y no un cobarde. Responda al Señor, quien lo llama a sostener y ocupar la silla del glorioso pastor San Pedro, cuyo vicario ha sido usted. Y alce el estandarte de la santa cruz; dado que al haber sido salvados por la cruz—así dice Pablo—alzando su estandarte, que a mi entender es refrigerio de los cristianos, seremos liberados – de nuestras guerras y divisiones, y muchos pecados, el pueblo infiel de la infidelidad. Así vendrá y conseguirá la reforma, dando buenos sacerdotes a la Santa Iglesia. Llene el corazón de ésta con el amor ardiente que ha perdido; al haber sido drenada de su sangre por hombres perversos que la han devorado, dejándola completamente debilitada. Reconfórtese y venga, padre, ya no haga más esperar a los servidores de Dios, que están afligidos por su deseo.
Los que no temen a Dios son promocionados a los más altos cargos de la Iglesia y los que ocupan cargos elevados parecen recibirlos como premio a su impiedad. Los buenos obispos son condenados y apartados, mientras que los blasfemos y los herejes son promocionados.
Y yo, pobre y miserable pecador, no puedo esperar más; viviendo, parezco morir en mi dolor, viendo a Dios tan agraviado».
Como dice Santo Tomás de Aquino, si la fe estuviera en peligro – y lo está –, un súbdito debe reprender a su prelado incluso en público. (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica II, II, q. 33, a. 45). Cuando la necesidad obliga, no sólo los que están investidos con el poder de gobernar están obligados a salvaguardar la integridad de la fe, sino que «cada uno tiene la obligación de manifestar su fe, ya sea para instruir y animar a otros fieles, o repeler los ataques de los incrédulos».
Nada sin Dios
¡Viva Cristo Rey!