San Pablo, el rigorista indietrista

Es bien sabido por todos que el apóstol San Pablo era un hombre recio de carácter, poco dado al pasteleo y nada inclinado a la sumisión a lo políticamente correcto. El bueno de San Pedro, que había aprendido por las bravas que no se puede confiar en las propias fuerzas a la hora de ser fiel al Señor, era más dado a ceder en lo que no cabía ceder. Y es por ello que el primer gran converso de la Iglesia no dudó en plantar cara al príncipe de los apóstoles. Lo leemos en la epístola a los Gálatas:

Pero cuando vino Cefas a Antioquía, cara a cara le opuse resistencia, porque merecía reprensión. Porque antes de que llegasen algunos de los que estaban con Santiago, comía con los gentiles; pero en cuanto llegaron ellos, empezó a retraerse y a apartarse por miedo a los circuncisos. También los demás judíos le siguieron en el disimulo, de manera que incluso arrastraron a Bernabé al disimulo. Pero, en cuanto vi que no andaban rectamente según la verdad del Evangelio, le dije a Cefas delante de todos: «Si tú, que eres judío, vives como un gentil y no como un judío, ¿cómo es que les obligas a los gentiles a judaizarse?»
Gal 2,11-15

Como ven ustedes, San Pablo no vio necesario añadir «y estoy en comunión con Pedro» para tranquilizar su conciencia y la del resto de fieles. Cuando vio que Pedro se apartaba del buen camino, le ayudó a volver a la buena senda.

Lo cierto es que ese mal comportamiento de San Pedro no cambia para nada el hecho de que él, precisamente él, fue quien zanjó en el concilio de Jerusalén, el primero en la historia de la Iglesia, el debate doctrinal sobre la justificación. Pedro fue quien dijo que somos justificados por la fe, no por guardar la ley mosaica. El apóstol cumplió fielmente el ministerio que le dio Cristo y nos confirmó en la verdad, en la fe.

Hoy, por desgracia, tenemos en Roma a un Sucesor de Pedro que no solo no confirma a nadie en la fe, sino que confirma en el error a los que viven en el error, y pone en peligro la salvación de sólo Dios sabe cuántas almas al restar importancia a que vivan en pecado e incluso llegando a la aberración de bendecir, en nombre de Dios, esas vidas pecaminosas. Es difícil imaginar un mayor crimen espiritual que el que está cometiendo Francisco.

Aunque la reacción a la aberrante Fiducia Supplicans (FS) es muy superior a la que muchos pensamos que podría ocurrir, con todo un continente, varias conferencias episcopales y un número creciente de obispos, diciendo no al texto del cardenal pornógrafo, se repite machaconamente el mantra «estamos en comunión con el Papa». Ocurre que FS ha sido publicada con el apoyo del Pontífice, que además se ha encargado de defender dicho texto y, para no variar, de despreciar a los que no lo aceptan. «Quienes protestan con vehemencia pertenecen a pequeños grupos ideológicos». A los africanos les perdona la vida, pero pretende que nos creamos que rechazan FS solo por cuestiones culturales y no doctrinales: “Lo de los africanos es un caso aparte, porque para ellos la homosexualidad es algo ‘malo’ desde el punto de vista cultural. Desde nuestro punto de vista, no lo toleran”.

El papa argentino justifica de la siguiente manera que se bendiga a las parejas homosexuales:

«El Evangelio es santificar a todos. Eso sí, siempre que haya buena voluntad. Y es necesario dar instrucciones precisas sobre la vida cristiana (subrayo que no es la unión la que es bendecida, sino el pueblo). Pero todos somos pecadores: ¿por qué entonces hacer una lista de pecadores que pueden entrar en la Iglesia y una lista de pecadores que no pueden estar en la Iglesia? Este no es el Evangelio»

Dejemos aparte la tomadura de pelo de hacernos creer que si se bendice a una pareja de homosexuales, o de adúlteros, o de fornicarios, en realidad se bendice a las personas y no su unión. Centrémonos en lo de la lista de pecadores. Vaya por delante que todos pecamos, en mayor o menor medida. Pero lo que diferencia a un buen católico de quien no lo es, es que cuando peca se arrepiente, hace propósito de enmienda y se confiesa. No busca de la Iglesia la bendición de su pecado, sino el perdón que da Dios. Un perdón que necesariamente va ligado al mencionado arrepentimiento. Porque de lo contrario, ¿en qué queda la gracia de Dios? ¿es acaso el Señor incapaz de alejarnos del pecado, de hacernos crecer en santidad? ¿qué Dios sería aquel que nos perdonara y a la vez nos dejara esclavos del pecado? Mil veces caeremos y mil nos levantaremos, pero el día en que digamos que no nos es necesario levantarnos con la ayuda de Dios, ese día habremos firmado nuestra sentencia de muerte. Una muerte eterna.

Según el Papa, dar una lista de pecadores que no pueden estar en la Iglesia es contrario al Evangelio. Pues entonces San Pablo es contrario al Evangelio. Lean ustedes:

«Os escribí en mi carta que no os mezclaseis con los fornicarios. Pero no me refería, ciertamente, a los fornicarios de este mundo, o a los avaros o a los ladrones, o a los idólatras, pues entonces tendríais que salir de este mundo. Lo que os escribí es que no os mezclaseis con quien, llamándose hermano, fuese fornicario, avaro, idólatra, injurioso, borracho o ladrón. Con éstos, ni comer siquiera.
Pues ¿por qué voy yo a juzgar a los de fuera? ¿No juzgáis vosotros a los de dentro? A los de fuera los juzgará Dios. «¡Echad de entre vosotros al malvado!»»
1 Cor 5,9-13

Si leen ustedes toda la epístola de San Judas verán que la idea de que no pueden estar en la Iglesia quienes viven voluntariamente en pecado sin intención de arrepentirse no es cosa solo de San Pablo. ¿Y bien? ¿A quién habremos de creer? ¿Al indietrista y rigorista San Pablo o al misericordioso que quiere que se bendiga el pecado nefando y todas las uniones al margen del matrimonio?

Es claro que la comunión con el Obispo de Roma forma parte de la fe católica. Tanto como que cuando un Papa se aparta de esa fe, no solo no hay que seguirle sino resistirle. Ejemplos hay en la historia de ello. Hoy necesitamos un San Pablo que plante cara al San Pedro errado. Y que no tema ser tildado de cismático por ello. La unidad no tiene sentido si no es en la verdad. Estamos en comunión con Pedro si Pedro está en comunión con Cristo. Si Pedro se aleja de la voluntad de Cristo, cabe recordar lo que Cristo le dijo:

¡Apártate de mí, Satanás! Eres escándalo para mí, porque no sientes las cosas de Dios sino las de los hombres.
Mt 16,23

Levántate, Señor, y juzga tu causa. Sálvanos, que perecemos. ¡Cristo ven pronto!

¡Viva Cristo Rey!

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